Cuando Japón invadió las Islas Orientales Holandesas en Abril de 1942, todo el territorio de Indonesia con Java, Sumatra, Borneo, Célebes, Molucas, Bali, etcétera pasó a formar parte de las potencias del Eje. Durante la ocupación de este inmenso territorio insular conformado por más de 13.000 islas, la represión del Imperio Japonés fue brutal e implacable contra la disidencia hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.
Japón mantuvo una presencia cómoda en Indonesia durante el primer año de la contienda en 1942, hasta que tras el revés en la Batalla de Guadalcanal y el comienzo de la contraofensiva de los Aliados en el Frente del Pacífico, surgieron manifestaciones en contra del Eje y también planes de sublevación que fueron descubiertas por la Policía Secreta (Kempei-Tai). Ante esta inesperada situación, se produjo una represión desmedida porque se procedió a la detención de millares de sospechosos o implicados en la revuelta, siendo fusiladas más de 25.000 personas en todo el archipiélago.
Entre Mayo y Diciembre de 1943, rumores de una insurrección en la Isla de Java condujeron a la Masacre del Complot de Haga que acabó en la ejecución de 1.534 personas entre las que hubo 903 chinos, 577 indonesios, 36 europeos y 18 asiáticos de diversos países. Al año siguiente, en Enero de 1944, tuvo lugar el Incidente de Pontianak, motivado por la negativa de algunos Sultanatos de someterse al control de Japón, lo que derivó en el fusilamiento de 2.000 personas sobre una fosa común excavada entre el Aeródromo de Ulin y Mandor, encontrándose entre las víctimas un total de 20 sultanes, entre ellos el poderoso Sultán Syarif Mohamad Adkadrie de Pontianak.
Otras víctimas del Imperio Japonés fueron 1.340 residentes chinos de Borneo, quienes acusados de estar conspirando con el Kuomintang del Presidente Chiang Kai-Shek en China para constituir la República de Borneo Occidental, fueron asesinados en un episodio conocido como la «Conspiración China». También en Febrero de 1944, una insurrección de musulmanes sobre la región de Singaparna, quienes previamente se habían negado a participar en los trabajos forzosos, propició una intervención violenta de los japoneses que mataron a 22 personas, incluyendo al líder rebelde Zainal Mustafá, y enviaron a prisión a otras 79 (de los cuales 2 más morirían en cautividad).
El cristianismo católico fue duramente perseguido por el Ejército Imperial Japonés en toda Indonesia como por ejemplo sucedió con una masacre de misioneros en las Islas Molucas, así como con la ejecución de dos sacerdotes (uno chino y otro indonesio) en Borneo, o en la deportación a un campo de trabajo del cura Damianus Hardjasuwanda que posteriormente fallecería de tuberculosis. Ni siquiera se salvaron los cristianos menonitas, como el pastor Stefanus Simopjaref, que fue fusilado en la zona indonesia occidental de Nueva Guinea.
A medida que avanzaba la Segunda Guerra Mundial, los crímenes del Imperio Japonés se fueron multiplicando en Indonesia. Aquel fue el caso de la localidad de Sarmi en Nueva Guinea, donde se aisló a 637 personas de las cuales 480 morirían por enfermedad. Igualmente los marineros japoneses de la 22º Brigada Naval Especial ejecutaron a 200 civiles en Bajarmasin, unos «doctores muerte» asesinaron por armas biológicas de tétanos a 17 individuos en Lombok, y soldados que actuaban por cuenta propia violaron a decenas de mujeres en Riau.
Los colaboracionistas indonesios del Ejército Imperial Japonés articulados en las Milicias «Heihô» al mando de los líderes nacionalistas Ahmed Sukarno y Mohamad Hatta, a los que se había prometido la independencia de una República Indonesia dentro del Eje, fueron en ocasiones más crueles que los propios nipones porque descargaron su violencia xenófoba contra los inmigrantes chinos (a los que apaleaban y quemaban tiendas y comercios), ejecutaron a decenas de guerrilleros del Partido Comunista Indonesio y violaron a cientos de mujeres holandesas o cristianas. A veces incluso participaron en matanzas contra su propio pueblo, como ocurrió en el Levantamiento de Indramayu después de que centenares de civiles fueran asesinados por la Milicia «Heihô» en las aldeas de Kaplogan, Sindang y Lohbener, sin obviar con que ametrallaron a otros 200 compatriotas en Bugis.
Durante toda la Segunda Guerra Mundial, los crímenes en Indonesia se sucederían por parte del Ejército Imperial Japonés y las Milicias «Heihô». Una vez terminado el conflicto en 1945, un total de 1.038 militares japoneses fueron llevados a juicio en veinte cortes distintas después de ser acusados de «Crímenes de Guerra» según el Tribunal del Lejano Oriente, de los cuales 236 fueron condenados a muerte y ejecutados, 28 castigados a cadena perpetua, 705 a penas pequeñas de prisión y 55 declarados inocentes.
Bibliografía:
-Lawrence Rees, El Holocausto Asiático, Crítica (2009), p.104-123
-Jeroen Kemperman, The Encyclopedia of Indonesia in the Pacific War, «Prisioners of War (POWs)», Brill (2010), p.174-179
-http://en.wikipedia.org/wiki/Japanese_occupation_of_Indonesia