Deportación de los Cosacos

Los cosacos fueron uno de los pueblos más represaliados por la Unión Soviética y el régimen comunista de Iósif Stalin durante la Segunda Guerra Mundial, en especial todos aquellos clanes que hubiesen colaborado con algunas de las potencias del Eje. Aquella persecución llevó a muchos de sus jinetes y sus familiares a refugiarse en diversos países del centro de Europa, por lo menos hasta que los Aliados Occidentales decidieron traicionarlos y siguiendo los Acuerdos Yalta deportarlos de una manera bastante violenta y despiada a la URSS.

Al celebrarse la Conferencia de Yalta de 1945, la Unión Soviética liderada por Iósif Stalin suscribió con el Presidente Franklin Delano Roosevelt de los Estados Unidos y el Primer Ministro Winston Churchill del Reino Unido la entrega de todos aquellos ciudadanos que hubiesen abandonado la URSS antes de 1938. Eso mismo afectaba a una gran parte de los cosacos, quienes a comienzos de la «Operación Barbarroja» en 1941, habían apostado por colaborar militarmente junto a las fuerzas armadas de la Alemania Nacionalsocialista o la Italia Fascista, como fue el caso de los voluntarios del XV Cuerpo SS de Caballería Cosaco o los jinetes del VIII Ejército Italiano.

Durante toda la Segunda Guerra Mundial un gran número de cosacos combatieron del lado del Eje hasta la expulsión del Ejército Alemán de la URSS en 1944, siendo muchos de los supervivientes realojados en los Alpes Orientales de la República Social Italiana, en donde crearon un «Estado Cosaco» que fue bautizado como Tierra de los Cosacos de Italia del Norte. La existencia de este «micro-país» que muchos denominaron «Cossackia», se prolongó hacia la primavera de 1945, después de que todos sus habitantes se exiliasen a Austria para rendirse oficialmente al Ejército Británico el 8 de Mayo, donde un total de 35.000 personas, entre las que 20.000 eran soldados y 15.000 civiles entre mujeres, niños y ancianos (muchos nacidos en Occidente), fueron recluidos en los campos de refugiados de Lienz, Oberdrauburg y Peggetz.

Gran Bretaña y los cosacos del extinto Imperio Ruso habían mantenido muy buenas relaciones desde hacía décadas porque en la Primera Guerra Mundial los jinetes de las estepas colaboraron con el Ejército Británico en campañas como las del Cáucaso o Persia, además de haber combatido juntos contra el Ejército Rojo durante el período de la Guerra Civil Rusa. De hecho durante el «Genocidio Cosaco» que tuvo lugar en este último conflicto cuando la Rusia Bolchevique de Vladimir Lenin llevó a cabo una limpieza étnica contra medio millón de cosacos, muchos países en el extranjero como Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos o Serbia, acogieron a un gran número de refugiados que en muchos casos obtuvieron la nacionalidad, algo que desgraciadamente no se tendría en cuenta tras la firma de los Acuerdos de Yalta en la Segunda Guerra Mundial.

Los primeros síntomas de una eventual deportación de los cosacos recluidos en Austria, comenzaron a manifestarse el 24 de Mayo de 1945 cuando los soldados del Ejército Británico requisaron los caballos y camellos de los jinetes, pese a las quejas de sus propietarios. Al cabo de tan sólo dos días, el 26 de Mayo, también se procedió a la confiscación de todo el Banco de Campaña, incluyendo la caja fuerte que contenía los ahorros de las familias cosacas valoradas en 6 millones de marcos alemanes y liras italianas, lo que evidentemente causó fuertes protestas entre los refugiados, quienes muy pronto empezaron a temerse lo peor.

Pintura de la trágica matanza de los cosacos en los campos de refugiados de Austria. En la ilustración puede verse la brutalidad de los soldados británicos contra unos civiles cosacos que suplican clemencia mientras son golpeados con fusiles y embestidos por tanques.

Oficialmente las deportaciones se iniciaron el 27 de Mayo de 1945 con la detención del Atamán Andre I Grigorovich Shkuro, algo completamente ilegal porque este personaje se había marchado de Rusia en la década de 1920 y no después de 1938, tal y como estipulaban los Acuerdos de Yalta. Al día siguiente de este polémico suceso, el 28, un total de 2.000 oficiales cosacos, a quienes se les engañó diciendo que iban a entrevistarse con el mariscal británico Harold Alexander (y a los que se dijo previamente que no hicieran el equipaje porque tan sólo estarían ausentes tres o cuatro horas), fueron transportados en camiones y escoltados fuertemente por tanques hasta el campo de prisioneros de Spithal. Una vez encerrados tras las alambradas, la mayoría supo en seguida que habían sido traicionados y por lo tanto cuál iba a ser su triste destino, por lo que para ahorrarse el sufrimiento esa misma noche se suicidaron un general y cuatro oficiales. Así fue como a la jornada próxima, el 29, los cosacos volvieron a ser subidos en camiones y conducidos hasta la frontera con Judemburg, donde fueron entregados al otro lado de la demarcación a las tropas del Ejército Rojo. Lo que sucedió a continuación fue un episodio completamente bochornoso porque cumplidas las formalidades entre los funcionarios aduaneros de las dos grandes potencias, muchos de los oficiales cosacos fueron separados del resto por los guardias y fusilados ante los pelotones policiales del Comisariado de Asuntos Internos (NKVD), a veces delante de los mismos soldados del Ejército Británico.

Con la entrega de los oficiales cosacos al Ejército Rojo a finales de Mayo, el resto de civiles y militares de menor rango que continuaban en los campos de refugiados de Lienz, Oberdrauburg y Peggetz bajo el mando del Atamán Kusma Polunin, quién había ascendido desde sargento a comandante en ausencia de sus superiores, intentó por todos los medios negociar sin éxito con las autoridades militares del Reino Unido. Como las respuestas siempre fueron negativas, los internos formularon una oleada de quejas y organizaron una protesta multitudinaria que desembocó en una huelga de hambre, algo que de nada les sirvió porque el Gobierno de Londres ya lo tenía todo pactado con el Ejército Rojo.

El 1 de Junio de 1945, los soldados del VIII Ejército Británico y miembros de la Brigada Judía rodearon el campamento de Peggetz, en cuya plaza los cosacos se habían congregado para oficiar la última misa antes de su repatriación a la URSS. Como las mujeres y los niños se situaron en el centro de la multitud, estando rodeados en forma de cordón por los varones, los militares intentaron disuadirles desde megáfonos para que voluntariamente acudieran hasta los camiones. Sin embargo la estrategia no sólo no funcionó, sino que además los internos se cogieron las manos los unos a los otros con la firme voluntad de resistir, por lo que entonces las tropas británicas irrumpieron con violencia en el campamento, cargando contra los civiles desarmados mediante el empleo tanto de infantería como de tanques. Acto seguido se produjo una terrible matanza porque los soldados ingleses y judíos golpearon con palos y bayonetas a los refugiados, pasando con sus botas por encima de los niños y disparando a familias enteras sin estupor. El resultado de aquella acción dejó decenas de mujeres, ancianos y menores de edad fallecidos sobre el terreno, así como múltiples suicidios en las orillas próximas del Ría Drava. Solamente unos pocos afortunados consiguieron escapar gracias a la ayuda de campesinos austríacos de la zona, quienes indignados por lo sucedido, escondieron a los cosacos en sus granjas o les facilitaron la fuga a través de los Alpes.

A lo largo de los días 1 y 7 de Junio de 1945, los 35.000 cosacos recluidos en los campos de de Lienz y Oberdrauburg fueron arrestados por el Ejército Británico y entregados en la frontera a la Unión Soviética. Una vez completada la deportación y el vaciamiento de los diferentes recintos, la hambrienta población austríaca accedió a las instalaciones abandonadas y saqueó todo aquello que habían dejado atrás los refugiados. Afortunadamente un grupo de sesenta cosacos que habían escondidos granadas de mano en sus ropas y se habían mezclado entre los civiles austríacos, pudieron enfrentarse con éxito a los soldados británicos y escapar hacia los bosques de los Alpes, desde donde posteriormente pasaron a la neutral Suiza, entre ellos el famoso Atamán Vyachislav Naumenko.

Lejos de los campos de Linz, Oberdrauburg y Peggetz, también se produjeron otras deportaciones en Austria como una masa de 11.000 mujeres y niños que hasta la fecha habían permanecido alojados en la ciudad de Graz. Ni tan siquiera se salvaron los cosacos presentes en otros países como por fue el caso de los de Italia, donde un millar de jinetes ofrecieron resistencia a las fuerzas inglesas en Rímini y Bolonia, registrándose 100 muertos durante la matanza posterior que siguió al violento asalto del Ejército Británico. Incluso en Estados Unidos, concretamente en el campo de prisioneros de Fort Dix en Nueva Jersey, un grupo de 150 cosacos fueron arrestados y extraditados forzosamente a la Unión Soviética, registrándose tres suicidios y siete heridos después de una carga del Ejército Estadounidense.

Francia que a diferencia de Gran Bretaña o Estados Unidos no era un país signatario de los Acuerdos de Yalta, sin obviar con que el Presidente Charles De Gaulle era un ex-combatiente de la Misión Militar Francesa en tiempos de la Guerra Civil Rusa, ordenó no tan sólo no participar en las deportaciones, sino que incluso promovió ayudar al mayor número de refugiados posible debido a las simpatías personales que sentía por el pueblo cosaco. Gracias a estas medidas por parte del Gobierno de París, las tropas del Ejército Francés desplegadas en Austria y los Alpes acogieron a decenas de cosacos que huían del Ejército Británico y les concedieron visados, como por ejemplo hicieron las autoridades galas al socorrer a un grupo de cuarenta jinetes a las afueras de la ciudad de Insbrück.

Aproximadamente más de 50.000 cosacos fueron repatriados forzosamente desde diversos puntos de Europa en los estadios finales de la Segunda Guerra Mundial, siendo muchos de ellos fusilados nada más cruzar la frontera e incluso un grupo entero de estos voluntarios ahogados vivos tras ser encerrados en un barco que los rusos hundieron en el Mar Negro. A estos ejemplos de represión hubo que añadir las decenas de miles de personas que acabaron deportadas a los gulags y campos de concentración de Siberia, de las cuales miles fallecerían a causa del frío, el hambre, los trabajos forzados o las epidemias. Respecto a los generales capturados, todos fueron enviados a la Prisión de la Lubyanka de Moscú, donde fueron juzgados y condenados a muerte por un tribunal amañado por el Kremlin. Entre las víctimas más famosas que fueron ahorcadas el 16 de Enero de 1947 estuvieron los Atamanes Timofey Domanow y Piotr Krassnoff, así como el oficial alemán Helmuth Von Pannwitz y otros muchos líderes de menor rango (solamente se salvó el general Mikail Solamakin que sobrevivió al juicio y al estalinismo).

La represión hacia los cosacos se prolongó hasta 1953 cuando tras la muerte de Iósif Stalin y el ascenso al poder del Presidente Nikita Jruschov, la población cosaca superviviente de la Segunda Guerra Mundial recibió finalmente una amnistía de las nuevas autoridades del Kremlin. Gracias a esta iniciativa todos los presos fueron liberados y repatriados a sus tierras del Don, Kubán, Terek, Volga, etcétera; aunque por parte de Occidente no recibirían una disculpa oficial hasta el año 1980 cuando Reino Unido reconoció que las deportaciones habían sido un crimen imperdonable durante una sesión política del Parlamento de Londres. Afortunadamente los cosacos pudieron poco a poco recuperar su censo y ampliar su base social con el paso de las décadas, ostentando sus jinetes un destacado papel militar durante el resto del régimen soviético y también tras la caída del comunismo con la Federación Rusa.

 

Bibliografía:

-Eduardo de Mesa Gallego, Cosacos en Italia 1944-1945: El trágico final, Revista Serga Nº9 (2001), p.53-54
-http://www.cossackweb.narod.ru/cosacos/s_lienz.htm