Juicios de Nuremberg

Los Juicios de Nuremberg de 1945 a 1946 por los que se juzgó y sentenció a la cúpula del Tercer Reich tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, constituyeron uno de los procesos legales más polémicos de la Historia. De la experiencia de estos procesamientos que tuvieron la particularidad de ser los primeros en aplicarse tras la resolución de un conflicto, surgiría el Tribunal Penal Internacional.

Preludio

Originalmente la idea de juzgar a criminales de guerra había tenido lugar al término de la Primera Guerra Mundial en 1918. Las potencias vencedoras de los Aliados elaboraron una lista a través del Tribunal de Lille que incluyó a unos 900 alemanes entre los que se encontraban el Káiser Guillermo II y los tres mariscales Paul Von Hindenburg, August Von Mackensen y Erich Ludendorff. A pesar de que únicamente serían procesados por las leyes de la República de Weimar un total 14 acusados durante el Tribunal de Leipzig (internacionalmente no existía ningún organismo para dictaminar castigos), sólo ocho terminaron siendo declarados culpables, de los que dos entraron en prisión, concretamente los oficiales de navío Ludwig Dithmar y John Boldt por ametrallar náufragos en el agua, aunque al poco tiempo ambos escaparon de la cárcel. Respecto al Imperio Otomano, los Aliados esperaban poder sentenciar a los responsables turcos del Genocidio Armenio que había dejado 1 millón y medio de civiles asesinados durante la Gran Guerra, tal y como se había prometido a las autoridades de la República Democrática de Armenia. Lamentablemente tampoco los procesos pudieron materializarse porque la victoria de la nueva República de Turquía liderada por el Presidente Mustafá Kemal Atatürk en la Guerra de Independencia Turca de 1922, impidió cualquier intervención política o militar en Anatolia y por tanto dejaron impunes estos hechos.

Aproximadamente hasta 1933 no se propuso acuñar el término «genocidio» en los organismos internacionales cuando la Unión Soviética de Iósif Stalin cometió el Holodomor en Ucrania, una hambruna intencionada sobre el pueblo ucraniano y otras regiones de Kazakhistán y el sur de Rusia que dejó 6 millones de muertos. El denunciante de esta aniquilación hacia los ucranianos fue un jurista polaco de origen judío llamado Raphael Lemkin, quién en la Conferencia de Unificación del Derecho Penal celebrada en España, intentó definir sin mucho éxito el esfuerzo intencionado de una nación por exterminar a un pueblo entero o determinado colectivo. Se tendría que esperar al estallido de la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto perpetrado por la Alemania Nacionalsocialista contra los judíos y otras minorías para nuevamente estudiar la posibilidad de incluir el término «genocidio» en el Derecho Internacional.

Hasta Enero de 1942, los Aliados Occidentales no evaluaron la posibilidad de llevar ante los tribunales a los criminales de las potencias del Eje. La primera vez que se propuso tal cosa fue durante la III Conferencia Interaliada celebrada en el Palacio Saint James de Londres en Enero de 1942, donde políticos británicos y estadounidenses, junto a exiliados de las naciones ocupadas por Alemania y Japón, acordaron sentar en el banquillo a los principales responsables de haber violado la paz o la vida de seres inocentes. A esta proposición también se sumó la Unión Soviética en Octubre de ese mismo año cuando el Ministro de Asuntos Exteriores, Vyacheslav Molotov, se adhirió a la iniciativa presentada por el Reino Unido mediante una carta diplomática en la que aconsejó formar un comité de jueces de carácter internacional.

El 20 de Octubre de 1943 fue creada la Comisión de las Naciones Unidas para los Crímenes de Guerra (United Nations War Crimes Comission o UNWCC) con vistas a juzgar los eventuales abusos cometidos por Alemania y Japón durante la Segunda Guerra Mundial que aún estaba en marcha. Suscribieron la iniciativa las cuatro grandes potencias representadas por Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y China, además de los movimientos libres de la Francia Libre, Polonia, Holanda, Bélgica, Noruega, Grecia, Yugoslavia, Checoslovaquia y Luxemburgo, así como los dominios de la Commonwealth encabezados por India, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

Captura

Al terminar la Segunda Guerra Mundial en 1945 con la victoria de los Aliados y la derrota del Eje, buscar el pretexto para llevar a los criminales de guerra alemanes y japoneses a juicio era realmente complicado desde el punto de vista jurídico. El principal escollo era que para sentar a alguien en el banquillo, el presunto delincuente tendría que haber cometido la infracción después de que el código penal tipificase el supuesto delito como tal, porque en caso contrario, no se podría aplicar un castigo al no existir la ley. Este inconveniente que era un gran problema de por sí, únicamente pudo ser subsanado aplicando una ley de retroactividad formulada a toda prisa, lo que sin duda supuso una arbitrariedad cuando la Declaración de los Derechos del Hombre en su 8º Punto especificaba la anulación de las leyes retroactivas. No obstante y a pesar de los muchos obstáculos, el único resquicio de cierta legalidad fue establecer que se juzgara a los acusados según las leyes de cada país en donde se hubiera cometido el acto delictivo. La traba de esto último era que los líderes germano-japoneses habían llevado a cabo sus crímenes contra múltiples naciones y pueblos, por lo que entonces Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética finalmente se tuvieron que erigir como jueces y moderadores en representación del resto de los perjudicados.

Rendición del almirante Karl Doenitz, el general Alfred Jodl y el Ministro de Armamento Albert Speer al Ejército Británico en Flensburgo.

Para la captura de los jerarcas del Tercer Reich, conocida por el Ejército Estadounidense bajo el nombre codificado de «Operación Mondorf», se efectuó de la siguiente manera:

Captura (según orden cronológico):

-Rudolf Hess = A bordo de un caza Messerschmitt Bf 110 de la Fuerza Aérea Alemana (Luftwaffe) se estrelló en Escocia el 10 de Mayo de 1941 tras efectuar un vuelo para negociar con el Duque de Hamilton una salida negociada a la Segunda Guerra Mundial. El plan no salió bien porque fue hecho prisionero por las autoridades, siendo el único líder nacionalsocialista capturado al inicio de la contienda.
-Franz Von Papen = Sin haber capitulado todavía el Tercer Reich y con Adolf Hitler dirigiendo la Segunda Guerra Mundial en sus fases últimas desde el búnker de Berlín, fue detenido por el Ejército Estadounidense en una cabaña de la finca de su yerno, el Conde Max Von Stockhausen, el 10 de Arbril de 1945.
-Hans Fritzsche = Negoció personalmente la capitulación de Alemania durante la Batalla de Berlín subiendo a bordo de un coche soviético el 2 de Mayo de 1945 que lo trasladó ante el cuartel general del Ejército Rojo ubicado en el Aeropuerto de Tempelhof. Una vez acordada la entrega de las armas, un oficial ruso le entregó un nota traducida que decía: «Está usted detenido». Desde ese momento se convertiría en el único líder nacionalsocialista en ser encerrado en la Comisaría de la Lubyanka de Moscú, sede de la Policía Política Soviética (NKVD), antes de ser trasladado a Nuremberg.
-Hjalmar Schacht = Como había participado en el atentado contra Adolf Hitler el 20 de Julio de 1944 que concluyó con el fracaso de los conspiradores en el cuartel general de Rastenburg en Prusia Oriental, fue deportado y encarcelado al campo de concentración de Dachau. Al año siguiente, el 5 de Mayo de 1945, el Ejército Estadounidense le liberó del recinto cuando estaba a punto de viajar en un camión con los dos viejos Presidentes de Francia Edouard Daladier y León Blum, los dos generales del Ejército Francés Maurice Gamelain y Paul Reynaud, y el Regente de Hungría, el Almirante Miklós Horthy. Nada más ser reconocido entre estos mandatarios internacionales, fue apresado y acusado por lo mismo que sus antiguos compañeros.
-Herman Goering = Se rindió el 6 de Mayo de 1945 a un puesto de control de carretera en Radstad mientras viajaba en un coche marca Mercedes junto a su esposa Emmy y su hija Edda. Sus captores fueron soldados de la 36ª División de Infantería Estadounidense «Texas», quienes al mando del general Robert Stack, le dieron un trato muy bueno e incluso se hicieron fotografías con él tras una ostentosa rueda de prensa.
-Hans Frank = Junto a 2.000 soldados del Ejército Alemán (Wehrmahct), se rindió el 6 de Mayo de 1945 en Tegernsee, Baviera, a la 36ª División de Infantería Estadounidense «Texas». Fue identificado por los guardias texanos tras cortarse sin éxito las venas e inmediatamente separado de sus hombres para pasar a disposición judicial.
-Konstantin Von Neurath = Fue capturado por tropas del Ejército Francés al sur de Alemania el 6 de Mayo de 1945.
-Arthur Seyss-Inquart = A punto de escapar en una barcaza que debía llevarlo desde Hamburgo a Holanda atravesando el Mar del Norte, fue interceptado por una lancha torpedera enemiga, abordado desde la cubierta y capturado por dos soldados del Ejército Canadiense el 7 de Mayo de 1945.
-Fritz Sauckel = Por voluntad propia se entregó al Ejército Estadounidense en Berchtesgaden el 9 de Mayo de 1945.
-Wilhelm Frick = Tras huir de Praga para evitar caer en manos del Ejército Rojo, fue hecho prisionero al oeste de Checoslovaquia por las tropas del Ejército Estadounidense el 9 de Mayo de 1945.
-Wilhelm Keitel = Autor del Armisticio de Karlshorst que firmó con la Unión Soviética a las afueras de Berlín, se entregó a los Aliados el 13 de Mayo de 1945 cerca de Flensburgo tras despedirse de sus tropas pasando revista y tomando a continuación un avión inglés que le llevó prisionero a la retaguardia
-Ernst Kaltenbrunner = Su propia amante, Gisela Von Westarp, cometió el error de llamarle por su nombre vía telefónica cuando estaba la línea pinchada, lo que facilitó al Ejército Estadounidense dar con su paradero y detenerle en el Lago Styria el 15 de Mayo de 1945.
-Robert Ley = Mientras dormía en su cama, fue abordado por paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada Estadounidense el 16 de Mayo de 1945 en su casa de Berchtesgaden. Fue quién más se resistió porque aseguró que habían cometido un error y que su nombre real era Ernst Distelmeyer. Tendrían que pasar varias horas desde su detención en el cuartel general de la unidad, hasta que el tesorero del Tercer Reich, Franz Xaver Schwarz, le reconoció saludándole de la siguiente manera: «Buenos días, doctor Ley, ¿qué hace usted aquí?». A raíz de este incidente el acusado se vino abajo y confesó: «Ustedes han ganado».
-Alfred Rosenberg = Confundido con el Reichsführer Heinrich Himmler, soldados y tanques del Ejército Británico rodearon el Hospital de Marina de Flensburgo el 19 de Mayo de 1945. Nada más irrumpir en el centro hospitalario, descubrieron que se habían equivocado porque el antiguo líder de las SS no estaba, aunque sí por casualidad Alfred Rosenberg, quién tras haber sido ingresado por una rotura de clavícula, fue arrestado.
-Albert Speer = Al disolverse el Gobierno de Flensburgo que provisionalmente dirigió la administración del Tercer Reich a la muerte de Adolf Hitler, se entregó a los Aliados el 22 de Mayo de 1945.
-Karl Doenitz = Ostentando el cargo de Canciller del Tercer Reich tras la muerte de Adolf Hitler, el 23 de Mayo de 1945 disolvió el Gobierno de Flensburgo que él mismo lideraba y se rindió al Ejército Británico, cuyos soldados del Regimiento de Húsares y marineros de la Marina Real Británica (Royal Navy), se cuadraron ante él y le saludaron por considerarle un hombre de honor.
-Alfred Jodl = Responsable de la capitulación del Tercer Reich mediante la firma del Armisticio de Reims, se entregó al Ejército Británico en Flensburgo el 23 de Mayo de 1945.
-Julius Streicher = Haciéndose pasar por pintor en una cabaña rural de Berchtesgaden, un grupo de paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada Estadounidense entró en su granja el 23 de Mayo de 1945 para pedir unos vasos de leche fresca. Curiosamente uno de los soldados dijo que se parecía a Julius Streicher (aunque era una broma porque ni por asomo se imaginó que era el verdadero). El sorprendido Striecher entonces, pensando que la indirecta iba en serio, se identificó como tal para incredulidad de los paracaidistas. Lógicamente fue detenido y trasladado a prisión.
-Walter Funk = A inicios de Junio de 1945 fue capturado por el Ejército Británico en la cuenca industrial del Ruhr.
-Baldur Von Schirach = Voluntariamente y a pesar de haberse camuflado bajo la identidad falsa de un escritor llamado Richard Falk, finalmente decidió enfrentarse al destino y entregarse al Ejército Estadounidense el 4 de Junio de 1945.
-Joachim Von Ribbentrop = Concluida la Segunda Guerra Mundial, se dedicó al negocio de la venta de vinos en Hamburgo bajo un nombre falso. Desgraciadamente para él, un compañero de trabajo le reconoció cuando cometió el error de pronunciar un discurso sobre la calidad del champán y lo denunció. Acto seguido, el jueves 14 de Junio de 1945, una patrulla del Ejército Británico irrumpió en su piso mientras dormía y lo arrestó.
-Erich Raeder = El Ejército Rojo detuvo al almirante de la Marina de Guerra Alemana (Kriegsmarine) el 23 de Junio de 1945 en su residencia de Babelsderg. Inmediatamente sería escoltado por tropas soviéticas a la Isla de Moskvá cerca de Moscú, desde donde posteriormente sería entregado al Ejército Estadounidense en Nuremberg.

Prisión

Inicialmente los acusados fueron alojados en los dos campos de prisioneros de Kransberg en Alemania y Mondorf-les Bains en Luxemburgo, ambos administrados por los Aliados Occidentales, donde sufrieron todo tipo de interrogatorios y hasta ciertos maltratos físicos y psicológicos por parte de sus captores. Solamente el almirante Erich Raeder y Hans Fritz que se encontraban en la Unión Soviética fueron bien tratados por los soldados del Ejército Rojo antes de ser enviados a Nuremberg junto al resto.

La Cárcel de Nuremberg al mando del coronel Burton Andrus era un centro penitenciario vigilado por la Policía Militar (Militar Police o MP) del Ejército Estadounidense, así como algunos funcionarios de la Gendarmería Alemana e incluso antiguos voluntarios anticomunistas de la 20ª División SS de Granaderos Estonia «Estonische». Las celdas que habitaron los reos tenían cuatro metros de largo por tres de ancho con una ventana con barrotes al fondo y una puerta de madera en la salida, en cuyo interior los inmuebles consistían en un catre militar, una mesa de madera, una silla y un ejemplar de la Bíblia. La vida en el interior del centro penitenciario no fue fácil porque al principio los acusados no podían hablar entre sí, disfrutaban de pocas salidas al patio y tenían racionada una ducha por semana debido a la escasa presencia de agua limpia en la ciudad. De hecho para evitar suicidios se les prohibió vestir cualquier tipo de ropa con la que pudieran hacer nudos o llevar cordones en los zapatos, además de verse obligados a dormir con las manos fuera de la manta y girados de la posición derecha mientras un foco de luz les iluminaba la parte superior del cuerpo, impidiéndoles descansar en condiciones saludables. Los guardias que en todo momento tenían que estar vigilándoles se turnaban cada dos horas; al mismo tiempo que un personal de cuatro médicos compuesto por el urólogo Ludwig Pflücker, el dentista Heinz Hoch, el fisioterapeuta Walter Haar y el doctor Philip Hambach, más los psicólogos Douglas Kelley y Gustav Gilbert, alertaban de cualquier anomalía en su salud y les hacían test psicológicos para evaluar sus capacidades (curiosamente Hjalmar Schacht con 143, Arthur Seyss-Inquart con 141 y Hermann Goering con 138 sacaron las notas más altas por encima de la media fijada entre 90 y 110; algo en contraste con Julius Streicher que obtuvo la más baja con 106). Ni siquiera faltaron los oficios religiosos para mantener la paz espiritual en el recinto, algo de lo que se encargaron el pastor luterano Henry Gerecke y el sacerdote católico Sixtus O’Connor.

Celdas de la Prisión de Nuremberg. A la derecha aparece la número 5 que era donde se alojaba el mariscal del aire Hermann Goering.

Robert Ley sorteó todas las medidas de seguridad de la Cárcel de Nuremberg porque en cuanto recibió los documentos de su acusación, comenzó a pasearse de un lado a otro de la habitación mientras gritaba «¡Colocarnos de cara a la pared y fusilarnos de una vez!». De hecho cuando el guardia le preguntó por qué no dormía, éste le contestó: «Dormir…, ¿dormir? No me dejan dormir… millones de trabajadores extranjeros… Dios mío… millones de judíos… todos muertos… cómo dormir, cómo dormir…». Fue entonces cuando a la caída de la noche, Robert Ley apareció muerto en su celda tras haberse suicidado ahorcándose con un lazo al grifo y después de haberse introducido trozos de sus calcetines en la boca. Nada más certificarse su fallecimiento, la seguridad tuvo que triplicarse en la prisión para evitar que otros prisioneros hicieran lo mismo. Curiosamente y respecto al cadáver de Ley, el patólogo y capitán Najeeb Clan extrajo el cerebro del suicida para ser enviado por avión a Estados Unidos y sometido a objeto de estudio en el Departamento de Investigación Médica de Washington.

Preparativos

El Palacio de Justicia de Nuremberg fue elegido por el general Lucius Dubignon Clay del Ejército Estadounidense por tres motivos: primeramente por su simbolismo al ser el lugar de mayor concentración de las celebraciones del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP) durante el Tercer Reich; segundo por ser la ubicación en donde se promulgaron las Leyes Raciales contra los Judíos en 1935; y tercero por ser el único edificio jurídico intacto en Alemania tras la acción de los bombardeos durante la guerra, además de contar con una prisión aneja y hoteles para alojar a las delegaciones internacionales y periodistas.

Reconstruir el Palacio de Justicia de Nuremberg no fue sencillo porque se hubo de habilitar un barrio de la ciudad destruida de Nuremberg y además reparar todo el conjunto arquitectónico. De ello se encargaron dos arquitectos norteamericanos, el capitán John Vonetes y el teniente Dan Kiley, quienes con un batallón del Cuerpo de Ingenieros Estadounidense, 100 trabajadores civiles y 400 prisioneros de guerra alemanes, así como unos técnicos de la empresa IBM, consiguieron limpiar de escombros las tres plantas de 650 habitaciones y despachos, instalar agua y corriente eléctrica, colocar varios ascensores, añadir aire acondicionado y calefacción al recinto, establecer laboratorios de revelado fotográfico, abrir una cafetería con su almacén de alimentos (carne, fruta, verduras, leche, café, vino, licores…) y reservar una serie de almacenes para guardar los 5 millones de folios recopilados y un lote de 25.000 lápices. Para tal cosa, se necesitó una inversión de 1 millón de dólares que incluyó 130.000 kilogramos de cemento, 100.000 kilos de ladrillos, 20.000 tejas, 8.000 kilos de yeso, 1.500 kilos de clavos, 4.500 metros cuadrados de cristal, 335.000 metros de cable, 7 generadores de corriente, 10.000 tubos fluorescentes y 300 lámparas de mesa.

La Sala del Tribunal del Palacio de Nuremberg, catalogada con el número 600, era un amplio espacio en forma de «T» con capacidad para 500 personas y decorada con escenas de la Bíblia que evocaban a Adán y Eva, Caín y Abel, o la Serpiente y el Pecado Original (muy propicio para las sesiones que iban a celebrarse). El estrado para los jueces se ubicaba al fondo con una hilera de cuatro banderas para los magistrados de cada país que de izquierda a derecha incluyeron las de la Unión Soviética, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia; mientras que los acusados irían sentados en frente sobre una bancada de dos filas precedidas por los despachos de sus abogados y antecedidas por un escalón destinado a los diez soldados de la Policía Militar Estadounidense encargados de su vigilancia. Respecto a la acusación, las mesas de los fiscales se dispusieron en perpendicular, dejando un espacio libre para que pudieran comparecer los testigos de las dos partes. Por último y justo por detrás de una barandilla se albergaron centenares de sillas y un «gallinero» para el público, los representantes de las diecinueve naciones aliadas, los periodistas, estenógrafos, secretarias e incluso cabinas de cristal para la traducción en los cuatro idiomas alemán, inglés, francés y ruso.

Hubo un total de ocho jueces por cada potencia que fueron representados del siguiente modo: Francis Biddle como titular y John Parker como suplente por parte de Estados Unidos; Sir Geoffrey Lawrence como titular y Sir Norman Lawrence como suplente por parte de Gran Bretaña y la Commonwealth; el general Iona Nikitchenko como titular y el coronel Alexander Volchkov como suplente por parte de la Unión Soviética; y Donnedieu de Vabres como titular y Robert Falco como suplente por parte de Francia. Los fiscales por otro lado fueron organizados de la siguiente manera: los estadounidenses tuvieron veintitrés encabezados por Robert Jackson, los soviéticos nueve dirigidos por el general Román Andriyovych Rudenko, los franceses nueve liderados por François de Menton y los británicos seis al frente de Sir Hartley Shawcross. Respecto a los abogados defensores, los imputados eligieron a los siguientes según el cliente: Otto Stahmer (Goering), Gunther Von Rohrscheidt (Hess), Martin Horn (Von Ribbentrop), Otto Nelte (Keitel), Franz Exner (Jodl), Walter Siemens (Raeder), Otto Kranzbuhler (Doenitz), Hans Flaeschner (Speer), Alfred Seidl (Frank), Robert Servatius (Sauckel), Alfred Thoma (Rosenberg), Fritz Sauter (Von Schirach y Funk), Gustav Steinbauer (Inquart), Hans Marx (Streicher), Rudolf Dix (Schacht), Otto Pannenbecker (Frick), Otto Von Ludinghausen (Von Neurath), Otto Pannenbecker (Frick), Egon Kubuschok (Von Papen), Heinz Fritz (Fritzsche) y Friedrich Bergold (ausente Bormann). Por último y como jefe del equipo de traductores fue seleccionado el profesor de lenguas románicas Haakon Chevalier.

Soldados y tanques del Ejército Estadounidense custodiando el Palacio de Justicia de Nuremberg.

Según los delitos se inculpó a los acusados de cuatro cargos: 1) Conspiración y Planteamiento de Guerra de Agresión (haber estado gestando la Segunda Guerra Mundial con anterioridad y premeditación); 2) Crímenes contra la Paz (invadir o haber declarado la guerra ilegalmente a Polonia, Gran Bretaña, Francia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Grecia, Yugoslavia, la URSS y Estados Unidos); 3 Crímenes de Guerra (ejecuciones de prisioneros de guerra, represalias contra civiles en los países ocupados, bombardeo aéreo de ciudades, torpedeamientos de buques mercantes, destrucción de propiedades, etc…); y Crímenes contra la Humanidad (genocidio contra los judíos en el Holocausto y persecución de minorías).

Los acusados en el Tribunal de Nuremberg fueron las siguientes 21 personas: Hermann Goering (52 años), Rudolf Hess (50 años), Albert Speer (40 años), Joachim Von Ribbentrop (52 años), Wilhelm Keitel (63 años), Alfred Jodl (55 años), Karl Doenitz (54 años), Erich Raeder (62 años), Hans Frank (45 años), Alfred Rosenberg (52 años), Baldur Von Schirach (37 años), Julius Streicher (60 años), Ernst Kaltenbrunner (42 años), Arthur Seyss-Inquart (53 años), Wilhelm Frick (68 años), Walter Funk (58 años), Fritz Sauckel (51 años), Hjalmar Schacht (68 años), Hans Fritzsche (65 años), Franz Von Papen (65 años) y Konstantin Von Neurath (72 años). También sería juzgado en ausencia «in absentia» Martin Bormann porque los Aliados desconocían que había muerto en combate durante la Batalla de Berlín (sus restos mortales se encontrarían en 1972); y se suprimirían los cargos contra Gustav Krupp debido a su enfermedad mental y a Robert Ley que se suicidó antes de los juicios. Respecto a las organizaciones serían declaradas como criminales y por tanto sus líderes las de la siguiente lista: el Gabinete del Tercer Reich, el Cuerpo del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), las SS, las SA, la Gestapo, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Alemanas (Heer) y el Alto Mando del Ejército Alemán (OKW).

Gustav Krupp fue un personaje polémico en cuanto a si procesarlo o no porque al frente de las Industrias Krupp había sido una figura clave en el ascenso de Adolf Hitler en el poder, en el rearme de las Fuerzas Armadas Alemanas con vistas a un conflicto y en el empleo de trabajadores forzosos en sus fábricas de armamento. Sin embargo su suerte cambió en 1944 cuando un accidente de tráfico le provocó parálisis en la parte izquierda del cuerpo y la parte derecha del rostro, además de sufrir una demencia senil que le hizo perder la memoria. A pesar de que la fiscalía insistió en juzgarle, un equipo médico compuesto por los dos doctores rusos Nikola Kurschiakov y Eugene Sepp, el británico Betram Ryan Turnbridge, el norteamericano Bertram Schaffer y el francés René Piedlièvre, diagnosticaron que Krupp no estaba ni en condiciones físicas ni psíquicas para defenderse ante un estrado y por tanto se salvó de ser juzgado.

Juicios de Nuremberg

A las 7:30 horas del amanecer del martes 20 de Noviembre de 1945, los prisioneros de la Cárcel de Nuremberg fueron despertados en sus celdas y obligados a asearse y vestirse (los que no tenían un traje propio se les proporcionó uno que luego debían devolver). Una vez ataviados, se les condujo hasta el Palacio de Justicia de Nuremberg, donde cientos de soldados del Ejército Estadounidense apoyados por tanques del modelo Sherman bloqueaban el acceso a la Calle Furtherstrasse, en la cual se agolpaban separados por una valla unos 250 periodistas, fotógrafos y corresponsales. Se tendría que esperar hasta las 10:03 horas de la mañana para que diese comienzo el juicio después de que los imputados se sentasen en el banquillo y el coronel Charles Mays gritase: «Attention, the Courtt! «¡Atención, la Corte!». Justo en ese momento todo el mundo se levantó y los cuatro jueces entraron en la sala para proceder a abrir la sesión haciendo las oportunas presentaciones protocolarias y leer los cargos a los acusados. Únicamente el abogado Otto Stahmer, en representación de toda la defensa, tuvo oportunidad de hablar para ejercer su derecho de intentar invalidar el juicio alegando el principio de «nullum crimen, nullum poena sine lege» que preveía la imposibilidad de celebrar un proceso si los crímenes por los que se imputaban a los acusados no eran tipificados como tal antes de cometerse, algo que a pesar de llevar razón, evidentemente los jueces rechazaron para al poco tiempo después concluir la vista en torno a las 14:00 horas de la tarde.

A la jornada siguiente, el miércoles 21 de Noviembre, los líderes nacionalsocialistas comparecieron en la Sala del Tribunal para responder si se declaraban culpables o inocentes, contestando todos esto último. Acto seguido, el fiscal Robert Jackson pronunció un discurso de apertura en el que afirmó que en caso de repetirse un conflicto como el que acababa de vivirse «la civilización no podría sobrevivir». Sin embargo, en cuanto los doce abogados de los fiscales subieron al estrado para explicar su tesis acerca de la culpabilidad de los acusados, erraron al definir la estructura jerárquica del Tercer Reich y encima uno de los jueces tuvo que llamarles la atención por no haber proporcionado con antelación los documentos de su argumentación a la defensa, algo que de momento obligó a suspender la sesión.

Vista de la Sala 600 del Tribunal de Nuremberg.

Las primeras fases de los Juicios de Nuremberg fueron recibidas con alivio por los líderes alemanes porque la acusación cometió infinidad de errores desde la equivocada interpretación del «Memorándum Hossbach» mediante el que se señalaba a los responsables nacionalsocialistas de planear una guerra de agresión, a las pruebas fallidas respecto a la anexión de Austria «Anschluss» en 1938 que fueron fácilmente refutadas por la defensa debido a la sincera voluntad mostrada por los austríacos para la unificación. Fue entonces cuando el fiscal Robert Jackson, en una muestra más de confusión, pasó del Cargo Nº1 al Cargo Nº4 saltándose el orden previsto, para proyectar una película sobre los campos de concentración y las pilas de cadáveres encontradas después del Holocausto. A pesar de que todavía no era el momento para desplegar esta prueba, lo cierto fue que las imágenes sensibilizaron al público y desconcertaron a los acusados, que por primera vez desde que había comenzado el juicio, se marcharon a sus celdas sintiéndose derrotados.

Las sesiones de los Juicios de Nuremberg continuaron a lo largo de Noviembre y principios de Diciembre de 1945 con aciertos y desaciertos tanto por parte de la acusación como de la defensa. Entre las temas debatidos estuvo la comparecencia como testigo del general Erwin Lahousen del Servicio Secreto Militar Alemán (Abwehr) que aseguró que el Estado Mayor dirigido por los generales Wilhelm Keitel y Alfred Jodl conocían los planes para liquidar a Polonia, algo que le valió ser insultado desde la grada de los acusados con la palabra «¡traidor!». También se abordó por primera vez en la sala el crimen de guerra cometido por las SS contra 50 oficiales británicos y australianos que fueron ejecutados en 1944 tras evadirse de un campo de prisioneros, así como otras cuestiones referentes a la ilegal invasión de Checoslovaquia en 1938, a la destrucción del Gueto de Varsovia en 1943 o al asfixiamiento de discapacitados en la parte trasera de camiones. Incluso se citaron las cámaras de gas de los campos de exterminio de Auschwitz y Treblinka, en donde apareció una carta escrita por Hans Frank en calidad de jefe del Gobierno General de Polonia, en la cual admitía que la población judía se había reducido al mínimo de un total de más de 2 millones de habitantes. También Alfred Rosenberg, como responsable de los territorios ocupados en la Unión Soviética, se vio en un aprieto cuando mostraron unos documentos clasificados con las siglas EC-126 y EC-472 en los que se especificaba el plan de germanizar Ucrania y Bielorrusia, desplazando a la población eslava hacia los Urales y poblando sus campos y ciudades con la raza alemana. Solamente la llegada de las Navidades en 1945, hizo suspender el juicio para que jueces, fiscales y abogados pudieran tomarse unas vacaciones hasta la reanudación de las sesiones en Enero de 1946.

Goering se convirtió en la estrella del Juicio de Nuremberg por cinco motivos: primeramente por su incuestionable carisma y oratoria, segundo porque había asumido que iba a ser ejecutado y no tenía nada que perder, tercero porque conocía todos los documentos que la acusación tenía en su poder, cuarto porque le habían suprimido la morfina a la que era adicto por lo que se condición física y psíquica había mejorado, y quinto porque como hablaba inglés fluidamente podía pensar las respuestas mientras se llevaba a cabo la traducción a través de los auriculares. Pronto Goering desconcertó a los que le acusaban, pues estos últimos únicamente habían previsto que intentaría demostrar su inocencia o desconocimiento del tema. No obstante y contra todo pronóstico, el mariscal del aire reconoció con orgullo su responsabilidad en los hechos e incluso se jactó de ser un hombre de Estado, alegando que todos sus actos fueron necesarios por el bien de Alemania e incluso los justificó, algo que sin duda dejó sin argumentos sólidos a sus oponentes en la sala. Por ejemplo cuando le acusaron de contribuir a la caída de la República de Weimar, con la cabeza alta admitió haber participado en la disolución de un régimen que salvo miseria no había aportado nada al pueblo alemán. Ni siquiera los testigos que el propio fiscal Robert Jackson seleccionó surgieron efecto como ocurrió con el mariscal Erhard Milch, quién a pesar de ser un enemigo declarado de Goering, el poco tacto mostrado por la fiscalía acerca de los bombardeos sobre Londres le incomodaron tanto, que al final de su declaración perjudicó a los intereses de los Aliados porque les echó en cara los ataques aéreos a las ciudades alemanas.

Robert Jackson, el fiscal que representaba a Estados Unidos, se erigió como el principal rival de Goering, a quién convertiría en una verdadera obsesión que en muchos instantes del proceso rozó los personal. El mariscal que constantemente desmontaba los argumentos de Jackson debido a la improvisación y a la falta de iniciativa de este último, en más de una ocasión le hizo perder los papeles en la sala. Por ejemplo en el episodio de la remilitarización de Renania, el fiscal utilizó una táctica tan absurda como echar en cara al acusado el que su Gobierno no hubiese informado a la prensa de la movilización militar de dicha región, algo a lo que Goering respondió: «No recuerdo haber leído de antemano la publicación de los preparativos para la movilización de Estados Unidos». Esta contestación llevó a Jackson a tirar violentamente sus auriculares para sorpresa del público y a replicar al tribunal: «Este testigo, me parece, ha adoptado, tanto en el estrado de los testigos como en el banquillo, una actitud arrogante y de desprecio hacia el tribunal que le está dando la oportunidad de tener el juicio que él nunca permitió tener a ningún alma viviente ni muerta…». Aquel ataque de ira que estuvo a punto de poner en riesgo su carrera como fiscal, finalmente terminó en un toque de atención del juez Francis Biddle que advirtió a Jackson de que no se volviera a repetir una escena como aquella. Por el contrario Goering, sabiendo que controlaba la situación, disfrutó y se divirtió humillando a su rival y por supuesto también al equipo fiscal de los vencedores de la contienda. De hecho, la prensa de los Aliados criticó duramente a Jackson, al que tildaron de incompetente; mientras que todos los veteranos de guerra alemanes que permanecían en los campos de prisioneros y que habían estado escuchando las sesiones por radio, aplaudieron al oír las palabras de su viejo mariscal.

Speer fue el otro hombre que se convirtió en «estrella » del Juicio de Nuremberg, aunque en mucha menor categoría con respecto de Goering. Su testimonio acerca de que había intentado atentar contra Hitler en el búnker de Berlín en Abril de 1945 (algo falso), le valdría posteriormente salvar la vida y al mismo tiempo ganarse la enemistad de muchos de sus compañeros que como Goering dijo indignado: «Pensar que un alemán haya podido caer tan bajo sólo para prolongar un poco su desgraciada vida». A partir de entonces nacieron dos bandos irreconciliables entre los presos que se consolidaron sobretodo en las horas de comedor y en las visitas al patio de la Prisión de Nuremberg, uno de los cuales estuvo conformado por orgullosos nacionalsocialistas liderados por Goering y otro por arrepentidos encabezados por Speer.

Banquillo de los acusados durante los Juicios de Nuremberg.

El Holocausto fue una de los delitos más graves a los que se enfrentaron los acusados de los Juicios de Nuremberg en Enero de 1946. Según la fiscalía el genocidio de 6 millones de judíos había tenido lugar en diferentes fases: 1) de 1933 a 1938 suprimiendo los derechos del pueblo hebreo en Alemania, Austria y Checoslovaquia durante la Época de Entreguerras; 2) de 1939 a 1940 forzando su emigración al extranjero una vez empezada la Segunda Guerra Mundial; 3) en 1941 masacrando a la minoría judía de la Unión Soviética y los Balcanes mediante grupos de acción de las SS llamados «Einstazkommando» que fusilaban en masa, o bien incitando a la población local y movimientos nacionalistas (ucranianos, bielorrúsos, polacos, bálticos, rumanos, húngaros, croatas…) a aniquilar a la población hebrea mediante pogromos y linchamientos; y 4) finalmente a deportar a toda la comunidad judía de Europa hacia campos de concentración y de exterminio, en donde millones de personas fueron asesinadas en cámaras de gas e incineradas, además de perecer muchas otras por hambre, enfermedades, maltratos, trabajo esclavo, etcétera.

Teóricamente el Holocausto tendría que haber sido un argumento decisivo contra los líderes alemanes en los Juicios de Nuremberg, pero lo cierto fue que en la práctica las dificultades para señalar a los acusados fueron enormes para la fiscalía. La primera razón fue la división de los fiscales porque los soviéticos se negaron a reconocer que hubiese existido tal «Holocausto», alegando que las verdaderas víctimas de los alemanes habían sido los rusos y no los judíos (el motivo de ello era el profundo antisemitismo de Iósif Stalin y también a que la estrategia rusa se basó en victimizar al pueblo soviético en detrimento de los hebreos, a los que reprochaba inventarse un genocidio para distraer la atención sobre el sufrimiento de los eslavos). Ante esta actitud soviética que sin duda beneficiaba a los acusados, los fiscales norteamericano, británico y francés tuvieron que llevar el cargo de Crímenes contra la Humanidad por cuenta propia y sin esperar ningún apoyo del fiscal ruso. Por si esto fuera poco, los principales arquitectos del Holocausto estaban muertos como Adolf Hitler, Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich, además de hallarse desaparecidos Adolf Eichmann, Martin Bormann y Heinrich Müller. De hecho y a pesar de una exhaustiva búsqueda, ni siquiera pudo encontrarse un documento firmado por el mismo Führer en que se ordenase el exterminio sistemático del pueblo judío. Las pruebas únicamente tuvieron que recopilarse de imprecisos testimonios de terceros que fueron desfilando por el estrado como Otto Bradfisch, jefe del Einstazgruppe 8, quién escuchó en una ocasión decir a Himmler que los fusilamientos de judíos en la URSS los había ordenado el Führer; o Erich Naumann, jefe del Einsatzgruppe B, que oyó a Heydrich decir lo mismo. La única excepción fue la declaración de Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio de Auschwitz, que actuando como testigo relató lo sucedido dentro de la instalación al detalle y señaló la responsabilidad directa de todos los altos mandos de las SS, desde Himmler a Kaltenbrunner y él mismo. A raíz de tales inconvenientes solamente se pudo verter la responsabilidad casi total sobre Hans Frank en calidad de Gobernador del Gobierno General de Polonia, a Ernst Kaltenbrunner en condición de alto cargo de las SS (fue quién lo tuvo más difícil porque el general Otto Ohlendorf que había acudido como testigo, le situó liderando personalmente matanzas en Ucrania), a Fritz Sauckel por su papel en la deportación de esclavos y a Julius Streicher por la propaganda antisemita difundida en los periódicos (aunque éste último cargo fue un error porque sus publicaciones no tuvieron ningún papel en el proyecto de la Solución Final).

Los Crímenes contra la Paz estuvieron muy bien fundamentados en el caso de Polonia y la Unión Soviética, algo de lo que era imposible ser exculpado, aunque no en el resto de naciones agredidas. Por ejemplo en la violación de las fronteras contra Dinamarca, Bélgica, Holanda y Luxemburgo que se achacó al Ministro de Exteriores Joachim Von Ribbentrop y a Rudolf Hess, las ocupaciones militares se llevaron a cabo por un mera cuestión estratégica preventiva ante el enemigo tal y como los Aliados habían hecho al mismo nivel con Islandia, Groenlandia, Irak, Siria, Líbano o Irán. Respecto a Grecia, la intervención alemana había tenido lugar porque el Ejército Británico había desembarcado con anterioridad en el país heleno que por aquel entonces se encontraba en guerra contra Italia (pero no con Alemania que estaba intentando mediar una solución pacífica con Roma); mientras que en Yugoslavia habían sido los ingleses los que habían provocado un golpe de Estado en Belgrado para implantar un gobierno anti-alemán. Más polémica fue todavía la invasión de Noruega con la que se acusó al almirante Erich Raeder encargado de llevar las tropas a bordo de los buques de la Marina de Guerra Alemana (Kriegsmarine), ya que Berlín nunca tuvo ningún interés en Escandinavia hasta que descubrieron que la Marina Real Británica (Royal Navy) había zarpado de Escocia para ocupar el país y establecer bases aéreas desde las que bombardear el Tercer Reich, lo que evidentemente obligó a los alemanes a adelantarse unas horas al ataque y conquistar el país escandinavo.

Los Crímenes de Guerra recayeron principalmente en los generales Wilhelm Keitel y Alfred Jodl en su calidad de jefes del Estado Mayor del Ejército Alemán (Wehrmacht). La brutalidad del trato hacia los prisioneros soviéticos del Ejército Rojo en el Frente Oriental fue indudable en su acusación porque las muertes alcanzaron millones, exactamente igual que las ejecuciones a los cautivos norteamericanos, británicos y canadienses durante la campaña de Normandía. Más complicada fue la imputación de las represalias hacia los partisanos, especialmente en la URSS y Yugoslavia, ya que las ejecuciones sumarias sin juicio previo en casos de extremo riesgo sí estaban contempladas en los códigos militares de todos los ejércitos del mundo e incluso en determinadas ocasiones en el Tratado de La Haya. El único problema era que el movimiento guerrillero alcanzó niveles gigantescos jamás previstos en la Segunda Guerra Mundial, por lo que las acciones contraguerrilleras practicadas por los militares alemanes sobrepasaron lo moral y la desproporción fue bárbara como el fusilamientos masivo de personas, la destrucción de aldeas, el secuestro de rehenes y el exterminio de poblaciones enteras.

Muy posiblemente la Matanza de Katyn fue uno de los casos más polémicos de los Juicios de Nuremberg porque la Unión Soviética que era la autora del crimen tras haber asesinado a más de 20.000 polacos en 1940, intentó echar las culpas de lo sucedido al Tercer Reich a pesar de las recomendaciones en contra del resto de la fiscalía. Para ello el fiscal soviético Román Andriyovych Rudenko elaboró una versión mediante la cual afirmaba que los alemanes habían cometido la masacre en el otoño de 1941 (un año y medio después de los hechos), haciendo llamar al estrado a varios testigos manipulados y presentando una serie de pruebas falsas en las que se modificaron las fechas para inculpar a las SS. Lamentablemente para Rudenko, los documentos que mostró la defensa y también los testigos que hizo venir con testimonios mucho más veraces, obligó a los jueces a suprimir la Matanza de Katyn como hecho inculpatorio a los alemanes por miedo a que la verdad saliera a relucir y la opinión pública se echara encima de la causa de los Aliados.

Si la Matanza de Katyn fue polémica para la URSS, todavía lo sería más si la defensa sacaba la firma del Pacto Ribbentrop-Molotov mediante el cual el Tercer Reich y la URSS acordaron invadir y repartirse Polonia en 1939, lo que hacía a Moscú tan responsable del estallido de la Segunda Guerra Mundial como a Berlín. Temiéndose tal cosa, el Kremlin envió a Nuremberg a Nikolai Zoria, un abogado militar encargado de intentar convencer a sus socios de no abordar esta cuestión. Lamentablemente para el ruso, la acusación estadounidense finalmente preguntó en medio de la sesión al Ministro de Exteriores Joachim Von Ribbentrop acerca del caso polaco en 1939; lo mismo que la defensa dirigida por el abogado Alfred Seidl que llamó al estrado al antiguo secretario Ernst Von Weizsöcker, quién no dudó en revelar el protocolo secreto Berlín-Moscú que preveía ceder a los soviéticos su influencia política y militar en los Países Bálticos, Finlandia y ciertas zonas de Rumanía (a pesar de que el fiscal Andriyovych Rudenko intentó evitarlo por todos los medios sin éxito porque el juez británico Geoffrey Lawrence desestimó la queja). A raíz de este fracaso en la sala por parte del abogado militar ruso, la Policía Estatal Soviética (NKVD) decidió vengarse de Nikolai Zoria y por ello esa misma noche unos agentes lo asesinaron en la habitación de su hotel.

Poco a poco los Juicios de Nuremberg se fueron prolongando en el tiempo y todos los acusados tuvieron que ser atacados y defendidos uno a uno. Por ejemplo se señaló a Hermann Goering y Alfred Rosenberg como principales responsables de haber incitado a la población civil a linchar a todos aquellos pilotos anglo-estadounidenses que hubiesen saltado en paracaídas sobre Alemania en 1943. De hecho al propio Rosenberg se le acusó de ser el ideólogo del nacionalsocialismo a través de su libro El Mito del Siglo XX, algo completamente falso porque ningún jerarca del Tercer Reich lo leyó y encima el pueblo alemán apenas conocía la publicación por ser de complicada lectura y aburrida (el mismo Goering reconoció no haber podido leer más allá de las primeras páginas porque según él el contenido le resultaba incomprensible, asegurando al tribunal que las ideas plasmadas en dicha obra no representaban al Tercer Reich, sino únicamente la opinión personal del autor).

Juicios de Nuremberg. Delante de izquierda a derecha Hermann Goering, Rudolf Hess y Joachim Von Ribbentrop. Atrás de izquierda a derecha los almirantes Karl Doenitz y Erich Raeder.

A Arthur Seyss-Inquart fue igualmente difícil imputarle por la anexión de Austria, el «Anschluss» de 1938, debido que el plebiscito del pueblo austríaco fue completamente legítimo y limpio; aunque sin duda mucho más fácil fue demostrar su culpabilidad cuando se le recordó su gestión al frente del Gobierno de los Países Bajos entre 1940 y 1945 que se rigió por la siguiente política: deportación de los judíos holandeses, ejecución de 4.000 disidentes políticos, secuestro de rehenes, apertura de campos de concentración como el de Hertogenbosch y responsable de las requisas que llevaron a una hambruna entre la población neerlandesa que dejó decenas de miles de muertos. Respecto a Fritz Sauckel y Albert Speer no hubo ninguna duda de su participación en el reclutamiento de mano obra forzosa (aunque el segundo dejó mejor impresión al tribunal tras mostrar su arrepentimiento); mientras que a Wilhelm Frick se le achacó como antiguo Ministro del Interior el asesinato de miles de discapacitados; y a Baldur Von Schirach la detención de los judíos de Austria. Algo más sencillas tuvieron las cosas Hjalmar Schacht, Franz Von Papen y Hans Fritzsche gracias a que sus responsabilidades en el Tercer Reich habían sido anteriores a la Segunda Guerra Mundial y era muy complicado su acusación; aunque Konstantin Von Neurath que se hallaba en su misma situación, pudieron encontrar ciertos cargos de consistencia por su mano dura a la hora de dirigir el Gobierno de Checoslovaquia.

Karl Doenitz fue el caso más injusto de los abordados en los Juicios de Nuremberg porque el almirante jamás tendría que haberse sentado en el banquillo. La razón de haber imputado a una figura claramente inocente fue haber decretado en 1942 la orden no socorrer a los náufragos de los buques torpedeados por los submarinos. A pesar de que tal cosa era absurda porque ninguno de los contendientes había cumplido esta norma, el motivo alegado por Doenitz estuvo muy bien fundamentado porque la consecuencia de este crudo reglamento naval fue el hundimiento del Laconia cerca de Sudáfrica, un buque prisión de la Marina Real Británica (Royal Navy) que transportaba soldados ingleses y polacos, así como un millar de prisioneros italianos. Durante este incidente en el cual los alemanes enviaron varios sumergibles para rescatar a los náufragos e incluso se pusieron en contacto con sus enemigos de la Commonwealth para cooperar en las labores de rescate, no sólo fue correspondido, sino que además la Fuerza Aérea Real Sudafricana, en una actitud claramente criminal, bombardeó a los alemanes que estaban sacando del agua a los heridos ingleses y encima acertó con algunos de los artefactos a varios botes, matando a numerosos náufragos británicos. Fue a raíz de este acontecimiento, como en un mísero intento de ocultar un crimen cometido por los mismos Aliados hacia sus propios hombres, se imputó inmoralmente a Doenitz para desviar la atención y tergiversar la verdad, cuando precisamente el almirante tendría que haber sido premiado por un acto de solidaridad tan noble como lo ocurrido con el Laconia. Incluso el mismo almirante Chester Nimitz de la Flota Estadounidense (US Navy) defendió a su viejo enemigo asegurando que su escuadra nunca se había parado a recoger a marineros nipones durante la Guerra del Pacífico contra Japón, asegurando ante el tribunal que la guerra marítima llevada a cabo por Alemania había sido mucho más limpia que la de los Aliados.

Numerosas fueron las irregularidades a lo largo de los Juicios de Nuremberg que en ocasiones dejaron a muchos de los acusados bajo una situación de indefensión total, independientemente de su culpabilidad o no. Por ejemplo los abogados defensores tuvieron acceso parcial a los folios manejados por la fiscalía, además de carecer de cualquier tipo de secretarias o equipo técnico para agilizar la investigación. Por si fuera poco y a diferencia de sus contrincantes que representaban a los vencedores de la contienda, estos podían formular siempre los testigos que desearan y la defensa solamente elegir algunos de forma muy limitada. A esto hubo que añadir las escuchas ilegales por micrófonos y grabadoras de los acusados tanto en las celdas de la prisión como en el comedor, incluso en la salas habilitadas para abogados y clientes, lo que facilitaba a la fiscalía la estrategia a tomar a pesar de ser una clara vulneración de los derechos del reo.

Veredicto

Aproximadamente los Juicios de Nuremberg tendrían que haber finalizado el 3 de Julio de 1946, pero tanto la improvisación de la fiscalía como la abundancia de pruebas en contra y a favor de los acusados, hizo que se prolongara hasta otoño. De hecho, tan largo se hicieron los procesos que un periódico publicó una satírica viñeta del juez Geoffrey Lawrence, quién con una densa barba que inundaba toda la sala y golpeando con el mazo sobre la mesa exclamaba: «¡El proceso ha terminado, el último acusado ha muerto de viejo». Así pues, se tendría que esperar hasta finales de Septiembre para agotar todos los testigos y la documentación recogida. Las últimas sesiones concluyeron con una larga exposición de los fiscales, sobretodo de Robert Jackson que volvió a reiterar la culpabilidad de todos los sentados en el banquillo; así como en la oportunidad de pronunciar un discurso a la defensa que hicieron los abogados y cada uno de los acusados, entre los que especialmente destacó el de Goering.

La fase de la sentencia comenzó a las 10:00 horas del lunes 30 de Septiembre de 1946 mediante un resumen que el tribunal relató a la sala desde los inicios del nacionalsocialismo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Durante la sesión en que cada uno de los cuatro jueces llevó consigo un documento de 250 páginas se dictaminó la sentencia de las organizaciones del siguiente modo: el Cuerpo del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), las SS y la Gestapo fueron declaradas organizaciones criminales y culpables; mientras que el Gabinete del Tercer Reich, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Alemanas (Heer), el Alto Mando del Ejército Alemán (OKW) y las SA fueron exoneradas de cualquier responsabilidad y declaradas inocentes.

El martes 1 de Octubre de 1946 los Juicios de Nuremberg concluyeron con la lectura de las sentencias a los acusados. Exactamente a las 14:50 horas el mariscal Hermann Goering compareció en la sala y se sentó en el banquillo. Acto seguido, el Presidente del Tribunal, Geoffrey Lawerence, leyó en voz alta: «Acusado Hermann Wilhelm Goering, respecto a los cuatro cargos…», pero entonces el mariscal hizo un gesto con la mano para indicar que la conexión del auricular se había interrumpido. Inmediatamente dos suboficiales técnicos del Ejército Estadounidense acudieron a su asiento y tras unos segundos de espera repararon la avería. Una vez vuelto el sonido, el juez prosiguió: «Acusado Hermann Goering, respecto a los cuatro cargos de acusación, ha sido usted reconocido culpable, y es condenado a la horca». Casi de forma simultánea los intérpretes tradujeron «pena de muerte» a los cuatro idiomas: «to death by hanging» (inglés), «tod durch den strang» (alemán), «kazn cherez poveschenie» (ruso) y «condamné à la pendaison» (francés). Apenas sin articular una palabra y en profundo silencio, el mariscal Goering se levantó, dio media vuelta y escoltado por los soldados norteamericanos fue conducido a la prisión a paso militar.

Aproximadamente entre las 14:50 y 15:40 horas de la tarde de aquel 1 de Octubre de 1946, los jueces del Tribunal de Nuremberg fueron leyendo las sentencias a los acusados de forma individual una a una mientras los individuos iban entrando y saliendo de la sala. El proceso que no duró más de cuatro minutos por persona, dictaminó las siguientes resoluciones:

-Hermann Goering = Culpable de todos los cargos. Pena de muerte.
-Rudolf Hess = Culpable de los cargos 1º y 2º. Cadena perpetua.
-Joachim Von Ribbentrop = Culpable de todos los cargos. Pena de muerte.
-Wilhelm Keitel = Culpable de todos los cargos. Pena de muerte.
-Ernst Kaltenbrunner = Culpable de los cargos 3º y 4º. Pena de muerte.
-Alfred Rosenberg = Culpable de todos los cargos. Pena de muerte.
-Hans Frank = Culpable de los cargos 3º y 4º. Pena de muerte.
-Wilhelm Frick = Culpable de los cargos 2º, 3º y 4º. Pena de muerte.
-Julius Streicher = Culpable del cargo 4º. Pena de muerte.
-Walther Funk = Culpable de los cargos 2º, 3º y 4º. Cadena perpetua.
-Hjalmar Schacht = Inocente de todos los cargos. Absolución.
-Karl Doenitz = Culpable de los cargos 2º y 3º. Diez años de prisión.
-Erich Raeder = Culpable de todos los cargos. Cadena perpetua.
-Baldur Von Schirach = Culpable del cargo 4º. Veinte años de prisión.
-Fritz Sauckel = Culpable de los cargos 3º y 4º. Pena de muerte.
-Alfred Jodl = Culpable de todos los cargos. Pena de muerte.
-Franz Von Papen = Inocente de todos los cargos. Absolución.
-Arthur Seyss-Inquart = Culpable de los cargos 2º, 3º y 4º. Pena de muerte.
-Albert Speer = Culpable de los cargos 3º y 4º. Veinte años de prisión.
-Konstantin Von Neurath = Culpable de todos los cargos. Quince años de prisión.
-Hans Fritzsche = Inocente de los todos los cargos. Absolución.
-Martin Bormann (ausente) = Culpable de todos los cargos. Pena de muerte (invalidada por defunción).

Bien distintas fueron las reacciones de los acusados al saber la resolución final del Tribunal de Nuremberg tal y como entrevistó a los culpables y absueltos el psiquiatra de la Prisión de Nuremberg, Gustave Gilbert. La mayoría de los condenados a morir aceptaron con valentía su destino desde el principio como Hermann Goering, Ernst Kaltenbrunner, Hans Frank, Arthur Seyss-Inquart, Julius Streicher, Wilhelm Frick, Alfred Rosenberg o Joachim Von Ribbentrop, aunque este último lamentó no haber dispuesto de tiempo para escribir sus memorias. Solamente Fritz Sauckel se negó a creerlo durante un tiempo al pensar que había sido un error de la traducción; mientras que los militares Wilhelm Keitel y Alfred Jodl se quejaron de ser castigados a la horca en lugar de ser fusilados como correspondería a su graduación (curiosamente el general Dwith Eisenhower de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas en Europa y futuro Presidente de Estados Unidos criticó la sentencia contra ellos dos tras declarar a la prensa que hubiese preferido su absolución). Respecto a los que obtuvieron penas de cárcel la resolución tuvo menos consenso porque salvo a Baldur Von Schirach y Albert Speer que les pareció justa, no fueron de la misma opinión Karl Doenitz o Konstantin Von Neurath que la consideraron excesiva, o Erich Raeder que solicitó ser condenado a muerte sin éxito antes que pasar el resto de su vida en una celda. Más suerte tuvieron los tres absueltos Hjalmar Schacht, Hans Fritzsche y Franz Von Papen que ese mismo día recogieron las cosas de la prisión y salieron en libertad para ofrecer una rueda de prensa ante los periodistas. Sorprendentemente el caso de Rudolf Hess fue algo particular porque debido a su locura y falta de atención psíquica pensó que lo habían sentenciado a morir hasta que su abogado Alfred Seidl le explicó que su castigo era la cadena perpetua, a lo que éste, contento por el resultado y como si la cosa no fuera con él, dijo: «Pues no me esperaba algo así. Ahora que tengo tiempo, querría leer Tsushima, la novela de Frank Tiess sobre la guerra naval ruso-japonesa, pues creo que es muy interesante».

Jueces del Tribunal de Nuremberg. De derecha a izquierda el ruso Iona Nikitchenko, el inglés Geoffrey Lawrence, el estadounidense Francis Biddle y el francés Donnedieu de Vabres.

A nivel estadístico los Juicios de Nuremberg se prolongaron 218 días en un total de 407 sesiones desde el 20 de Noviembre de 1945 hasta el 1 de Octubre de 1946. Durante ese tiempo se recopilaron 16.000 páginas con 4 millones de palabras, además de presentarse 5.350 pruebas, registrarse 300.000 declaraciones y hacer comparecer a 240 testigos, todo ello acompañado de 5.300 documentos (2.700 la defensa y 2.600 la acusación), 780.000 fotografías, 13.000 rollos de película, 27.000 metros de cinta magnetofónica, 7.000 grabaciones en discos, 14 millones de palabras emitidas por teletipos y 85 cuadernos con las actas taquigráficas de Adolf Hitler con el Estado Mayor Alemán.

Ejecuciones

Concluidos los Juicios de Nuremberg, las cuatro potencias representadas por Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Francia concedieron solamente cuatro días a los acusados para presentar alegaciones. Con la excepción de Ernst Kaltenbrunner que aceptó la condena a muerte a pesar de los ruegos de su abogado Kurt Kauffman, o Albert Speer y Baldur Von Schirach que también asumieron los veinte años de prisión; el resto elaboraron un recurso para solicitar clemencia o la reducir la pena, llegando incluso Arthur Seyss-Inquart a escribir una carta de intercesión a la Reina Guillermina de Orange de Holanda, o el mariscal Alfred Jodl al Presidente de Estados Unidos Harry Truman. Desgraciadamente todo se trató de un formalismo porque en secreto los Aliados ya habían pactado no conmutar ninguna pena de muerte, ni tampoco reducir los años de cárcel del resto.

El 15 de Octubre de 1946, día escogido como previo para la ejecución de los condenados en los Juicios de Nuremberg, se dobló la seguridad en la Prisión de Nuremberg mediante un despliegue en el exterior de tanques y cañones antiaéreos al mando del coronel Selby Little por miedo a que simpatizantes nacionalsocialistas intentasen liberar a los presos. Durante aquella misma jornada, el fiscal Friedrich Leistner y el Gobernador de Baviera, Wilhelm Hoegner, fueron pasando por todas las celdas una a una para comunicar a los culpables que las alegaciones habían sido rechazadas en su totalidad. La mayoría de los reos que ya se habían imaginado una respuesta como aquella, no se lo tomaron mal y prosiguieron sus últimas horas de vida entreteniéndose con la lectura y escribiendo cartas de despedida a familiares, con la excepción de Hans Frank, Ernst Kaltenbrunner y Arthur Seyss-Inquart que acudieron a misa, rezaron y comulgaron.

Inesperadamente a las 22:44 horas de la noche de aquel 15 de Octubre de 1946, el soldado Harold Johnson que vigilaba a Hermann Goering desde la puerta de la celda, escuchó un chasquido en los dientes del mariscal, al que siguió una exhalación de aire y finalmente unas fuertes convulsiones. Inmediatamente advirtió de un grito al resto de guardias de la Prisión de Nuremberg, quienes tras correr de un lado a otro dando el aviso, hicieron venir a la celda número 5 de Goering al coronel Burton Andrus, a un médico y al capellán Henry Gerecke. Nada más acceder al interior, el mariscal dejó de agitarse en medio de su crisis cardíaca para adquirir un tono azul en el rostro. Bastaron algo menos de siete minutos para que el doctor certificase su muerte tras haberse suicidado ingiriendo una cápsula venenosa de cianuro, la cual encontraron tirada en el suelo, lo mismo que fragmentos minúsculos de cristal entre sus dientes.

La muerte de Hermann Goering, considerado la «estrella» de los Juicios de Nuremberg, arruinó toda la ceremonia de ejecuciones que los Aliados tenían previsto en Nuremberg. Entre las consecuencias de su fallecimiento estuvo la pérdida de millones de dólares en los rotativos de periódicos y prensa de varios países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Australia debido a que algunos periodistas mandaron el artículo de la ejecución antes de llevarse a cabo para obtener el mérito y ser los primeros en ventas. Respecto al coronel Burton Andrus encargado de su custodia, se tomó lo sucedido como el fin de su carrera y una humillación personal que no superaría de por vida tal y como relató con las siguientes palabras: «Primero Ley, luego Goering, y de todo esto respondo yo». Además y como medida cautelar, se registraron todas las celdas del resto de los condenados, a los que esposaron y sometieron a vigilancia constante para evitar más suicidios antes de los ahorcamientos que iban a tener lugar dentro de unas horas.

El Gimnasio de la Prisión de Nuremberg fue habilitado para albergar al Consejo de Control compuesto por cuatro generales de los Ejércitos Estadounidense, Británico, Soviético y Francés, a dos representantes políticos del Gobierno Alemán Pro-Aliado, el coronel Burton Andrus, ocho periodistas (dos por cada una de las cuatro potencias), los dos sacerdotes Henry Gerecke y Sixtus O’Connor, los dos representantes alemanes Wilhelm Hoegner y Friedrich Leistner, y cuatrocientos cincuenta acreditados entre funcionarios de prisión, médicos, fotógrafos, secretarios observadores, etcétera, además del verdugo que era un suboficial de 40 años llamado John Woods, quién hasta la fecha había ejecutado a 364 condenados a muerte durante su vida profesional y que en aquellos instantes contaba con un equipo de cinco ayudantes y un segundo verdugo sustituto que se llamaba Albert Pierrepoint. Justo al fondo de la sala de 25 metros de largo por 10 metros de ancho pavimentada con suelo de linóleum y serrín, se hallaban unas mesas con máquinas de escribir, botellas de whisky, tazas de café y tabaco rubio; mientras que a tan sólo cuatro metros de distancia de éstas se erigía el patíbulo de 2’5 metros de altura al que se accedía desde una escalera de trece peldaños de madera a una plataforma de tres horcas color verde (dos para los condenados y una de reserva de 3 metros y 15 centímetros), cuyas cuerdas artesanales marca «John Edgington & Co» de tres metros de longitud (fabricadas en el número 108 de la Calle Old Kent de Londres por un anciano de 62 años llamado Harry Moakes) eran de cáñamo italiano con piel de becerro y prácticamente irrompibles porque habían sido probadas con sacos de 75 a 90 kilogramos de peso.

A las 1:11 horas de la madrugada del 16 de Octubre de 1946, el Ministro Exteriores Joachim Von Ribbentrop entró en el Gimnasio de la Prisión de Nuremberg escoltado por el coronel Selby Little, un oficial y dos soldados. Tras echar un vistazo a su alrededor, subió a la plataforma y se detuvo ante un oficial que le preguntó: «¿Cuál es su nombre?», a lo que contestó: «Joachim Von Ribbentrop». Rápidamente un soldado le esposó las manos, otro le ató los tobillos y un último le colocó la capucha negra sobre la cabeza mientras la soga era enrollada en torno a su cuello. «¿Tiene todavía algo que decir?» volvió a preguntar el oficial. Sus últimas palabras fueron: «¡Dios proteja a Alemania! Mi último deseo es que Alemania encuentre su ser y que se alcance un entendimiento entre el Este y el Oeste. Deseo la paz en el mundo». Acto seguido la trampilla se abrió y Von Ribbentrop pereció al instante de una fractura cervical.

Dos minutos después de la muerte de Von Ribbentrop, a las 1:13 horas, se procedió a la ejecución del mariscal Wilhelm Keitel que se despidió: «Ruego a Dios Todopoderoso que tenga misericordia del pueblo alemán. Más de dos millones de soldados alemanes han encontrado la muerte por la patria antes que yo. Ahora sigo a mis hijos. Todo por Alemania, Alemania sobre todo». Una vez la vida de Keitel se apagó, el líder de las SS, Ernst Kaltenbrunner, pronunció «¡Buena suerte para Alemania!» antes de que la soga le matara. El siguiente en morir fue Alfred Rosenberg que no quiso decir ninguna frase de despedida y fue arrojado al foso. A continuación le tocó el turno a Hans Frank que anunció a los presentes: «Agradezco el trato amable que se me ha dispensado en mi cautiverio y ruego a Dios que me acoja en su misericordia». Fallecido Frank, Wilhelm Frick gritó «¡Larga vida a Alemania Eterna!» para en seguida caer ahorcado. Menos suerte tuvo Julius Streicher porque tras susurrar «Adelle, esposa mía», el cuello no se fracturó y durante largos minutos agonizó hasta que murió por asfixia. Lo mismo le pasó a Fritz Sauckel que después de protestar «Muero inocente. La sentencia es errónea. ¡Viva Alemania, Dios proteja a mi familia!», también la cuerda falló y hubo de perecer ahogado. Respecto al mariscal Alfred Jodl sus palabras fueron «¡Te saludo Alemania!» y su fallecimiento limpio y rápido. Por último Arthur Seyss-Inquart concluyó: «Espero que esta ejecución sea el último acto de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, y que la lección aprendida en esta guerra sea que debe haber paz y entendimiento entre los pueblos»; segundos después la trampilla se abrió y la cuerda acabó con su vida exactamente a las 2:48 horas.

«Diez hombres en 103 minutos» comentó el verdugo John Woods nada más concluir las ejecuciones. Acabado el trabajo, las cadáveres de la decena de ahorcados, más el del suicida Goering, fueron depositados en unos atáudes de haya blancos situados en un vestuario anejo al gimnasio. Allí esperaron dos horas y media por culpa de la fuerte lluvia y el viento que soplaba en el exterior, hasta que una vez amainado el temporal al amanecer, los cuerpos sin vida fueron subidos a dos camiones militares que abandonaron el Palacio de Justicia de Nuremberg escoltados por motoristas y jeeps de la marca Willy. Nada más dejar atrás la ciudad de Nuremberg a las 5:30, los vehículos tomaron la carretera hacia Furth y luego se desviaron hacia un descampado para entrar en el viejo campo de concentración de Dachau. Allí los cadáveres fueron conducidos hasta un horno crematorio que había estado siendo preparado desde hacía varias horas por un afilador llamado Richard Wagner (curiosamente igual que el compositor que tanto admiraban los ejecutados) y arrojados al interior, primero el de Keitel, segundo el de Goering, luego el del resto y por último el de Streicher. Una vez incinerados (tal y como anteriormente las SS habían quemado a los reos encontrados fallecidos de inanición o enfermedad en el campo), las cenizas fueron amontonadas en cubos de basura que fueron sacados del recinto y finalmente su contenido vertido en las aguas del Río Isar.

Los otros condenados de los Juicios de Nuremberg que habían sido obligados a penas de cárcel en la Prisión de Spandau cumplirían sus sentencias de una forma más leve e incluso reducirían notablemente sus castigos. Por ejemplo Konstantin Von Neurath salió antes de lo previsto, en 1954, por problemas de salud. Lo mismo le sucedió al almirante Erich Raeder que abandonó el recinto en 1955, como el almirante Karl Doenitz en 1956 tras finalizar el tiempo impuesto por el tribunal. Por baja médica a Walther Funk se le conmutó la cadena perpetua y se le dejó marchar en 1957; mientras que Albert Speer y Baldur Von Schirach cumplieron sus 20 años de encierro hasta ser liberados en 1966. Únicamente Rudolf Hess consumó la cadena perpetua íntegra sin posibilidad de ser absuelto, falleciendo en la Prisión de Spandau el 17 de Agosto de 1987.

 

Bibliografía:

-Fernando Paz, Nuremberg, Juicio al Nazismo, La Esfera de los Libros (2016), p.11-609
-Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial. Volumen 7. «El Proceso de Nuremberg», S.A.R.P.E. (1978), p.11-187
-https://en.wikipedia.org/wiki/Nuremberg_trials