A medida que la Segunda Guerra Mundial se fue prolongando en el Lejano Oriente, mayores fueron los crímenes perpetrados por el Imperio Japonés como consecuencia del aislamiento, el hambre y los cruentos combates sobre los vastos y distantes escenarios en el Océano Pacífico. Así fue como se recurrió a fusilamientos entre la minoría chamorro de las Islas Marianas, a ejecuciones de prisioneros norteamericanos en la Isla de Wake, e incluso al canibalismo practicado en Nueva Guinea, sin obviar otros abusos en las Islas Salmón, las Islas Gilbert, Islas Marshall, Islas Palau, etcétera.
Cuando la Guerra del Pacífico se volvió en contra de Japón durante la Batalla de Guadalcanal entre 1942 y 1942, las tropas del Ejército Imperial Japonés que ocupaban las Islas Salomón comenzaron a ser víctimas de los ataques partisanos desde la inmensidad de la jungla por parte de la Guerrilla Salomoniesa. Como consecuencia de este hostigamiento, los japoneses fueron artífices de duras represalias contra la población civil mediante la quema de aldeas y el fusilamiento de numerosos indígenas negros acusados de colaborar con Estados Unidos.
Mucho peor fue el comportamiento de las 160.000 tropas del Ejército Imperial Japonés que se quedaron aisladas en Nueva Guinea, prácticamente sin alimentos y suministros debido al bloqueo naval de la Flota Estadounidense (US Navy). Ante esta grave carestía de comida que alcanzó límites inimaginables de desesperación, los hambrientos japoneses devoraron a soldados enemigos muertos a los que extraían la carne de los muslos y nalgas, o del hígado, el corazón y las entrañas. Sin embargo en cuanto se acabaron los cadáveres, los nipones recurrieron a los campos de prisioneros, en donde seleccionaban a los cautivos más sanos, antes de matarlos, cocinarlos y comerlos (aunque muchos fueron ingeridos crudos mordiendo las pieles desnutridas). Curiosamente y entre los casos más famosos de canibalismo, estuvo el del soldado indio Hatam Ali que se enfrentó a dos guardias que deseaban devorarle vivo, logrando golpearles y en un descuido escapar hacia la selva, donde sería rescatado por los Aliados; o el de una patrulla del Ejército Australiano que en una trinchera de la Cordillera Owen Stanley unos cuencos de arroz acompañados por trozos de carne y huesos, que de forma increíble identificaron como lo de un compañero que había desaparecido la noche anterior.

Monumento para recordar a los 99 prisioneros del Ejército Estadounidense asesinados por las tropas del Ejército Imperial Japonés en la Isla de Wake. Curiosamente y aunque en la roca aparece el número 98, esto se debió a que el autor, el último superviviente de la matanza, fue capturado mientras dibujaba sobre la superficie antes de ser ejecutado también. De hecho el «43» en referencia a la fecha del suceso, aparece un poco borroso, lo que indica que en el momento de ser atrapado el soldado norteamericano estaba a punto de concluir su trabajo.
Inesperadamente el 9 de Septiembre de 1943, unos aviones de la Fuerza Aérea Estadounidense (USAF) bombardearon la Isla de Wake en el Pacífico Central. Como represalia a este ataque, el comandante de la guarnición, Shigematsu Sakaibara, ordenó llevar al norte del territorio insular a los 98 prisioneros del Ejército Estadounidense que habían sido capturados en 1941, donde fueron puestos en fila y asesinados por los disparos de una ametralladora automática. Sólo un supervivientes se escondió durante algún tiempo en la isla, regresando al lugar de la masacre para grabar sobre una piedra coralina el siguiente mensaje: “98 US POW 5-10-43” (98 prisioneros de guerra estadounidenses y la fecha), aunque justo cuando estaba terminando de hacer la inscripción, fue descubierto por los guardias y decapitado de un tajo de katana por el mismo comandante Shigematsu Sakaibara, ascendiendo la cifra entonces a 99 ejecutados.
A partir de 1944, los soldados del Ejército Imperial Japonés comenzaron a perseguir a la etnia de los chamorros, unos indígenas de raza negra que vivían en las Islas Marianas y las Islas Palau, ya fuese tomando duras represalias contra sus aldeas, llevando a cabo ejecuciones sumarias o albergando a los miembros de la minoría en campos de trabajo esclavo. De hecho, uno de los sucesos más crueles en este aspecto, tuvo lugar durante la Batalla de Guam entre Julio y Agosto de 1944 porque los soldados japoneses que ocupaban la isla aniquilaron a más de 600 ciudadanos chamorro antes de que el resto fueran liberados por el Ejército Estadounidense.
La cifra de víctimas entre indígenas, prisioneros de guerra o «no combatientes» sobre el Océano Pacífico fue de unos 50.000 muertos entre 1943 y 1945. A pesar de que un alto porcentaje perecieron por culpa del bloqueo o los bombardeos efectuados por los Estados Unidos, muchos miles fueron asesinados como consecuencia de la brutal ocupación ejercida por el Imperio Japonés.
Bibliografía:
-Lawrence Rees, El Holocausto Asiático, Crítica (2009), p.124-128
-José María Palmero García, La Defensa del Atalón de Wake, Revista Serga Nº23 (2003), p.28