La vida y obra de Benito Mussolini fue uno de los capítulos más importantes y decisivos en el devenir del siglo XX . El «Duce», tal y como era conocido estando al frente de Italia, fue el fundador de la llamada «tercera vía», el fascismo, que irrumpió golpeando con fuerza en la escena política internacional para unirse a la refriega ya existente entre el capitalismo y el marxismo. Esta ideología que tendría una expansión territorial sin precedentes y despertaría la pasión de las masas en todos los continentes, sería clave en el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial y en el posterior desarrollo de la Historia Universal.
Desde muy pequeño, Mussolini fue educado en la más estricta enseñanza cristiana como alumno de la Escuela Salesiana de Faenza, donde nunca mostró un interés real por la religión, al mismo tiempo en que se ganó muy mala fama debido a sus constantes peleas con los otros niños y al carácter agresivo hacia sus profesores, especialmente tras su paso por la Escuela de Forlimpopoli. A pesar de esta complicada personalidad en ciertos sentidos hostil, de forma paralela desarrolló una capacidad intelectual especial porque tenía una inteligencia extraordinaria y destacaba muy por encima de sus compañeros en los estudios, obteniendo resultados sobresalientes en historia, política, música, poesía, geometría, etcétera.
Alcanzada la juventud y habiendo terminado sus estudios en la Escuela de Piave Saliceto, Mussolini se doctoró como profesor de lengua francesa; al mismo tiempo en que comenzaba a estudiar con profundidad toda la cultura italiana y a convertirse en un ferviente admirador de Giuseppe Garibaldi, uno de los responsables de la unificación de Italia en el siglo XIX. Curiosamente fue también por aquella época, cuando Mussolini comenzó a ganar fama de orador entre los círculos estudiantiles e intelectuales, dirigiéndose al público sin vergüenza y hablando sobre cualquier tema que se le ocurriese.
Alcanzada la juventud y habiendo terminado sus estudios, Mussolini se doctoró como profesor de lengua francesa; al mismo tiempo en que comenzaba a estudiar con profundidad toda la cultura italiana y a convertirse en un ferviente admirador de Giuseppe Garibaldi, uno de los responsables de la unificación de Italia en el siglo XIX. Curiosamente fue también por aquella época, cuando Mussolini comenzó a ganar fama de orador entre los círculos estudiantiles e intelectuales, dirigiéndose al público sin vergüenza y hablando sobre cualquier tema que se le ocurriese.
Fuera de los estudios, la vida de Mussolini fue de lo más ruin porque constantemente se metía en peleas y refriegas debido a que le encantaba llegar a los puños con sus oponentes, algo que le llevó a ser arrestado en más de una ocasión e incluso a dormir en una celda. De hecho, se emborrachaba a menudo y era muy hedonista, pues practicaba sexo con montones de mujeres, siendo famoso por su actitud fantasiosa y hasta violenta en la cama. Curiosamente, el propio Mussolini del futuro se definió a si mismo con la siguiente descripción: «En ese tiempo yo era un bohemio. Yo me dictaba mis propias reglas y tampoco éstas las respetaba».
En 1902 Mussolini emigró a Suiza para afincarse en Laussana, donde aprendió a hablar los idiomas inglés, alemán y español con fluidez (lo que le convirtió en plurilingüe junto con el italiano y el francés que ya sabía); mientras también se dedicaba a estudiar obras como el vitalismo de Friedrich Nietszche, la política económica de Karl Marx o el pensamiento Arthur Schopenhauer, así como las tesis de pensadores como Georges Sorel y Vilfredo Pareto, o los discursos de ciertos socialistas italianos como Arturo Labriola o Enrico Leone. Al mismo tiempo y durante esta estancia en el territorio helvético, obtuvo dinero trabajando en numerosos oficios: fue obrero en la construcción, profesor de italiano, portador de mensajes, dependiente de almacén de vinos, recadero de droguería, carpintero y secretario de la Asociación de Ladrilleros y Trabajadores Manuales de Laussana. Desgraciadamente y a pesar de que su intención era la de permanecer en Suiza más tiempo, el Gobierno de Roma reclamó a Mussolini en 1905 para hacer el servicio militar, motivo por el cual fue extraditado a Italia e incorporado al Ejército Real Italiano (Regio Esercito), formando parte de la élite del Cuerpo de «Bersaglieri», en cuyas filas sirvió tres años destacado en Verona hasta 1908.
La estancia de Mussolini en Verona le llevaron a uno de sus habituales períodos de decadencia porque las fiestas, el alcohol y el sexo le hicieron caer enfermo de sífilis, a causa de la cual estuvo a punto de suicidarse de no ser por la intervención de los médicos que le salvaron la vida. Una vez recuperada la salud, impartió clases en las escuelas de Oneglia y Tolmezzo, antes de tomar la decisión de trasladarse a vivir a Liguria. Sería precisamente en esta ciudad, donde tomó la decisión de dedicarse a la política, fundando un diario socialista que tituló La Lima. Sorprendentemente y aunque la iniciativa no tuvo éxito debido a sus pocos suscriptores, su forma de escribir llamó la atención de otros editores que le contrataron en Austria para trabajar en otro periódico socialista llamado L’Avvenire del Lavoratore.
Con su nuevo trabajo en el diario L’Avvenire del Lavoratore, todo pareció apuntar a que Mussolini había encontrado la estabilidad, por lo menos hasta que con sus artículos comenzó a criticar con dureza el militarismo y el capitalismo, lo que le llevó a ser expulsado del periódico, especialmente por la agresividad de sus líneas hacia la Iglesia Católica y sobretodo hacia la intervención militar del Ejército Austríaco en Trento. Precisamente su anticapitalismo y anticatolicismo llegó a ser tan radical, que tras innumerables altercados callejeros contra propiedades y personalidades de derechas, fue encerrado una temporada en la Cárcel de Romagna. Curiosamente un periódico de izquierdas que se hizo eco de la noticia sobre su encarcelamiento, bautizó por vez primera a este todavía desconocido como «Camarada Mussolini» e incluso un periodista escribió la palabra «Duce». Así pues, en cuanto Mussolini quedó en libertad, viajó a Forlí para trabajar en el bar de su padre Alessandro, al mismo tiempo en que se afiliaba como militante al Partido Socialista Italiano (PSI).
Raquele Guidi, una chica de 16 años a la que Mussolini conoció en la misma pensión donde se alojaba su padre (concretamente era la hija del sueño), fue la chica de la que se enamoró a pesar de que él le sacaba una década de edad con 26 años. Solamente gracias a su talante con las mujeres, no tuvo ningún reparo moral a la hora de cortejarla y ofrecerla salir, antes de pedirla el matrimonio. Tal y como era de esperar, el padre de Raquele se opuso, por lo que Benito, tan bruto de carácter, extrajo una pistola y amenazó a su suegro asegurándole que le mataría, luego a su hija y por último él mismo se suicidaría. Ante esta reacción tan violenta, el suegro accedió y ambos se casaron, naciendo su primera hija, Edda Mussolini, en el año 1910.
La ciudad de Forlí cambió la suerte de Mussolini porque tras empezar a trabajar en el diario Lotta di Classe, en seguida consiguió situarse en un buen puesto de la redacción. Desde entonces y aprovechando este mismo medio de comunicación, denunció la Guerra Ítalo-Turca de 1911 contra el Imperio Otomano, acusando a las autoridades de ejercer una nueva forma de colonialismo en Libia. A raíz de estas críticas que fueron tildadas de «antipatrióticas» sobre el conflicto en África y de una serie de reyertas callejeras al frente de los socialistas en las que rompió el adoquinado urbano con una pica para construir barricadas, una vez más Mussolini fue encarcelado durante cinco meses en prisión. Curiosamente una vez puesto en libertad, su popularidad había crecido tanto, que en 1912 abrió su propio diario llamado L’Avantini, al frente del cual incrementó las ventas de los 30.000 a los 100.000 ejemplares mensuales. De hecho durante el Congreso de Regio Emilio consiguió que la cúpula del Partido Socialista Italiano expulsara al ala más moderada, obteniendo con esta propuesta una amplia mayoría de 12.556 votos, lo que le valió recibir elogios del revolucionario ruso Vladimir Lenin exiliado en Suiza.
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, Mussolini que se había afincado en Milán, obtuvo el cargo de director de uno de los diarios más famosos del país titulado Il Popolo D’Italia, que por aquel entonces apoyaban financieramente las Compañías Fiat y Edison. Al frente de este periódico, criticó los malos salarios y condiciones laborales de los trabajadores, además de posicionarse en contra de la intervención italiana en la Gran Guerra. Aunque al principio Mussolini se mostró antimilitarista, en cuanto Italia se sumó a la contienda en 1915 declarando la guerra a los Imperios Centrales encarnados por Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Otomano, y por ende sumándose al bando de los Aliados conformado por Gran Bretaña, Francia y Rusia, apoyó decididamente la intervención y la anexión de los «territorios irredentos». A raíz de este giro de postura tan radical, el Partido Socialista Italiano se reunió de urgencia en Bolonia y anunció su expulsión, no sin que antes Lenin criticase la decisión con las siguientes palabras: «Acabáis de echar al único hombre capaz de hacer triunfar la Revolución en Italia». A partir de ese instante todos los artículos de Mussolini estuvieron enfocados a llamar al reclutamiento y al esfuerzo colectivo por la victoria, a veces mediante fondos prestados por el Servicio Secreto Británico MI5 que le pagó el agente Samuel Hoare. Incluso no dudó en crear una milicia popular en Milán junto a otros nacionalistas de izquierda como Filippo Corridoni, Cesare Rossi y Alceste de Ambris que bautizaron como Fascio de Acción Revolucionario (Fasci d’Azione Rivoluzionaria).
Motivado por la Gran Guerra, Mussolini se alistó como voluntario del Cuerpo de «Bersaglieri» en el Ejército Real Italiano con 33 años de edad, recibiendo en 1916 su primer bautismo de fuego contra el Ejército Austro-Húngaro durante la Batalla del Carso que se libró en las proximidades del Río Isonzo. Herido en 1917 a causa de una granada que le dejó incrustados cuatro fragmentos de metralla en el cuerpo, las secuelas fueron tan graves que Mussolini fue operado quirúrgicamente más de veinte veces, dos de ellas sin anestesia en las que tuvo que soportar un dolor indescriptible. Milagrosamente no sólo salvó la vida, sino que además se recuperó y fue trasladado a su hogar donde pasaría el resto de la contienda al lado de su mujer Raquele, con quién tuvo su segundo hijo Vittorio, luego a Bruno, a continuación a Romano y por último a Santamaría.
Al terminar la Primera Guerra Mundial en 1918, el resultado para Italia en la contienda fue nefasto porque la nación sufrió 1 millón de muertos y quedó sumida en la máxima ruina económica con las arcas en bancarrota, la industria del norte destruida y la población sufriendo las mayores pobrezas y miserias. A esta desgracia hubo que añadir el contagio de la Revolución Bolchevique en Rusia que había animado a los amotinamientos de la tropa, huelgas masivas, colectivizaciones de propiedades y altercados violentos por toda la geografía de la Península Italiana; y todo ello sin que los Aliados Occidentales representados por Gran Bretaña y Francia hubiesen satisfecho las demandas prometidas por las cuales el país había ido a la guerra, debido que salvo por las pequeñas provincias austríacas de Bolzano, Trieste y Trento, los territorios en Yugoslavia, Albania y África no les fueron entregados a los italianos, lo que hizo sentirse a la mayor parte de la población estafada y traicionada. Tampoco ayudó la incapacidad del Gobierno del Partido Socialista Italiano por mejorar la situación de una democracia corrupta y un sistema liberal caduco que era incapaz de poner orden entre los movimientos revolucionarios que estaban conduciendo al país al hundimiento e incluso al borde de una guerra civil. A raíz de todos estos factores de extrema gravedad para la supervivencia misma de su patria, Mussolini se sintió tan defraudado con las derechas y el ideario socialista, quién después de muchas reflexiones llegó a la conclusión de que era necesario abandonar la revolución del proletario en favor de la revolución del ciudadano como una herramienta indispensable para hacer grande y moderna a una nación, algo que muy pronto encontraría eco en el fascismo.
Oficialmente el 23 de Marzo de 1919, Benito Mussolini fundó el fascismo tras ofrecer un discurso en la Plaza del Santo Sepolcro de Milán, en donde demostró su gran calidad como político y orador de masas criticando a los sindicatos y patronales a los que culpabilizó de enfrentar a empresarios y trabajadores, antes de leer ante los presentes el famoso texto del Manifiesto Fascista. De manera inmediata a este acontecimiento que muchos todavía desconocían que sería histórico, Mussolini creó una milicia bautizada como Fascios de Combate (Fasci di Combattimento), cuya función fue la de llevar el orden a las calles y acabar con la anarquía social imperante en Italia, haciéndose estos guerreros muy pronto famosos por sus característicos uniformes oscuros, feces en la cabeza y por los saludos romanos como forma de comunicación, lo que les hizo ser conocidos a nivel popular como los «Camisas Negras».
El 9 de Noviembre de 1921, Benito Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista (PNF) en Milán, un proyecto totalmente revolucionario que se erigía como una alternativa o «tercera vía» tanto al capitalismo como al comunismo. Básicamente su programa defendía un socialismo de corte nacionalista que agruparía a todos los sectores económicos de trabajadores y empresarios en corporaciones estatales, así como la necesidad de una amplia seguridad social, la modernización de infraestructuras y una renacionalización de productos básicos y gran parte de la industria, banca, etcétera. A este pensamiento izquierdista, también se le añadió un sentido de «risorgemento» de la cultura italiana, de la revitalización histórica del patriotismo y de la propuesta de expansión a través de un espacio vital o «irredentismo» que debía propiciar la anexión de territorios de habla italiana como Dalmacia a costa de Yugoslavia o la Isla de Malta, así como la urgencia de convertir a Italia en una superpotencia del Mar Mediterráneo con influencia en Grecia, Albania, Córcega, Túnez o Egipto con los que se reconstruyese un nuevo Imperio Romano denominado «Marenostrum».
La carrera de Mussolini al frente del Partido Nacional Fascista fue imparable porque a pesar de que en las elecciones de 1921 únicamente obtuvo 35 escaños en el Parlamento Italiano, rápidamente su organización comenzó a crecer como consecuencia de la popularidad de los Camisas Negras que fueron pacificando amplias zonas de Italia a base de reyertas y violentas peleas contra los revolucionarios de izquierda y militantes del Partido Comunista Italiano. De hecho y gracias a su capacidad oratoria y de convencimiento entre las masas, así como la de todo su equipo conformado por Italo Balbo, Emilio De Bono, Michele Bianchi, Cesare De Vecchi, e incluso artistas del futurismo como Filippo Marinetti, Mussolini fue agrupando cada vez más militantes de todas las capas sociales entre los que hubo obreros, campesinos, soldados, empresarios, policías, clases medias, etcétera. Sin embargo, su mayor éxito tendría lugar durante la huelga general del verano de 1922, cuando los Camisas Negras frustraron el acontecimiento y obligaron a todos los manifestantes a disolverse. Este suceso que estuvo a punto de causar una insurrección general de todas las izquierdas e incluso amenazó con que la situación derivase en una guerra civil, llevó a Mussolini a tomar la decisión de adelantarse a sus oponentes y organizar él mismo su propia «Revolución Fascista».
El 28 de Octubre de 1922 aconteció la «Marcha sobre Roma» cuando Benito Mussolini se puso al frente de 25.000 Camisas Negras que partieron desde diversas ciudades del país y se encaminaron hacia la capital de Italia. Esta andadura, también conocida como «Revolución Fascista», no precisó ni un sólo tiro porque las masas trabajadoras fueron uniéndose entusiasmadas a la columna, lo mismo que las fuerzas del orden público como policías y soldados que no opusieron ningún tipo de resistencia, hasta que Mussolini se presentó en Roma para ser recibido como una especie «Julio César» por la población civil, antes de dirigirse al Palacio Real y pronunciar ante el Rey Víctor Manuel III de Saboya las siguientes palabras: Pido perdón por tener que presentarme ante Vuestra Majestad con la camisa negra puesta, de vuelta de la batalla, afortunadamente incruenta, que se ha tenido que librar. Traigo a vuestra Majestad la Italia de Vittorio Véneto, de nuevo consagrada por la victoria, y soy fiel siervo de vuestra Majestad. Convencido por las palabras de aquel individuo al que acababa tener ocasión de conocer y después de haber sido disuelto todo el Parlamento, el monarca aceptó formar un Gobierno de Coalición bajo el liderazgo del Partido Nacional Fascista y teniendo a Mussolini como Jefe de Gobierno. Con esta última decisión, comenzaba un nuevo período histórico y revolucionario que sería conocido como la «Era Fascista».
Durante el Gobierno de Coalición en que Benito Mussolini ejerció la Jefatura de Gobierno, consiguió dos éxitos fundamentales: primeramente mejoró la situación económica de Italia por la confianza que despertaron sus propuestas de orden y paz; y segundo, frenó en seco los sentimientos revolucionarios de las izquierdas mediante las acciones violentas de los Camisas Negras. Gracias a estos triunfos de popularidad, en las elecciones del 6 de Abril de 1924 el Partido Nacional Fascista obtuvo 4.653.488 votos y por tanto 374 escaños, el equivalente al 64’9% del Parlamento Italiano. Desgraciadamente la impresionante victoria electoral estuvo a punto de ser truncada cuando un grupo de fascistas, actuando por cuenta propia (Mussolini nunca tuvo nada que ver con ellos), secuestraron y asesinaron a Giacomo Matteotti, líder del Partido Socialista Unitario, lo que desató una crisis parlamentaria sin precedentes que a punto estuvo de hacer caer al Partido Nacional Fascista en 1925. Solamente la determinación de Mussolini, quién en un acto de riesgo, subió al estrado para acallar y disolver a toda la Cámara del Parlamento, logró el apoyo necesario de las autoridades para liquidar el sistema democrático-liberal y asumir plenos poderos, instaurando un régimen de «Pardido Único» y proclamándose él mismo «Duce» o «Guía» de la Italia Fascista.
La Italia Fascista fundada por Benito Mussolini fue un «estado revolucionario» en contraposición a las democracias liberales y a los países comunistas porque instauró un verdadero régimen fascista en lo político, lo social y lo económico. Con la creación del Gran Consejo Fascista presidido por el Duce, se terminó de raíz con la rivalidad entre trabajadores y empresarios porque desde entonces una serie de prefectos resolverían los conflictos laborales; al mismo tiempo en que se impulsaba un amplio sistema de seguridad social, se aumentaban salarios, se hacía cumplir la jornada laboral de ocho horas, se aprobaban pensiones para ancianos, se mejoraba la sanidad pública, se triplicaba la producción industrial, se construían infraestructuras más modernas (carreteras asfaltadas, túneles, líneas de ferrocarril, aeropuertos…), entre otras iniciativas. Como consecuencia de estos cambios profundos, se incrementó el poder adquisitivo de los italianos, subió la natalidad, se alargó la esperanza de vida y se creó una clase media mayoritaria. Incluso se solucionaron problemas muy antiguos como la Mafia en Sicilia y la Camorra en Nápoles que fueron suprimidas al completo (los líderes mafiosos fueron ejecutados y el resto encarcelados o exiliados); o la crisis del trigo al sur de la Península Italiana que fue subsanada mediante extensas campañas de recolección, en las que el propio Mussolini trabajó con el torso desnudo para dar ejemplo. Tales éxitos encumbraron al Duce a ojos del pueblo como una especie de «salvador nacional» que había devuelto la dignidad a la patria, algo que propició un apoyo casi total a su causa e incluso a participar activamente en esta «revolución», ya fuese militando los adultos en los Camisas Negras, los estudiantes en la Juventud Fascista Universitaria o los niños en la Ópera Nacional Balilla. Precisamente en el extranjero, grandes mandatarios elogiaron la increíble labor de Mussolini como desde Estados Unidos hizo el Presidente Franklin Delano Roosevelt, desde Inglaterra el político Winston Churchill y desde la India el líder nacionalista Mahatma Gandhi.
A nivel de política exterior, Mussolini también cosechó éxitos sorprendentes porque amplió territorialmente lo que él mismo bautizó como «Imperio Italiano» con la anexión de la Isla de Corfú a costa de Grecia y la Península de Fuime a costa Yugoslavia; además de concluir toda la colonización de Libia con la ocupación del Fezzan y la supresión de la revuelta de la Tribu Sannusi que terminó con la captura y ejecución del líder musulmán Omar Al-Mukhtar. Simultáneamente, fue Mussolini el primer Jefe de Gobierno de Italia que puso fin a las hostilidades con la Iglesia Católica reducida al «micro-estado» del Vaticano, firmando con el Papa Pío XI el Tratado Letrán mediante el que se reconocía la libertad de acción del cristianismo y la reconciliación de la institución eclesiástica con la Corona de los Saboya.
Ostentando Mussolini el título de Duce de Italia, despertó una gran atracción entre las mujeres que le llevó a tener relaciones sexuales con decenas de amantes, todas consentidas por su mujer Raquele. Tan intensa fue su vida sexual (a veces se jactaba de copular con más de dos mujeres en la misma cama) y de diferentes procedencias sus amantes (desde prostitutas, trabajadoras, artistas, aristócratas e incluso una periodista inglesa, así como la escritora judía Margherite Sarfatti), que dejó un gran número de hijos ilegítimos por Italia, como por ejemplo un niño de nombre Albano Mussolini que nació de una chica llamada Ida Dalser. Sin embargo, la mujer que verdaderamente enamoró al Duce, fue Clara Pettaci, quién rompió su matrimonio con un oficial de aviación para mantener en secreto su aventura con Mussolini, la cual perduraría hasta el final de sus días.
Junto a sus familia y amantes, otras personas que jugaron un papel esencial en la vida de Mussolini fueron sus amigos más cercanos, entre estos el mariscal Italo Balbo, así como su hermano Arnaldo Mussolini, por quién lloró amargamente cuando falleció a causa de un repentino infarto en 1931. Sin embargo una de las relaciones más afectivas fue con su yerno, el Conde Galeazzo Ciano que se convirtió en Ministro de Asuntos Exteriores y tuvo ocasión de casarse con Edda Mussolini, siendo esta última de entre sus hijos la más querida por el Duce.
La vida de Mussolini en el ámbito privado estuvo marcada por un abundante número de aficiones de carácter intelectual que incluyeron ámbitos como la música debido a que le encantaba tocar el violín; o la literatura porque publicó varias obras como Mi Diario de Guerra, Vida de Arnaldo, Mi Vida y Obras Completas. Respecto al deporte, fue conocido como el «primer deportista de Italia» porque cada día se levantaba a las 7:00 de la mañana, se bañaba en agua fría, bebía un vaso de leche y a continuación hacía una hora de equitación, para acto seguido practicar el arte de la esgrima. Tal era su pasión por la educación física, que obligó a todos sus ministros y miembros del Partido Nacional Fascista a predicar con el ejemplo haciendo ejercicio con él y corriendo todas las mañanas.
El «culto a la personalidad» fue una de las facetas más populares de Mussolini y vendida por la propaganda a lo largo de toda la existencia de la Italia Fascista. Desde que fue nombrado Duce, se erigieron estatuas, se elaboraron pinturas, se colgaron carteles con su rostro e incluso hasta las marcas de vino llevaron su nombre y la figura de su cara. Bajo el lema de «Mussolini siempre tiene razón», el Duce y sus gestos siempre estaban presentes en todos los lugares públicos, ya fuese en la radio, la prensa, los informativos del cine, fotogramas, revistas, etcétera, e incluso posando junto a efigies de emperadores romanos o el mismo Julio César. De hecho le encantaba mostrar el torso desnudo y buscar la excusa perfecta para quitarse la camiseta y lucir su cuerpo moldeado a base de mucho deporte. Curiosamente, Adolf Hitler desde Alemania criticó esto último diciendo: «un verdadero hombre de Estado no hace estas cosas».
Cuando Adolf Hitler alcanzó el poder en Alemania en 1933 y fundó el Tercer Reich al frente del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), Mussolini comprendió el peligro que tal cosa representaba no sólo para su patria, sino también para su ideología por considerar el nacionalsocialismo como una especia de «versión perversa» del fascismo. Desde entonces toda su política exterior se centró en aislar a Alemania movilizando a cinco divisiones italianas cuando en 1934 las SS propiciaron el «Putsch de Viena» e intentaron sin éxito anexionarse Austria, lo que llevó a Mussolini a firmar rápidamente el Frente de Stresa con el Primer Ministro Ramsay MacDonald del Reino Unido y el Ministro de Exteriores Pierre Laval de Francia. De hecho y en un intento de aliviar la tensión con el Tercer Reich, el Duce recibió a Hitler en Venecia, a quién humilló personalmente porque tras presentarse el Führer con una humilde gabardina civil, Mussolini se mostró ante él con su mejor uniforme militar del Partido Nacional Fascista, consiguiendo que por el momento todas las ansias expansionistas de Alemania fuesen frenadas en Europa.
El 3 de Octubre de 1935 la Italia Fascista de Benito Mussolini invadió Etiopía desde las vecinas colonias del África Oriental Italiana en Eritrea y Somalia, aprovechando un incidente fronterizo en el Desierto de Ogadén que dio inicio a la Segunda Guerra ítalo-Etíope. Aquella agresión que respondía al fracaso del Reino de Italia por colonizar esta región durante la Primera Guerra Ítalo-Etíope de 1894 a 1896, causó una gran indignación internacional y numerosas sanciones económicas, sobretodo por parte del Reino Unido y Francia, lo que enfadó tanto a Mussolini, que retiró a su país de la Sociedad de Naciones y rompió el Frente de Stresa con Londres y París. Afortunadamente para él y a pesar de ciertos reveses contra el Ejército Etíope e incluso haber ordenado el uso de gas venenoso arrojado desde aviones contra los rebeldes, el 5 de Mayo de 1936 toda Etiopía fue conquistada e incorporada a lo que el propio Duce denominó «Gran Imperio Italiano».
Con el inicio de la Guerra Civil Española en 1936 entre la Segunda República y la España Nacional del «Generalísimo» Francisco Franco, el Duce temió justificadamente una expansión del comunismo en el Mar Mediterráneo, por lo que envió 80.000 soldados del Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) que lucharon junto a los sublevados y contribuyeron a sus victorias en choques como los de Málaga, Mallorca, Santander o Guadalajara, además de prestar a sus aviones con los que causó estragos en la retaguardia enemiga bombardeando Durango o Barcelona. Aquel cambio de postura que supuso el conflicto en España y la negativa de Londres y París a satisfacer las demandas de Roma, condujo a Mussolini a acercar posturas con Hitler tras una visita a Berlín, durante la cual el mandatario alemán le recibió con un gigantesco desfile coronado por estatuas de emperadores romanos y fasces, consiguiendo que el Duce quedase hipnotizado ante él. Así fue como en 1937 la Italia Fascista firmó el Pacto Antikomintern con Alemania y Japón, con la pretensión de ir aislando al bloque conformado por la Unión Soviética de Iósif Stalin y las políticas de la Internacional Comunista (Komintern); además de garantizar el apoyo al Tercer Reich durante la anexión de Austria en 1938. Curiosamente, en un gesto de agradecimiento por el «Anschluss», Hitler respondió a Mussolini con el siguiente mensaje: «Gracias, mi Duce, no lo olvidaré jamás».
La Crisis de los Sudetes que se desató en Checoslovaquia como consecuencia de las reclamaciones territoriales sobre esta provincia que Alemania pretendía recuperar tras su pérdida en el Tratado de Versalles, estuvo a punto de desencadenar un conflicto sobre Europa de no ser porque de manera urgente se convocó una cumbre internacional que concluyó con el Pacto de Munich firmado por Adolf Hitler como Führer del Tercer Reich, por Neville Chamberlein como Primer Ministro del Reino Unido, por Edouard Daladier como Presidente de Francia y por Benito Mussolini como Duce de Italia. Gracias a este acuerdo, Alemania se anexionó los Sudetes sin haber derramamientos de sangre; mientras Mussolini, que precisamente había ejercido de árbitro entre las partes y evitado una guerra, fue recibido por las masas en Roma al grito de «¡héroe de la paz!».
A comienzos de 1939, Hitler y Mussolini firmaron el Pacto de Acero que incluía una alianza militar entre las dos naciones de cara a una posible guerra contra los Aliados Occidentales o la Unión Soviética. Estos acercamientos cada vez mayores del Duce hacia el Führer, hicieron surgir las primeras voces críticas en el Partido Nacional Fascista, incluyendo las de su yerno Galeazzo Ciano, quién le advirtió acerca de los riesgos de pactar con Berlín. Lamentablemente Mussolini, en un intento de buscar el apoyo del Tercer Reich para sus nuevas aspiraciones territoriales en los Balcanes, aprobó una serie de leyes raciales contra los judíos que incluían su expulsión de las administraciones (las cuales fueron más bien propagandistas que reales porque jamás se aplicaron debido a que los hebreos ocupaban los mejores puestos del Partido Nacional Fascista). De hecho, el propio Duce afirmó en una de sus declaraciones: «Me importa un comino todas esas teorías del antisemitismo, lo único que pretendo con esto es sacar rédito». Así fue como Mussolini obtuvo el visto bueno de Alemania para ejercer su esfera de influencia en los Balcanes cuando Italia se anexionó Albania que desde entonces pasó a integrarse como un «estado satélite» del Imperio Italiano al frente del Partido Fascista Albanés.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en Septiembre 1939 con la invasión de Alemania a Polonia y la posterior declaración de hostilidades de Gran Bretaña, Francia y la Commonwealth; Benito Mussolini anunció la más estricta neutralidad de Italia después de imaginarse que los Aliados ganarían al Tercer Reich. Desgraciadamente, aquella idea cambió radicalmente en Mayo de 1940 cuando el Ejército Alemán que hasta entonces había ocupado Polonia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, habiendo además derrotado al Ejército Francés y al Cuerpo Expedicionario Británico, llevó a Mussolini a pensar que la contienda estaba ya decidida del lado de Alemania y que rápidamente debía obtener su parte del pastel antes de que concluyese. Según él mismo manifestó a su yerno Galeazzo Ciano, expresó tajante: «¡necesito al menos mil muertos para sentarme en la mesa de los vencedores!». Fue de este modo, como la tarde del 10 de Junio de 1940, el Duce salió al balcón del Palazzo Venezia de Roma para pronunciar ante miles de seguidores las siguientes palabras: Combatientes de Tierra, del Mar y del Aire, Camisas Negras de la Revolución y de las Legiones, hombres y mujeres de Italia, del Imperio y del Reino de Albania, ¡escuchen! Una hora señalada del destino se bate sobre el cielo de nuestra patria. Es la hora de las decisiones irrevocables. La declaración de guerra ya ha sido consignada a los embajadores de Gran Bretaña y Francia. A este emocionante comunicado que se llevó el aplauso eufórico de las masas, siguió: La paradoja del destino es una sola, categórica e imperativa para todos, que se extiende desde los Alpes al Océano Índico, ¡véncere, y venceremos! Para dar, un largo período de paz y justicia, a Italia, a Europa y al mundo. Con esta última frase, Mussolini introdujo a Italia en la Segunda Guerra Mundial.
El Imperio Italiano de Benito Mussolini se amplió enormemente durante las fases iniciales de la Segunda Guerra Mundial porque el Ejército Real Italiano consiguió algunos éxitos importantes como anexionarse Niza, Saboya y la Isla de Córcega a costa de Francia; u ocupar la colonia de la Somalia Británica, la provincia de Sidi Barrani en Egipto y ciertas dominios del Sudán y Kenya al Imperio Británico; o apoderarse de la provincia de Dalmacia a costa de Yugoslavia. Estas conquistas, junto a los territorios que ya poseía en Libia, Etiopía, Somalia, Eritrea, Albania, Corfú, las Islas del Dodecaneso, Fiume o la Concesión de Tientsin en China, convirtieron a Mussolini en una especie de «Emperador Romano Moderno».
«Mañana Europa será fascista» manifestó en una ocasión Mussolini a Hitler. Esta frase que tan sólo unos años antes hubiese sido un mero proyecto imaginario, en 1940 era una incuestionable realidad porque esta ideología dominaba todo el continente e incluso se había expandido a Asia Oriental con la ayuda del Imperio Japonés. Así fue como el 27 de Septiembre de 1940, el Duce acudió a Berlín para firmar el Pacto Tripartido entre las tres potencias conformadas por Italia, Alemania y Japón, a las que muy pronto se unieron Rumanía, Bulgaria, Finlandia, Hungría, Eslovaquia, Croacia, Thailandia, Manckukuo, Mongolia Interior, Irak e Irán, dando lugar al Eje. Fue entonces cuando ganó mucho más peso la siguiente frase que el Duce pronunció: «una vez el fascismo haya triunfado en todo el mundo, habrá de ser llevado más allá de las estrellas».
La invasión de Italia a Grecia que desencadenó la Guerra Greco-Italiana a finales de 1940, marcó el inicio del declive de Mussolini, quién tras ordenar agredir a este país (que curiosamente tenía un gobierno fascista liderado por el Primer Ministro Ioannis Metaxas), hizo un completo ridículo internacional porque el Ejército Griego derrotó al Ejército Italiano en los Montes del Epiro e incluso lo persiguió hasta el interior de Albania. Simultáneamente a este fracaso, el Ejército Británico acabó con 130.000 soldados italianos durante la «Operación Compass» en Libia a los que arrebató Cirenaica; mientras que en el África Oriental, las tropas de la Commonwealth acabaron con otros 300.000 efectivos a los que vencieron en las Batallas de Keren y Gondar, antes de conquistar Etiopía, Eritrea y Somalia. Incluso en el Mar Mediterráneo, la contienda resultó una catástrofe para Mussolini porque la Marina Real Italiana sufrió grandes pérdidas primero en el ataque al puerto de Tarento y luego en la Batalla del Cabo Matapán.
A comienzos de 1941, la situación mejoró para Mussolini porque el Ejército Alemán intervino en ayuda del Ejército Italiano invadiendo Grecia y la Isla de Creta; así como la vecina Yugoslavia, a costa de la cual Italia obtuvo Dalmacia, el sur de Eslovenia y el «estado satélite» del Reino de Montenegro. Como muestra de agradecimiento por este gesto, desde entonces el Duce quedó subordinado a Hitler en todo lo referente a operaciones militares (lo cual supuso una humillación personal enorme), viéndose obligado a enviar al Cuerpo Expedicionario Italiano de Rusia cuando el Eje invadió la Unión Soviética dentro del marco de la «Operación Barbarroja» y a declarar la guerra a Estados Unidos tras el ataque de Japón a Pearl Harbor. Afortunadamente todavía la Segunda Guerra Mundial parecía ir muy bien para Mussolini porque la Marina Real Italiana cosechó victorias muy importantes sobre la Marina Real Británica durante el raid a Alejandría y en las Primera y Segunda Batallas de Sirte; mientras que en tierra, la presencia del Afrika Korps al mando del general Erwin Rommel que organizó un contingente mixto ítalo-germano, reconquistó toda la Cirenaica en Libia, causó más de 50.000 bajas al Ejército Británico en la Batalla de Gazala y comenzó la invasión de Egipto hasta situarse a escasos kilómetros del Río Nilo. De hecho, el propio Mussolini estaba tan convencido de la victoria, que marchó a Egipto junto a su caballo para realizar una entrada triunfal en Alejandría y emular al Rey Alejandro Magno de Macedonia.
La Batalla de El-Alamein en Noviembre de 1942 sentenció el proyecto de Mussolini por construir un «Imperio Africano» debido a que el Afrika Korps fue decisivamente derrotado sobre las cálidas arenas del Desierto del Sáhara; al mismo tiempo en que el VIII Ejército Italiano era destruido por el Ejército Rojo durante la Batalla de Stalingrado en las frías nieves de la Unión Soviética. Sin embargo lo peor estaba por venir porque tras el desembarco del Ejército Estadounidense en Marruecos y Argelia que arrebató a la Francia de Vichy durante la «Operación Torch», el I Ejército Italiano del mariscal Giovani Messe fue cercado en Túnez y obligado a luchar hasta la muerte cuando en Mayo de 1943 más de 200.000 soldados se rindieron a los Aliados. A esta catástrofe, siguió el desabastecimiento y el racionamiento en Italia, así como el bombardeo aéreo por parte de la Fuerza Aérea Estadounidense sobre Roma que acabó con la vida de 3.000 civiles y aumentó el rechazo de los italianos contra la guerra. El propio Mussolini solicitó a Hitler buscar una paz por separado con la Unión Soviética y concentrar las fuerzas en defender el Mar Mediterráneo, algo que el Führer descartó de manera tajante. Ante esta situación de crisis, el Duce contempló horrorizado como los Aliados desembarcaban en Sicilia durante la «Operación Husky» y aplastaban a los últimos restos del Ejército Italiano, ante lo que ya se anunciaba, como una invasión inminente de la Península Italiana.
El 24 Julio de 1943 se convocó el Gran Consejo Fascista para abordar la situación de Italia, durante la cual Benito Mussolini expuso continuar la guerra junto al Eje hasta las últimas consecuencias. Lógicamente sus compañeros no lo vieron de ese modo y organizaron una moción de censura que el Duce perdió con un resultado de 19 votos a favor, 8 en contra y 1 abstención, entre los cuales se hallaba su propio yerno Galeazzo Ciano e históricos fascistas como Emilio De Bono o Dino Grandi. Una vez desposeído de sus poderes constitucionales, al día siguiente, el 25 de Julio, Mussolini se trasladó al Palacio Real para tener una audiencia con el Rey Víctor Manuel III y presentar su dimisión como Jefe del Gobierno. Acto seguido, en cuanto Mussolini abandonó el Palacio Real bajando la escalinata, fue detenido inesperadamente por unos Carabineros (Carabinieri) e introducido en una ambulancia que le condujo a la Prisión de los Abruzzos.
Con la caída del fascismo en Italia a la que siguió una explosión de euforia de muchos ciudadanos que destruyeron estatuas y bustos de Mussolini, el mariscal Pietro Badoglio asumió la Jefatura de Gobierno mientras negociaba la paz con los Aliados. Así fue como el 9 de Septiembre de 1943, Italia anunció su salida de la contienda; mientras las tropas anglo-estadounidenses desembarcaban en Calabria, Tarento y Salerno, y el Ejército Alemán ocupaba el resto del país hasta la llamada «Línea Gustav» situada por encima de Nápoles. Ajeno a todos esos acontecimientos, Mussolini fue trasladado a la Isla de Ponza y luego a la Prisión de la Isla La Maddalena, hasta finalmente acabar encerrado en una habitación del Campo Imperatore, situado en el Gran Sasso de los Montes Apeninos. No obstante y contra todo lo esperado en medidas de seguridad, el 12 de Septiembre de 1943, unos comandos alemanes a bordo de planeadores que dirigía el capitán Otto Skorzeny, aterrizaron en el Gran Sasso, redujeron a la guarnición monárquica y rescataron a Mussolini que expresó muy contento: «Sabía que el Führer no me abandonaría». Inmediatamente después, el Duce fue subido en una avioneta que voló hasta Alemania, antes de ser recibido por Hitler en Berlín, quién le prometió restaurarle en el poder al frente de una nueva Italia Fascista.
El 23 de Septiembre de 1943 fue fundada la República Social Italiana o República de Saló que restauró a Benito Mussolini como «Duce» y que abarcó un territorio sobre el centro y sur de la Península Italiana, incluyendo Cerdeña, que partía desde Salerno, pasaba por Roma y concluía en los Alpes. Al frente del Partido Nacional Fascista que lideró el Secretario General Alessandro Pavolini, este nuevo «estado satélite» del Tercer Reich erigió un Ejército Republicano Fascista con 700.000 efectivos al mando del mariscal Rodolfo Graziani que se enfrentaría dentro del marco de la Guerra Civil Italiana contra la Italia Cobeligerante del Rey Víctor Manuel III y los partisanos del Comité Nacional de Liberación que apoyaban los Aliados Occidentales.
La Guerra Civil Italiana fue uno de los episodios más oscuros en la vida de Benito Mussolini porque todo el país se desangró de forma trágica y fatricida. A pesar de que el Duce intentó revivir el espíritu de la «Revolución Fascista» y consiguió en muchos casos sortear las imposiciones de la administración germana ejercida por el mariscal Albrecht Kesselring, ya fuese probando mejorar la vida de los obreros o intercediendo para evitar las represalias del Ejército Alemán, lo cierto fue que la situación se le fue de las manos porque en la mayoría de los casos fue incapaz de tomar las riendas de un conflicto que confrontaba a su propio pueblo. De hecho, los fascistas que se agruparon en las Brigadas Negras, cometieron innumerables crímenes ahorcando y fusilando a todos aquellos sospechosos de ser antifascistas, mientras que estos últimos también asesinaron a miles de colaboracionistas a favor del Eje, generando un insoportable derramamiento de sangre por todo el país. Tampoco el Duce tuvo el poder suficiente para evitar que 7.500 judíos italianos fuesen deportados por las SS y eliminados en el Holocausto (aunque justamente antes de 1943 Mussolini había acogido a más de 30.000 que huían de la persecución alemana); ni siquiera tuvo el valor para oponerse a Hitler cuando durante las Procesos de Verona tuvo que firmar bajo presiones y amenazas las sentencias de muerte de su yerno Galeazzo Ciano y otros amigos como Emilio De Bono que serían ejecutados tras ser acusados de traición por su voto en contra durante el Gran Consejo Fascista (su hija Edda Mussolini no perdonaría en vida a su padre el hecho de haber matado a su esposo y haber dejado huérfanos a sus nietos).
Simultáneamente a la Guerra Civil Italiana, el Duce tuvo que librar la Segunda Guerra Mundial al frente de la República de Saló, obteniendo algunos éxitos con las tropas fascistas como por ejemplo en la Batalla de Montecassino o la Batalla de Anzio que libraron sobre la «Línea Gustav», aunque finalmente el 4 de Junio de 1944 los Aliados conquistaron Roma. Desde entonces el Ejército Republicano Fascista se defendió en la «Línea Gótica» situada a la altura de Florencia entre el Mar Liguria y el Mar Adriático, logrando algunas victorias contra el Ejército Estadounidense como por ejemplo sucedió en la Batalla de Garfagnana que la prensa de la República de Saló convirtió en una especie de mito histórico. Sería precisamente en este contexto cuando Mussolini disfrutó de su último baño de masas el 16 de Diciembre de 1944, después de un emotivo discurso en el Teatro Lírico de Milán, donde llamó a defender la «última línea fascista del Po». Desgraciadamente esta misma fortificación fue rota por los Aliados en Marzo de 1945 durante la ofensiva del Río Po que llevó a las vanguardias del Ejército Estadounidense y el Ejército Británico hasta la falda de la Cordillera de los Alpes, al mismo tiempo en que los partisanos comunistas descendían de las montañas en dirección a Milán.
A finales de Abril de 1945 la situación de Mussolini eran tan desesperada que por cuenta propia abrió una serie de negociaciones con el Comité de Liberación Nacional (CLN) y también con la Iglesia Católica a través cardenal Ildefonso Schuster. Lamentablemente no se llegó a ningún acuerdo porque los partisanos no garantizaron su seguridad (exigían la rendición incondicional o nada), por lo que el Duce, quién tampoco se fiaba del Ejército Alemán por tenerlo vigilado en todo momento, decidió huir junto a su esposa Raquele y varios seguidores fascistas entre los que se encontraba Alessandro Pavolini. Así fue como tras alcanzar la zona de la carretera de los Alpes, Mussolini se despidió de Raquele (que huyó a la neutral Suiza) y prosiguió su marcha en vehículo hasta reunirse con un pequeño contingente de combatientes italianos, muchos de ellos niños armados, así como su amante Clara Pettaci que tomó la decisión de compartir con él su destino. A pesar de que el objetivo de este grupo de fascista era organizar una guerrilla en la Valtellina, a mitad del trayecto se encontraron en Menaggio con una columna de tropas del Ejército Alemán que les habían estado buscando, cuyos mandos obligaron a los italianos y al propio Mussolini a acompañarles hacia la frontera con Austria (siguiendo órdenes de Hitler), lo que convirtió al Duce y a su comitiva en una especie de «prisioneros voluntarios».
La mañana del 27 de Abril de 1945, el contingente fascista de Benito Mussolini que acompañaba al Ejército Alemán en retirada sobre los Alpes, tomó la carretera del Lago Como muy cerca de la frontera con Austria. Inesperadamente a medio camino, justo después de haber pasado un túnel de montaña a la altura de Dongo, un grupo de partisanos comunistas de la Brigada «Garibaldi» al mando de los capitanes Urbano Lazzaro y Bellini delle Stelle, bloqueó el trayecto con un barricada y hombres armados entre las rocas, lo que obligó a detener la marcha de los soldados alemanes, entre los que había personal de las SS y la Fuerza Aérea Alemana «Luftwaffe». Tras un breve parlamento con bandera blanca que evitó un baño de sangre entre ambos bandos, los germanos autorizaron a los partisanos a revisar los vehículos, descubriendo uno de los guerrilleros a Mussolini que se había disfrazado con un uniforme de la «Wehrmacht» (lo reconoció gracias a sus botas). Fue entonces cuando en un acto de absoluta traición, los alemanes decidieron entregar al Duce a los partisanos, a cambio de que éstos les dejaran continuar su viaje hacia Austria sin ser molestados y respetando su vida. Evidentemente los guerrilleros aceptaron la propuesta, mientras unos soldados de las SS agarraban a Mussolini por los hombros y lo conducían hasta los comunistas. Acto seguido, una vez el Ejército Alemán hubo escapado ileso hacia Austria (y los otros fascistas italianos dieron media vuelta hacia el sur), el Duce fue apresado por uno de los partisanos que dijo: «Su Excelencia, ahora es prisionero del Comité Nacional de Liberación».
Cautivo del Comité Nacional de Liberación, el Duce fue alojado en una casa rural del pueblo de Mezzegra, donde por la noche se le unió su amante Clara Petacci después de haber sido apresada por los partisanos. A la madrugada siguiente, el 28 de Abril de 1945, un grupo de guerrilleros liderado por el capitán Valerio Audisio les despertó para comunicarles que iban a ser trasladados a Milán (evidentemente era mentira porque acababa de ser aprobada su ejecución por el Comité Nacional de Liberación de la Alta Italia). Así fue como los dos subieron a la parte trasera de un coche del modelo Fiat 1.100 que los llevó carretera a través sobre la Vía XXIV Maggio hasta una distancia de un kilómetro a las afueras de la ciudad de Dongo. Una vez en su destino, la pareja se bajó del vehículo, antes de ser Mussolini colocado junto a una pared de piedra de Villa Velmonte. Sorprendentemente, el Duce que se imaginaba su destino, se desabrochó la guerrera mostrando el torso y exclamó «¡Dispárame en el pecho!». Sin embargo, justo en el instante en que los partisanos hicieron su primera ráfaga, Clara Petacci se interpuso y murió al instante alcanzada por las balas. Acto seguido y después de recargar, los guerrilleros dispararon una segunda ráfaga que atravesó el pecho de Mussolini y le causó la muerte.
Al día siguiente de la ejecución de Mussolini, el 29 de Abril de 1945, los cuerpos del Duce y Clara Petacci fueron llevados a la Piazza Loreto de Milán y expuestos ante una multitud del Partido Comunista Italiano que golpeó y escupió los cadáveres hasta hacerlos irreconocibles. Inmediatamente después, los partisanos y miembros del cuerpo de bomberos los colgaron de un andamio de una gasolinera cabeza abajo como si fuesen trofeos, curiosamente junto a los torsos sin vida de otros líderes fascistas como Alessandro Pavolini, Nicola Bombacci y Achille Starace. Solamente la llegada de las tropas del Ejército Estadounidense a la Piazza Loreto, propició que los cadáveres fueran retirados ante un episodio que los soldados norteamericanos consideraron morboso e indigno (precisamente los Aliados Occidentales habían intentado rescatar sin éxito a Mussolini de cara a que podía haberse convertido en un socio durante la futura Guerra Fría).
Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, el cuerpo de Benito Mussolini fue enterrado en el Cementerio de Musocco. Al cabo de un año, el 22 de Abril de 1946, el cadáver fue robado por un grupo fascista clandestino llamado «Escuadra de Acción Mussolini» al frente de Domenico Leccisi, quién lo ocultó para evitar que las nuevas autoridades democráticas o movimientos comunistas lo destruyesen. Afortunadamente en 1957, el cuerpo fue entregado a la familia, la cual desde entonces lo enterró con todos los honores en la Capilla del Predappio, donde sería venerado durante décadas por miles de italianos, quienes a pesar de haber discrepado con él en vida respecto de numerosas cosas, también agradecieron su buena labor en muchas otras iniciativas que contribuyeron a la modernización de Italia.
La figura de Benito Mussolini fue una de las más controvertidas del siglo XX. A pesar de su gran error a la hora de arrastrar a su pueblo a los horrores de la Segunda Guerra Mundial y su papel de mero títere del Tercer Reich durante la República de Saló, a veces con actitudes claramente criminales durante la Guerra Civil Italiana; su excelente labor en otros aspectos sin duda lo convirtieron en un personaje no sólo admirado por la sociedad italiana de la época, sino incluso por sus enemigos. Precisamente uno de los éxitos económicos de Estados Unidos y del Presidente Franklin Delano Roosevelt con el New Deal, fue copiar el modelo mussoliniano y asesorarse con expertos fascistas, refiriéndose al Duce como «ejemplo a seguir»; una opinión que el Primer Ministro Winston Chuchill de Gran Bretaña también suscribió tras describirle como «el estadista más grande de nuestros tiempos». De hecho, el fundador de la «tercera vía» al capitalismo y al comunismo cosechó un triunfo total con su «Revolución Fascista» porque no sólo convirtió a Italia en una potencia política y militar con una rica sociedad de clase media; sino que desde su irrupción en el plano internacional, el fascismo modificó cuestiones fundamentales y puso en marcha el llamado «estado de bienestar» equilibrando la relación empresarios-trabajadores, ofreciendo una amplia seguridad social e impulsando obras públicas. Tal fue el impacto causado por las iniciativas del Duce, independientemente de que sus consecuencias fuesen directa o indirectamente, que de manera incuestionable la obra de Benito Mussolini entró dentro de lo que muchos expertos denominaron como «grandeza histórica».
Bibliografía:
-Benito Mussolini, El Espíritu de la Revolución Fascista, Informes (1976), p.17-347
-David Solar, Mussolini, un trágico y sórdido epílogo, Revista la Aventura de la Historia (2005), p.24-35
-Romano Mussolini, Mi padre fue un gran hombre, Revista la Aventura de la Historia (2005), p.36-40
-David Solar, La II Guerra Mundial como nunca se la habían contado. Volumen 4. «Mussolini el Duce», Revista La Aventura de la Historia (2009), p.6-11
-Sergi Vich Sáez, La Caída del Duce, los últimos días del fascismo, Revista Historia y Vida Nº466 , p.80-89
-Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial. Volumen 8, «Benito Mussolini», S.A.R.P.E. (1978), p.241-255
-David Solar, La Caída de los Dioses. «Capítulo 5: La libertad llega del cielo», Esfera de los Libros (2005), p.149-158
-Salvatore Francia, Italia, Golpe de Estado del 25 de Julio de 1943, Revista Serga Nº56 (2009), p.44-50
-Xavier Valls Torner, El culto al Duce, Revista Historia y Vida Nº528 (2012), p.74-75
-Abraham Alonso y Luis Otero, Benito Mussolini, Muy Especial Nº68 (2005), p.29