La figura del Presidente Franklin Delano Roosevelt fue una de las más importantes entre los grandes mandatarios de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Artífice del «New Deal» en la Gran Depresión Económica, convirtió a los Estados Unidos de Norteamérica en la primera superpotencia del mundo y también en la principal vencedora de la contienda.
Franklin Delano Roosevelt nació el 30 de Enero de 1882 en Nueva York, por aquel entonces la ciudad más grande de los Estados Unidos. Su padre fue James Roosevelt y su madre Sara Ann, el primero originario de la nobleza holandesa y la segunda de inmigrantes franceses hugonotes; mientras que su primo Theodore Roosevelt, se convertiría en Presidente de la nación a comienzos del siglo XX.
Desde muy pequeño, Franklin Roosevelt recibió una educación privilegiada sólo reservada a familias adineradas como de la de su padre James que ostentaba el cargo de vicepresidente en el ferrocarril que enlazaba Hudson con Delaware. Siempre brilló en los estudios y obtuvo muy buena formación académica en la Escuela de Groton, además de aprender fluidamente idiomas como el francés o el alemán gracias a los numerosos viajes que realizó con sus padres a través de Europa. También destacó en otras actividades extraescolares porque al ser un chico con mucha energía y buena constitución física, práctico todo tipo de deportes como jugar al tenis y montar a caballo; aunque su mayor afición fue el mar, ya que solía pasar días enteros navegando en yates y otras embarcaciones de vela, en donde descubrió su verdadera vocación e incluso llegó a recitar casi de memoria la obra La influencia de la potencia marítima en la Historia escrita por el capitán de navío Alfred Mahan.
Con 14 años, Franklin intentó ingresar sin éxito en la Escuela Naval de Anapolis debido a que su padre James se lo impidió, por lo que finalmente tuvo que conformarse con acceder a la Universidad de Harvard en 1900 para estudiar derecho y abogacía. Durante su estancia allí, Franklin comenzó a interesarse por la política y los asuntos tanto nacionales como internacionales, hasta convertirse en un firme defensor del anticolonialismo y en un simpatizante del Partido Demócrata. De hecho, mientras su primo Theodore Roosevelt era miembro del Partido Republicano y apoyaba la intervención norteamericana contra España en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 por Cuba y Filipinas, Franklin que era un convencido antirrepublicano, se opuso enérgicamente a esta contienda. Fue a partir de entonces cuando la familia Roosevelt se dividió en dos ramas políticamente enfrentadas, sobretodo después de que Theodore fuera elegido Presidente de Estados Unidos por el Partido Republicano en 1901 y de que Franklin se afiliase al Partido Democráta, con el cual colaboró en la candidatura de Nueva York.
Curiosamente durante una de las visitas a la Casa Blanca para ver a su primo Theodore Roosevelt, Franklin coincidió con su prima Eleanor Roosevelt, de quién se enamoró perdidamente y apenas tardó en cortejar. Ambos se casaron el 17 de Marzo de 1905 y formaron una familia en la que siempre Eleanor se comportaría como una fiel esposa hiperactiva que ayudaba en todo momento a su marido, incluso urgando en sus asuntos de trabajo sin separarse de él un instante. Fruto del matrimonio nacería Anna Roosevelt en 1906, justo un año antes de que su padre se graduara por Derecho en la Facultad de Columbia en 1907. Al año siguiente, en 1908, nació el segundo hijo Franklin Jr. que desgraciadamente murió a los cuatro meses de vida, lo que dejó sumidos en la tristeza a sus progenitores. Por suerte la felicidad volvería en 1909 con la llegada al mundo de Elliot, seguido más tarde por un segundo Franklin Jr. y John Aspiwall.
La carrera política de Roosevelt comenzó a brillar en 1910 cuando el Partido Demócrata le eligió candidato para el Senado del Distrito de Hyde Park en Nueva York pensando que no tendría ninguna posibilidad por ser el lugar un importante feudo del Partido Republicano. Sin embargo y contra todo pronóstico, los analistas se equivocaron estrepitosamente porque Franklin no solamente consiguió el escaño de senador; sino que además se postuló en contra de la candidatura de su propio partido para el Gobierno Estatal tras el cese irregular de uno de los senadores, lo que desató una escisión interna que Roosevelt supo canalizar ganándose la confianza de sus compañeros y también del pueblo de Nueva York.
Con las elecciones presidenciales de 1912, Roosevelt dejó de lado la política neoyorquina para volcarse en apoyar al candidato del Partido Demócrata, Woodrow Wilson, frente al opositor Champ Clark del Partido Republicano. El resultado electoral finalmente terminó convirtiendo en Presidente a Woodrow Wilson, quién en agradecimiento a Roosevelt por su colaboración le premió con la Secretaría de Marina.
La estancia de Roosevelt en la Secretaría de Marina fue una de las etapas más felices en su vida porque siempre había sido un apasionado de todo lo relacionado con el mar. Precisamente al frente de esta cartera se encontraba en 1914 cuando estalló la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos se declaró neutral. Desde entonces Roosevelt se encargó de tomar las decisiones a la hora de contratar a los constructores navales más fiables, de inspeccionar las instalaciones marítimas, de gestionar el abastecimiento en el océano y de coordinar el diálogo entre el Gobierno y los mandos de la Flota Estadounidense (US Navy). Sin embargo y a pesar de que en su trabajo las cosas le fueron realmente bien, no lo fue tanto dentro del ámbito familiar después de que Franklin cometiese una infidelidad con su secretaria personal Lucy Mercer, quién a punto estuvo de costarle el matrimonio, de no ser porque en última instancia su esposa Eleanor decidió perdonarle y retomar ambos la relación que perduraría el resto de su vida.
Cuando en 1917 Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial junto a los Aliados y declaró hostilidades a los Imperios Centrales, Roosevelt se convirtió en el responsable político de la Marina de Guerra. A partir de ese momento y a lo largo de 1918 se dedicó a inspeccionar todos aquellos buques de la Flota Estadounidense que operaban en el Mar del Norte bloqueando los puertos de Alemania junto a unidades de la Marina Real Británica (Royal Navy), lo que no estuvo exento de peligros ante la amenaza de los submarinos alemanes. Curiosamente durante una de estas visitas a una base naval de Francia conoció a quién sería su gran socio de armas en el futuro, el político británico Winston Churchill.
Finalizada la Primera Guerra Mundial con la victoria de Estados Unidos, Roosevelt tuvo el honor de acompañar en 1919 al Presidente Woodrow Wilson durante las Conferencias de Paz de París y en la firma del Tratado de Versalles que Washington no suscribió por considerarlo injusto. A su regreso a Estados Unidos en 1920, Roosevelt fue elegido candidato a la Vicepresidencia por el Partido Demócrata como miembro del gabinete de James Cox, aunque ambos en las elecciones cosecharon una contundente derrota a manos del Partido Republicano de Warren Harding que se convirtió en el nuevo Presidente. A raíz de este fracaso, Roosevelt dejó la política durante un tiempo para dedicarse a su familia y a su profesión como abogado.
Repentinamente, una mañana de 1921, mientras Roosevelt dormía en la Casa Residencial de Campobello, descubrió al despertarse y abrir los ojos que las piernas no le respondían y que por tanto no podía levantarse de la cama. Inmediatamente los doctores vinieron y le diagnosticaron erróneamente que se trataba de una simple gripe, hasta que finalmente se dieron cuenta de que su enfermedad era poliomelitis o «parálisis infantil», la cual dejó paralítico a Roosevelt de cintura hacia abajo. A pesar de que Franklin intentó recuperar la movilidad ingresando por voluntad propia en el Balneario de Warm Springs de Georgia con aguas supuestamente regeneradoras, lo cierto fue que finalmente tuvo que aceptar vivir en una silla de ruedas y amoldarse a un nuevo estilo de vida que no le impidió seguir ejerciendo la abogacía y mucho menos la política (aunque desde entonces pronunciando discursos erguido sobre un aparato ortopédico).
Al celebrarse las elecciones de Nueva York en 1928, Alfred Smith, candidato por el Partido Republicano, visitó a su oponente Roosevelt para animarle a que se presentara por el Partido Demócrata con las siguientes palabras: «un gobernador no necesitaba las piernas, basta con que utilice la cabeza». Gracias a esta sugestiva recomendación, Franklin accedió a ir a los comicios e increíblemente los ganó por 25.000 votos sobre su rival Smith, por lo que se convirtió en el nuevo gobernante de la ciudad más grande de Estados Unidos.
Transcurrido un año de la elección de Roosevelt por Nueva York, en 1929 se produjo la caída de la Bolsa de Wall Street tras la jornada conocida como «Jueves Negro» que acto seguido propició la Gran Depresión que azotó a todo el mundo mediante una grave crisis económica. Lógicamente este suceso desgastó de sobremanera al Presidente Herbert Hoover del Partido Republicano porque se cerraron los bancos, se desató el desempleo a un altísimo nivel y la pobreza se extendió por toda Norteamérica. Tal cosa llevó al Partido Demócrata a designar a Roosevelt como su candidato para las elecciones nacionales de 1933 debido a su popular programa del «New Deal» o «Repartir de Nuevo» que consistía en devaluar la moneda aligerando la deuda, en revalorizar los salarios con la finalidad de subir los precios, en aumentar las compras de los consumidores y por tanto incrementar las ganancias de los productores, en prohibir la venta de metales preciosos a particulares y en iniciar construcciones de obras públicas para evitar el paro y mejorar los salarios, así como en combatir a los responsables que habían cometido todos aquellos abusos financieros que habían conducido a la crisis. Fue precisamente este programa tan exitoso el que condujo a Franklin Delano Roosevelt a ganar las elecciones con 472 escaños (22.809.638 votos) del Partido Demócrata frente a 59 escaños del Partido Republicano de Herbert Hoover (15.758.000 votos), lo que le convirtió en el trigésimo segundo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
El «New Deal» fue el principal proyecto político impulsado por el Presidente Roosevelt que lo aplicó en dos fases simultáneas de la siguiente manera: la Administración de Reajuste Agraria (Agricultural Adjustament Administarion o AAA) basada en recuperar el potencial de la agricultura; y la Renovación Nacional (National Recovery o NRA) centrada en reactivar la industria. Todo ello se llevó a cabo al mismo tiempo en que se procedía al cierre provisional de algunos bancos para rehabilitar sus depósitos, en crear puestos de trabajo a través de empresas artificiales del Cuerpo Civil de Conservación (Civilian Conservation Corps), en repoblar forestalmente los bosques y en reducir un 15% de las pensiones de los empleados del Gobierno y de los veteranos de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el mayor logro de Roosevelt fue la construcción de una serie de obras públicas que contribuyeron a reducir el paro y aumentar el consumo, lo que facilitó que la economía poco a poco fuera recuperándose en dosis muy pequeñas pero progresivas.
Gran parte de las medidas del «New Deal» se ganaron la enemistad del Tribunal Supremo hacia Roosevelt, aunque salvo por la excepción de la «Renovación Nacional», el resto acabaron por salir adelante. Una de las razones de ello fue la excelente labor de propaganda que Roosevelt empleó gracias a sus discursos de voz pausada y persuasiva, cuyas palabras fueron convenciendo al pueblo norteamericano del éxito de su programa y al mismo tiempo devolviendo la confianza que los ciudadanos habían perdido en si mismos. Gracias a este tipo de artimañas publicitarias, en 1936 Roosevelt fue reelegido Presidente de Estados Unidos con 27.752.869 de votos del Partido Demócrata frente 16.674.665 de votos del Partido Republicano.
Dentro a las relaciones internacionales, Roosevelt fue percibido como un intervencionista discreto porque a pesar de su deseo por inmiscuirse en asuntos ajenos de otros países, de cara al público siempre mantuvo una actitud absolutamente neutral. Por ejemplo durante uno de sus viajes a Buenos Aires en Argentina trató de reforzar la «Doctrina Monroe» con América del Sur y el Caribe con la que pretendía garantizar la seguridad de todas las naciones ubicadas entre Canadá y Chile. Al mismo tiempo abrió una política de distensión con la Unión Soviética de Iósif Stalin favoreciendo las actividades comerciales con las autoridades comunistas de Moscú; mientras que con el inicio de la Guerra Civil Española firmó el Acta de Neutralidad o «Neutrality Act» que imponía un embargo económico a todos aquellos países no beligerantes que interviniesen en España. Sin embargo sus dos mejores socios fueron Gran Bretaña y Francia a las que comenzó a vender grandes cantidades de armamento y materias primas dentro del Acta Cash and Carry (pago al contado con transporte a cargo del comprador), para favorecer a dichas potencias en caso de un conflicto contra la Alemania Nacionalsocialista de Adolf Hitler.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en Europa en Septiembre de 1939, Estados Unidos se declaró neutral a pesar de que Roosevelt era proclive a entrar en la contienda junto a los Aliados. De hecho cuando ganó sus terceras elecciones en 1940 y fue reelegido Presidente, Roosevelt decidió apoyar desde la sombra a Gran Bretaña firmando con el Primer Ministro Winston Churchill el Pacto de Préstamo y Arriendo mediante el cual se suministrarían armas y pertrechos bélicos a Inglaterra en su guerra contra Alemania e Italia que por aquel entonces acababan de conquistar Polonia, Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Noruega, Dinamarca, Grecia y Yugoslavia.

Presidente Franklin Roosevelt y Primer Ministro Winston Churchill durante la Conferencia de Terranova.
Al año siguiente de formalizarse la cooperación político-comercial entre Londres y Washington (a la que se sumó la Unión Soviética tras la invasión alemana de la «Operación Barbarroja» en 1941), Estados Unidos y Gran Bretaña se repartieron el Océano Atlántico en áreas de influencia naval durante la Conferencia de Terranova a la que Roosevelt acudió a bordo del crucero USS Augusta para firmar la Carta Atlántica. A partir de entonces las dos potencias se volcaron sobre los mares, violando en muchos casos Estados Unidos la neutralidad como por ejemplo procediendo al internamiento de todos los buques del Eje en sus aguas, además de procederse ilegalmente a la ocupación norteamericana de Groenlandia e Islandia, lo que sin duda demostró la actitud belicista del Presidente y su aspiración a entrar en la contienda, únicamente eclipsada por la opinión de la ciudadanía y el Senado que preferían mantener a la nación al margen.
Japón y China fueron el otro gran foco de tensión para el Presidente Roosevelt debido a la brutal Guerra Sino-Japonesa en curso y a la posterior ocupación nipona de la Indochina Francesa. A raíz de esta política de agresión llevada a cabo por el nuevo Primer Ministro Hideki Tojo, Roosevelt decretó el embargo del petróleo y materias primas destinadas al Imperio Japonés, al mismo tiempo en que el Gobierno echaba un nuevo pulso a Tokyo aprobando el servicio militar obligatorio e incrementando sus fuerzas en los dominios de ultramar sobre las Filipinas. De hecho y a pesar de que los mandatarios nipones enviados por el Emperador Hiro-Hito no dejaron de buscar un salida negociada a la crisis, lo cierto fue que la negativa de Roosevelt y su empeño de entrar en la contienda para paliar mediante la industria armamentística los efectos de la Gran Depresión, no dejaron más opciones a Japón que morir de hambre a causa del bloqueo o utilizar la fuerza bruta. Fue así como la mañana del 7 de Diciembre de 1941, la escuadra de portaaviones de la Marina Imperial Japonesa atacó la base aeronaval de Pearl Harbor en las Islas Hawaii, hundiendo seis acorazados y matando a 2.000 soldados norteamericanos. A la jornada siguiente de este acontecimiento, el 8 de Diciembre, que Roosevelt calificó como el «Día de la Infamia», el Presidente compareció ante el Congreso para anunciar la declaración oficial de guerra y su adhesión a los Aliados encarnados por Gran Bretaña, China y la Unión Soviética contra el Eje conformado por Japón, Alemania e Italia.
«Ayer, 7 de Diciembre de 1941, los Estados Unidos de América fueron repentina y deliberadamente atacados, por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón.»
(Frase de Franklin Delano Roosevelt el día de la declaración de guerra de los Estados Unidos al Japón).
La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial fue desastrosa en sus fases iniciales para el Presidente Roosevelt porque el Ejército Japonés aniquiló a una coalición de más de 150.000 soldados del Ejército Estadounidense y el Ejército Filipino durante la invasión a Filipinas, además de derrotar y ocupar las guarniciones norteamericanas de Guam, Wake y las Islas Aleutianas, estas últimas dentro del territorio patrio de Alaska. Sin embargo la decisión personal de Roosevelt de elegir al coronel James Doolittle para llevar a cabo un bombardeo aéreo desde portaaviones sobre Tokyo fue de lo más acertado porque la incursión confundió a la Marina Imperial Japonesa, la cual desvió sus fuerzas al centro del Océano Pacífico para librar la Batalla de Midway, donde la Flota Estadounidense cosechó un inesperado triunfo hundiendo cuatro portaaviones japoneses a costa de uno propio.
Reajustado el equilibrio en la Guerra del Pacífico a mitad de 1942, Roosevelt declinó la propuesta de Chuchill denominada «Europa Primero» (consistente en centrarse a vencer al Tercer Reich antes que a Japón) porque el Ejército Estadounidense desencadenó su primera ofensiva en las Islas Salomón durante la Batalla de Guadalcanal, en donde los norteamericanos obtuvieron una victoria decisiva sobre el Ejército Japonés. Desde entonces la Guerra del Pacífico se volvió en favor de los Aliados, siendo el general Douglas MacArthur designado por Roosevelt para liderar el avance del Ejército Estadounidense basado en Australia hacia Nueva Guinea, además de hacer al almirante Chester Nimitz nuevo jefe supremo de la Flota Estadounidense para presionar a la Marina Imperial Japonesa desde las Islas Gilbert hacia el oeste. Simultáneamente en Europa, el Presidente nombró al general Dwith David Eisenhower como nuevo comandante de la Fuerza Expedicionaria Aliada con base en las Islas Británicas y también sobre el Desierto del Sáhara en el Norte de África. Precisamente sobre dicho escenario, Roosevelt y Churchill pusieron en práctica la «Operación Torch» que se tradujo en un desembarco anglo-estadounidense en Argelia y Marruecos que propició la derrota y capitulación de la títere Francia de Vichy; así como en la posterior ofensiva que expulsó a las fuerzas ítalo-alemanas del Afrika Korps del mariscal Erwin Rommel de Túnez y por ende del continente africano.
Respecto al plano diplomático, Roosevelt impulsó la Declaración de Naciones Unidas en la que fijó un boceto de como debía ser el mundo de postguerra y el papel de la veintena de países que conformaban el bando de los Aliados. A partir de dicho instante el Presidente estrechó lazos con todos sus socios en 1943 como con el general Charles De Gaulle de la Francia Libre en la Conferencia de Casablanca para prometerle la pronta liberación de su patria, con el Presidente William Mackenzie de Canadá en la Conferencia de Quebec para fijar la estrategia en Italia cuando se produjo la caída del fascismo y con el Generalísimo Chiang Kai-Shek de China en la Conferencia de El Cairo para coordinar la ayuda norteamericana en el Lejano Oriente. No obstante, el mayor encuentro internacional tuvo lugar durante la Conferencia de Teherán celebrada en Persia entre Churchill e Iósif Stalin por parte de la Unión Soviética, donde se pactó el reparto de Europa y Asia al término de la contienda (aunque en esta última el mandatario norteamericano, pese a las advertencia de su homólogo británico, cometió el error de dejarse embaucar por el líder soviético, a quién cedió en muchas de sus demandas territoriales que posteriormente serían una de las causas de la Guerra Fría).

Los «Tres Grandes»: Franklin Roosevelt (centro) con Winston Churchill (izquierda) e Iósif Stalin (derecha) en la Conferencia de Teherán de 1943.
Durante 1944 los triunfos de Estados Unidos se fueron sucediendo en Europa con la captura de Roma y el desembarco de Normandía que propició la liberación de Francia; y en la Guerra del Pacífico con la ocupación de las Islas Marshall, las Marianas y la destrucción de la Marina Imperial Japonesa en la Batalla del Mar de Filipinas y la Batalla del Golfo de Leyte. Gracias a estos éxitos, Roosevelt volvió a ganar las elecciones de aquel año 1944 que le convirtieron en el único Presidente con cuatro mandatos en el cargo. Lamentablemente su popularidad comenzó a desplomarse cuando Roosevelt incrementó desproporcionadamente su apoyo a los comunistas tras declinar la solicidad del Primer Ministro Stanislaw Mikolajczayk para ejercer más presión a la Unión Soviética después de frenar en seco su avance al producirse el Levantamiento de Varsovia (realmente Stalin lo hizo adrede para que los alemanes extinguieran la Resistencia Polaca por ellos y de ese modo poder conquistar Polonia). Sin embargo su peor equivocación fue reconocer durante la Conferencia de Yalta de 1945 celebrada con Churchill y Stalin la cesión casi gratuita a la URSS de Europa Central y Oriental con Polonia, Prusia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Checoslovaquia, Albania, Yugoslavia, Lituania, Letonia, Estonia y Alemania Oriental, así como la promesa a Moscú de Manchuria, Sajalín y las Islas Kuriles a costa de Japón sin tan siquiera haber entrado el Kremlin en la Guerra del Pacífico. Muy posiblemente esta nefasta negociación en la Conferencia de Yalta que le valió a Roosevelt ser acusado de «rojo», fue a causa de su delicada salud que a los pocos días le hizo regresar a Estados Unidos para recibir un tratamiento de aguas curativas en el Balneario de Warm Springs.
El 12 de Abril de 1945, el Presidente Roosevelt se despertó con un fuerte dolor de cabeza que le llevó a ser sometido a un examen médico por parte de los especialistas, quienes afirmaron que era una simple dolencia sin importancia. Descartada cualquier anomalía, el mandatario comenzó a trabajar en su despacho al mismo tiempo en que la pintora Elisabeth Shoumatoff dibujaba un retrato de él para un cuadro. Fue entonces cuando a mitad de la mañana, Roosevelt dijo a la pintora «sólo nos quedan quince minutos para trabajar», momento en que se inclinó y se llevó la mano a la sien izquierda. Acto seguido, la artista salió corriendo en busca de ayuda mientras el Presidente pronunciaba sus últimas palabras: «tengo un terrible dolor de cabeza». Instantes después sufrió un derrame cerebral que le causó la muerte de forma inmediata.
La defunción de Franklin Delano Roosevelt fue llorada en todos los rincones de Estados Unidos porque el pueblo sintió haber perdido al líder que los había llevado a la victoria contra el Eje, la cual culminaría en Septiembre de 1945 su compañero y sucesor, el Presidente Harry Truman. Sin embargo el legado de Roosevelt jamás sería olvidado por ser la única figura que rescató a Norteamérica de la Gran Depresión y por haber convertido a Estados Unidos en la primera potencia del Planeta Tierra tras su decisivo triunfo en la Segunda Guerra Mundial.
Bibliografía:
-Joaquín Oltra, Franklin Delano Roosevelt, trece años de Historia del mundo, Revista Historia y Vida Nº55 (1972), p.76-95
-Abraham Alonso y Luis Otero, Franklin Delano Roosevelt, Muy Especial Nº68 (2005), p.30
-http://es.wikipedia.org/wiki/Franklin_D._Roosevelt