El «Gran Camarada» Iósif Stalin, líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas desde 1924 a 1953, fue una de las figuras más destacadas del siglo XX. Este «hombre de acero» que venció al Tercer Reich durante la «Gran Guerra Patria» y convirtió a la URSS en un país moderno, industrializado y en toda una superpotencia mundial, obtuvo todos estos logros a costa de una represión sin precedentes que dejó más de 20 millones de muertos.
Infancia
Iósif Vissarionovich Djugashvili, nació 18 de Diciembre de 1878 junto al Río Kura de Gorien Georgia, por aquel entonces una provincia del Imperio Ruso. Siendo el menor de cuatro hermanos, su padre era un zapatero llamado Visarion Djugashvili y su madre una ama de casa radicalmente practicante de la Iglesia Ortodoxa que se llamaba Ekaterina Djugashvili.
La familia Djugashvili era muy pobre y humilde porque su vivienda de Gorki no era más que una cabaña que tenía un único salón (donde nació Iósif) y una cocina. Como para vivir en aquella choza la familia tenía que pagar un rublo y medio al mes, siendo el oficio de zapatero de su padre insuficiente para tal cifra, su esposa Ekaterina se tuvo que ponerse a trabajar de costurera y lavandera para familias acomodadas.
Iósif creció en un ambiente muy difícil, aunque notablemente influido por el amor de su madre, que le llamaba cariñosamente «Soso» o «Soselo». Respecto a su padre Vissarion, era todo lo contrario porque maltrataba y daba palizas tanto a su esposa como a su hijo, lo que hizo brotar en su interior un odio hacia toda autoridad que le reprochase sus conductas. De hecho esa misma autoridad también la contempló en los niños de las clases altas, quienes a diferencia de los demás, jugaban con unos lujos que él y otros no tenían, algo normal en la Rusia del Zar Alejandro III. Estos antecedentes que afectaron a la psicología de Stalin, cambiarían completamente su personalidad hacia una persona que no sólo detestaba que le mandasen, sino que además le encantaba mandar él.
Seminarista
Con tan sólo 15 años de edad, la madre de Iósif, que era profundamente seguidora de la Religión Cristiana Ortodoxa, inscribió a su hijo en el Seminario Teológico de Tblisi situado en la capital de Georgia. Hasta ese lugar marchó Iósif, siendo recluido en aquella institución casi como si fuese una prisión, sin ningún tipo de libertad y sometido a una estricta disciplina de los sacerdotes. A pesar de que Iósif detestaba estar en aquel centro religioso, destacó como uno de los alumnos modélicos de su promoción porque sacó las mejores notas y demostró estar muy por encima de sus compañeros, algo que sin duda hizo creer a los monjes que era un chico destinado a hacer una gran carrera en el sacerdocio.
Harto de la religiosidad extrema en el Seminario Teológico de Tblisi, Iósif empezó a frecuentar movimientos políticos nacionalistas georgianos en sus ratos libres, además de leer libros prohibidos como obras de Vladimir Lenin o Georgi Plejanov. Rápidamente, dentro del seminario y en la clandestinidad, se empezó a formar como marxista y a incrementarse cada vez más su animosidad a los sacerdotes, mientras sus notas en los exámenes decrecían. Así fue como en 1898 ingresó en una asociación social-demócrata llamada Tercer Grupo (Messame Dassy), en la cual solía organizar charlas políticas, ya fuese en la calle o entre los mismos seminaristas. Desgraciadamente, en cuanto se enteró la dirección del seminario, fue expulsado del colegio religioso en 1899, lo que para él más que un castigo supuso una gran liberación.
Político en el Cáucaso
Sin estudios ni trabajo, Iósif logró ser aceptado en el Observatorio de Tblisi como empleado, donde por primer vez encontró el tiempo suficiente para compaginar su trabajo con la política. Así fue como se convirtió en un orador, aunque nunca el discurso fue su punto fuerte, sino más bien la dedicación. De hecho y gracias a sus dotes como gestor, Iósif sería elegido líder de un grupo de obreros industriales y ferroviarios que por primera vez en Georgia celebraron el Día del Trabajador, el 1 de Mayo de 1900. Allí curiosamente conocería a su mejor amigo que le acompañaría el resto de su vida, un revolucionario llamado Kliment Voroshilov.
Justo un año después del éxito en el Día del Trabajador, el 1 de Mayo de 1901, jinetes de la Caballería Cosaca y agentes de la Policía «Okhrana» cargaron contra los manifestantes durante una de las concentraciones en las que participaba Iósif. Sería en este choque, cuando los policías irrumpieron y registraron el lugar laboral donde trabajaba Iósif, aunque por suerte este último se salvó de ser capturado porque a sabiendoas del peligro que corría, se ausentó y pudo escapar.
Inmediatamente a los disturbios de Georgia, Iósif se trasladó a Batumi, cerca de la frontera con Turquía, bajo el seudónimo de «Koba» o «Indomable» en idioma turco. A escondidas, formó células marxistas y organizó manifestaciones entre los trabajadores de las plantas petrolíferas del Mar Negro; hasta que durante una protesta fue detenido por la Policía «Okhrana» y condenado a su primera pena de prisión, la cual cumplió muy brevemente porque a los escasos meses fue puesto en libertad.
Al comenzar la Guerra Ruso-Japonesa entre Rusia y Japón en 1904, tuvo lugar la Revolución de 1905 contra el Zar Nicolás II como consecuencia de la humillante derrota frente al Imperio Japonés. Iósif que por aquel entonces se hallaba en Tblisi, se puso al frente de algunos grupúsculos marxistas y organizó manifestaciones y huelgas en contra la guerra, además de asaltar bancos y transportes monetarios para recaudar dinero.
El Partido Bolchevique
Fracasada la Revolución de 1905, Iósif ingresó en el Partido Bolchevique de Vladimir Lenin. Gracias a su labor en Georgia, en donde no se desmoronó el partido a pesar de las últimas represiones zaristas, Iósif fue enviado a Azerbayán en 1907 para mantener los principios revolucionarios, algo que hizo a la perfección con los trabajadores petrolíferos, y en especial con las minorías de Armenia, Turquía y Persia.
Fuera de la vida política y revolucionaria, Iósif inició una vida familiar tras casarse con Ekaterina Svanidze, una joven georgiana con la que tuvo un hijo varón llamado Yakov. Lamentablemente el matrimonio duró tan sólo cinco años porque transcurrido ese tiempo, Ekaterina falleció en Bakú tras haber enfermado de tifus. Completamente abatido y sumido en el dolor, su marido llegó a afirmar: «fue la persona a la que más quise en mi vida».

Un joven Stalin durante su etapa revolucionaria dentro del Partido Bolchevique en donde militó activa y eficazmente.
Nuevamente Iósif fue detenido por la Policía «Okhrana» en Azerbayán y encarcelado en la Prisión de Ba’ilov, donde durmió apretujado con decenas de personas en una misma celda. Al ser liberado al poco tiempo, viajó por primera vez a la capital de San Petesburgo, en la cual tuvo ocasión de conocer en persona al mismo Lenin. Desgraciadamente su inestabilidad y temeridad a la hora de emplear la violencia, hizo que fuera arrestado y en esta ocasión deportado a un área de colonización en Solvychegodsk, concretamente en la provincia de Vologda en Siberia. Una vez recuperada la libertad, apenas pudo disfrutar de ésta porque en 1911 fue de nuevo apresado y enviado otra vez a Solvychegodsk.
Al mismo tiempo en que Iósif se encontraba deportado, Lenin propuso su nombre como candidato al Comité Central en la Conferencia de Praga de 1911 (aunque sus compañeros la rechazaron). A raíz de esta fama que meritoriamente se fue ganando entre los revolucionarios, en cuanto Iósif fue puesto en libertad, Lenin le eligió para viajar al Imperio Austro-Húngaro con el fin de estudiar el desarrollo marxista en aquel país. Fue de este modo, como Iósif tomó un tren a Cracovia y luego a Viena, en donde redactó un valioso informe y tuvo oportunidad de conocer por vez primera a León Trostsky.
A su regreso a Rusia en 1912, Lenin felicitó a Iósif por su labor en Austria-Hungría y le ofreció trabajar para el diario Pravda junto a Jacob Sverdlov. Sin embargo, las posturas radicales de Iósif y Sverdlov en sus artículos, activaron a la Policía «Okhrana» que los detuvo y los deportó a Siberia, exactamente a la fría región de Kureika en 1913. Sería esta etapa de su vida una de las más tranquilas y relajadas en la existencia de Iósif porque dedicó a la lectura, a redactar un ensayo, a la caza o a la pesca.
Revolución Rusa
Al comenzar la Primera Guerra Mundial en 1914, Iósif la vivió desde la distancia a causa de su deportación en Kureika. Mientras tanto fuera de Siberia, los acontecimientos se desarrollarían con las derrotas militares del Ejército Ruso y la expansión de Alemania, Austria-Hungría y Turquía como consecuencia del derrumbe del Frente Oriental. Estas catástrofes bélicas, sumado al hambre, la falta de abastecimiento y las revueltas sociales, terminaron con la abdicación del Zar Nicolás II en la Revolución de Febrero de 1917. Desde entonces, se instauró el Gobierno Provisional de la República Rusa al frente del Príncipe Georgi Lvov, cuya finalidad era imponer un sistema democrático, por lo que inmediatamente se liberaron todos los presos políticos, entre ellos a Lev Kámenev y a Iósif que regresaron el 14 de Marzo a Petrogrado para hacerse con el control del Partido Bolchevique en ausencia de Vladimir Lenin. Sería precisamente en este instante, cuando Iósif adoptaría un apodo que le acompañaría el resto de su vida: Stalin.
Durante la ausencia de Lenin, tanto Trotsky, como Kámenev y el mismo Stalin, actuarían siguiendo sus propios intereses, especialmente este último cuando intentó pactar con el Gobierno Provisional y con el Partido Menchevique con la finalidad de integrarse en la vida democrática y minarla desde dentro. Sin embargo todo eso cambió a la vuelta de Lenin porque tras montar este último en cólera y acusar a los demás de ineficacia, manifestó que la revolución sólo tendría éxito si era gestionada desde los Soviets de Obreros, Soldados y Campesinos (saltándose la fase del capitalismo según la teoría marxista), tal y como lo dejó reflejado en sus Tesis de Abril, una obra a la que inmediatamente Stalin se sumó mediante un artículo en el diario Pravda al que tituló Tierra para los Campesinos.
Las Tesis de Abril obligaron a Lenin, aconsejado por Stalin, a exiliarse en Finlandia con motivo de los constantes intentos de capturarle por parte del Gobierno Provisional. Durante esta segunda ausencia del líder, Stalin dirigió el Partido Bolchevique algunas semanas hasta que se produjeron los «Días de Julio» que acabaron en una serie de manifestaciones bolcheviques disueltas a base de tiros y cargas policiales por parte de las autoridades, así como en la detención de León Trotsky, Lev Kámenev y Grigori Zinoviev, y en la desaparición de escena de Stalin que tuvo que ocultarse en la clandestinidad para no ser arrestado. Milagrosamente cuando el general Lavr Kornilov perpetró un golpe de Estado contra el Gobierno Provisional a mediados de 1917, el Presidente Aleksander Kerensky tuvo que liberar a los bolcheviques y armarlos con equipo militar para contrarrestar la sublevación, un suceso en el que destacó Stalin organizando las milicias del Soviet de Petrogrado.
Con la vuelta de Lenin desde Finlandia y el nacimiento del Comité Militar Revolucionario, Stalin pasó a un segundo plano de la escena política porque desde entonces se dedicó a trabajar como un mero administrador de oficinas, e incluso no tomó partido en la Revolución Bolchevique de Noviembre de 1917. Durante este período clave en la Historia de Rusia, dedicó su tiempo exclusivamente a su vida personal para casarse con una chica de 16 años llamada Nadyja Alliluyeva con quién tuvo un hijo y una hija a los que bautizaron Vasily y Svetlana.
Guerra Civil Rusa
La Guerra Civil Rusa que en 1917 confrontó al Ejército Rojo de la Rusia Soviética contra el Ejército Blanco del Gobierno Provisional apoyado por los Aliados Occidentales, comenzó para Stalin con la dirección de la ciudad de Petrogrado y posteriormente acompañando a Lenin en las negociaciones de paz que llevaron a la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial y a la firma del Tratado de Brest-Litovsk que significó la pérdida territorial de Polonia, Ucrania Bielorrúsia, Letonia, Estonia, Lituania, Finlandia, Georgia, Armenia, Azerbayán y el Cáucaso Norte para convertirse en áreas de influencia de los Imperios Centrales encarnados por Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria. Sorprendentemente y como durante la capitulación casi nadie dentro del Partido Bolchevique había apoyado a Lenin con excepción de Stalin, el primero le premió con el nombramiento del cargo de Comisario de las Nacionalidades, consistente en ofrecer referéndums de autodeterminación a las etnias «no-rusas» para que aceptasen o rechazasen su independencia. De hecho, tanto Lenin como Stalin previeron que todas estas naciones primero se separarían y a continuación votarían a partidos bolcheviques que se integrarían en la órbita soviética, algo que no terminó sucediendo porque en la mayoría de los casos se impusieron los movimientos anticomunistas como sucedió por ejemplo en la Transcaucasia, lo que obligó a una intervención militar del Ejército Rojo. Sería precisamente en aquella campaña del Cáucaso, donde Stalin por primera vez asesinó a todos sus compañeros comunistas de origen georgiano, armenio, azerí o ciscaucásicos que habían sido proclives a la secesión con Rusia.
La Batalla de Tsaristyn fue el momento culminante en la carrera revolucionaria de Stalin porque esta ciudad a orillas del Río Volga (posteriormente Stalingrado), fue sitiada por el Ejército Blanco del general Anton Denikin, lo que debido a su posición estratégica, dejó desabastecidas de grano a la Rusia Central y en especial a las capitales de Moscú y Petrogrado. Solamente la llegada de Stalin, junto a un grupo de guardias armados liderados por su amigo Kliment Voroshilov, modificó sustancialmente la situación el nuevo líder porque hizo callar a los derrotistas que eran partidarios de escapar, ordenó ejecutar a los desertores, gestionó la administración de la urbe, organizó la industria y los transportes ferroviarios, e incluso envió por tren los suministros requeridos por el Ejército Rojo en otros teatros de operaciones. Gracias a esta eficacia y el incremento de la moral entre la tropa, finalmente el Ejército Blanco fue decisivamente derrotado en Tsaritsyn y expulsado de la metrópoli con 130.000 bajas a costa de unas 80.000 bolcheviques. Como consecuencia de este impresionante triunfo militar (hasta el momento el más grande del Ejército Rojo en la Guerra Civil Rusa), la ciudad de Tsaritsyn fue rebautizada por el nombre de su conquistador con la nueva denominación de Stalingrado (y que se haría popularmente famosa en la Segunda Guerra Mundial).
La Guerra Polaco-Soviética de 1920, a diferencia de la Batalla de Tsaritsyn, constituyó el mayor revés militar de Stalin cuando la Rusia Bolchevique invadió Polonia. Al frente del sector sur de las operaciones, el Comisario de la Nacionalidades resultó estancado en el área de Lvov cuando el Ejército Polaco del general Jozef Pilsudski inició una contraofensiva en la Batalla de Varsovia que embolsó y aniquiló a las agrupaciones del Ejército Rojo en el centro y norte del país de las que era responsable León Trotsky. Ante esta catastrófica derrota de más de 200.000 bajas y la retirada posterior de las tropas de Stalin que fueron perseguidas por soldados polacos y ucranianos hasta el oeste de Ucrania, la Rusia Soviética tuvo que solicitar la paz con Polonia en 1921. A partir de este suceso, la relación entre Stalin y Trotsky se deterioró de forma insalvable (aunque sabiamente el primero consiguió que las culpas recayesen de manera exclusiva en el segundo), lo que facilitó al Comisario de las Nacionalidades continuar aumentando su prestigio en la Guerra Civil Rusa con su breve triunfo en la Batalla del Istmo de Perekop y la irrupción del Ejército Rojo en la Península de Crimea.
Llegada al Poder
La carrera de Stalin tras la victoria en la Batalla de Tsaristyn (y tras haber desviado su culpa en el desastre de la Guerra Polaco-Soviética) se catapultó de manera meteórica porque fue elegido diputado del Parlamento Soviético o «Politburó» y mantuvo al mismo tiempo su puesto de jefe en el Comisariado de las Nacionalidades. Al cabo de un tiempo, también fue nombrado Comisario de Inspección de Obreros y Campesinos y se le otorgó una policía secreta personal que no sólo recababa información del pueblo ruso, sino también del mismo Partido Bolchevique (recientemente bautizado como Partido Comunista Soviético o PCUS), lo que hicieron a Stalin una figura casi intocable dentro del entramado estatal de la Rusia Soviética.
Oficialmente el 3 de Abril de 1922, el comisario Iósif Stalin fue elegido Secretario General del Comité Central del Partido Comunista Soviético, un cargo que renovó con la fundación de la Unión Soviética en Diciembre, lo que prácticamente le convirtió en el segundo hombre con más poder después de Lenin. Precisamente como este último quedó paralítico a causa de una enfermedad, todos sus antiguos camaradas se plantearon que en caso de que falleciese, se tendría que nombrar a un sucesor. Evidentemente Stalin comenzó a trabajar en este propósito antes que el resto de sus compañeros, aprovechándose de su puesto como Secretario General para colocar en los organismos estatales a sus hombres más fieles como por ejemplo a Kliment Voroshilov, además de despedir a todos aquellos funcionarios que no pensaban como él y apropiarse de la mayor parte de la prensa, incluyendo el diario Pravda. Fue de este modo, como una vez repuesto Lenin de su enfermedad, se quedó perplejo al descubrir que el Politburó había sido ocupado por todos los amigos de Stalin. Viendo entonces que la megalomanía del Secretario General podía derivar en una dictadura ligada en torno a su persona, convocó a Trostsky y a otros miembros del Partido Comunista Soviético para advertirles del peligro real de Stalin y de la necesidad de deshacerse de él. Lamentablemente, antes de llevar a cabo el derrocamiento del Secretario General que sin duda habría tenido éxito, Lenin sufrió otro ataque en su salud y falleció el 21 de Enero de 1924.
Con la muerte de Lenin y el funeral en el que el propio Stalin leyó un discurso en su honor, se desató una guerra por el poder dentro del Partido Comunista Soviético. Las dos alas confrontadas fueron la «revolución mundial» defendida por Trotsky que pretendía exportar el comunismo a todos los continentes; frente al «socialismo en un sólo país» de Stalin que se conformaba con desarrollar el pensamiento marxista en Rusia. Curiosamente y gracias a la coalición que Stalin fijó con Zinoviev y Kámenev para dejar a Trostsky en minoría, éste último fue expulsado del Partido Comunista Soviético y desterrado de la URSS en 1925. Con Trotsky fuera de escena y el Ejército Rojo que había liderado en manos de su amigo Voroshilov, Stalin continuó su purga sacrificando a sus dos socios, Zinoviev y Kámenev a los que acusó de «burgueses encubiertos», para sustituirlos por el ala más moderada del movimiento compuesta por Nikolai Bujarin, Aleksei Rykov y Mihail Tomsky. No obstante, la ambición de Stalin no se detuvo ahí porque también estos tres personajes fueron traicionados y sacados del Politburó, así como todos sus seguidores borrados de las administraciones públicas y declarados proscritos. Fue así, como finalmente en 1930, Stalin se convirtió en el único e indiscutible Secretario General de la Unión Soviética y en el supremo Jefe del Estado.
El Zar Rojo
«Gran Cambio» o «Segunda Revolución» fue el inicio del Gobierno de Stalin, también denominado «Zar Rojo», como Secretario General de la Unión Soviética. Habiendo fijado su objetivo en convertir a la URSS en una superpotencia, comenzó un ambicioso proyecto de industrialización a marchas forzadas y una intensa colectivización en el campo que derivó en un auténtico fracaso y en un hundimiento total de la economía. Fue entonces, cuando queriendo evitar que las miradas de culpa se dirigiesen hacia él, acusó de los campesinos acomodados y pequeños propietarios denominados «kulaks» de lo sucedido (aproximadamente eran el 90% de la población rural), por lo que puso en marcha la llamada «Deskulakización» que significó el arresto de cientos de miles de personas adscritas al mundo agrario y su posterior ejecución en matanzas o deportaciones a campos de concentración. De hecho, la represión también se extendió a los obreros y trabajadores de las fábricas, a los que señaló falsamente de boicotear la producción, algo que forzó a las autoridades a abrir las áreas de colonización o «gulags» de Siberia con la finalidad de albergar a millones de presos rebajados a la categoría de esclavos, muchos de los cuales desfallecerían como consecuencia de los trabajos forzados, las condiciones climáticas de frío extremo o la salubridad.
Los fracasos de Stalin al frente de la URSS estuvieron a punto de hacerle perder credibilidad ante sus hombres y el pueblo de no ser por las sangrientas políticas represivas que impidieron cualquier tipo de disidencia gracias a la efectiva labor de la Policía Secreta (GPU) y el temor a ser deportado a un gulag. Ni siquiera su esposa Nadya pudo soportar la megalomanía de su marido cuando acabó por suicidarse en 1932, algo que llevó a Stalin, consumido por la rabia, a decretar en un auténtico acto de locura el suicido como un acto criminal penado con la muerte. No obstante y a pesar de esta serie de polémicas decisiones, él mismo presentó un voto de confianza ante el Politburó que votó de manera aplastante su continuidad como Secretario General del Partido Comunista Soviético.
El Holodomor o «Hambruna» fue la más terrible represión llevada a cabo por Stalin después de haber fracasado todo tipo de colectivizaciones en la República Socialista Soviética de Ucrania. De hecho, como en aquella región la mayoría de campesinos eran antiestalinistas y se negaban a entregar el grano para evitar morir de hambre, Stalin ordenó a sus comisarios requisar todos los alimentos de la granjas, bloquear económicamente el país mediante destacamentos del Ejército Rojo y eliminar cualquier tipo de disidencia entre la población ucraniana, además de ametrallar a todo aquel que se aproximase a los almacenes de comida. Como consecuencia de esta política criminal, un total de 9 millones de personas murieron por inanición en Ucrania, Kazakhstán, el Río Volga y Asia Central entre 1932 y 1934.
Tampoco las minorías étnicas de la URSS se salvaron de la política represiva de Stalin que a pesar de presentar a su régimen como una especie de baluarte contra el racismo (y ser él mismo georgiano), todas sus iniciativas fueron extremadamente xenófobas a los soviéticos «no-rusos». Entre sus primeras víctimas estuvieron los coreanos de Yakutia que fueron deportados al interior de Siberia (acusados falsamente de ser agentes japoneses), los musulmanes en Chechenia y Daghuestán a los que se destruyó y quemó sus aldeas, los polacos de Ucrania Occidental que fueron siendo diezmados para ser sustituidos por población de origen ucraniano, los finlandeses de Carelia a los que se esclavizó o los gitanos de las grandes ciudades como Moscú o Leningrado que acabarían aniquilados en el campo de concentración de la Isla de Nazino. Tantos fueron los enemigos de Stalin que tuvo que crear un cuerpo armado a su propio servicio que bautizó como Policía Estatal Soviética (NKVD) y que primeramente estuvo al mando de Nikolai Yezhov y luego de su fiel e inseparable colaborador Lavrenti Beria, uno de los hombres más temidos de la URSS.
La «Gran Purga» de 1937 fue la medida más radical adoptada por Stalin cuando decidió depurar a todos aquellos enemigos e incluso también a sus amigos que pudiesen hacerle sombra en el poder. Todo comenzó tras producirse un atentado trotskysta que acabó con la vida del gobernador de Leningrado, Sergei Kirov, cuya muerte fue el pretexto para Stalin para poner en marcha todo el mecanismo de la NKVD y llevar a cabo una serie de arrestos masivos a lo largo y ancho de toda la Unión Soviética. Curiosamente las primeras víctimas en ser ejecutadas fueron los miembros más antiguos del Partido Comunista Soviético y ex-compañeros de Stalin como Lev Kámenev, Grigori Zinoviev o Nikolai Bujarin; así como gran parte del Politburó con los diputados Pavel Postyshev, Janis Rudzutak, Stanislaw Kossior, Vlas Chubar y Rober Eije; y otros 98 miembros del Comité Central. Sin embargo, lo más grave fue la purga en el Ejército Rojo que dejó un saldo de tres mariscales de campo fusilados (entre ellos Mihail Tujachevsky que había apostado por la táctica del arma acorazada), 213 generales, 8 almirantes y 30.020 oficiales y suboficiales (lo que supondría una merma decisiva en la Segunda Guerra Mundial). Ni siquiera la locura de Stalin se detuvo frente a otras capas de la sociedad como los militantes de la Internacional Comunista (Komintern) en el extranjero, los intelectuales, religiosos, comerciantes, empresarios, etcétera, lo que dejó la cifra de personas asesinadas en algo más de 1 millón.
Hacia finales de la década de los años treinta del siglo XX, las catastróficas medidas económicas de Stalin comenzaron a generar sus frutos porque la Unión Soviética quedó completamente industrializada a un nivel similar al de Estados Unidos o Alemania tras multiplicarse por diez las fábricas a lo largo y ancho de toda geografía. De hecho, las cifras demostraron que el brutal precio humano había valido la pena para Stalin porque el acero y la metalurgia aumentaron la producción en un 10%; mientras que el mundo rural fue mecanizado con tractores y modernizado con nuevas tecnologías. Gracias a todos estos logros industriales que facilitaron la admisión de la URSS en la Sociedad de Naciones, acompañados de una hábil propaganda y el culto a su personalidad con la construcción de estatuas y calles o avenidas con su nombre, la popularidad de Stalin ascendió sin parar, considerándole muchos como el «gran padre» que había llevado a Rusia a ser una gran potencia de orden a mundial.
La Agresión Soviética
A nivel internacional, Stalin firmó acuerdos con países ideológicamente muy diversos siguiendo la lógica de la Internacional Comunista (Komintern) con la que pretendía instaurar sistemas estalinistas en otras naciones o por lo menos alejar cualquier amenaza fuera de las fronteras de la URSS. Lógicamente la Mongolia Exterior del Mariscal Khoorlogin Choibalsan que junto a la Unión Soviética tenía el único régimen marxista del mundo, fue la nación con la que mantuvo mejores relaciones; aunque también con el Frente Popular de Francia que lideró el Presidente León Blum; o con la Segunda República de España a la que ayudó en la Guerra Civil Española gracias a que desde Moscú se ejercía totalmente el control del Partido Comunista Español. No obstante, la política de Stalin fue girando siempre en torno a los intereses de este último debido a que jamás tuvo reparo nunca a la hora de llegar a acuerdos con regímenes enemigos como la Italia Fascista de Benito Mussolini con la que firmó una serie de pactos comerciales; o incluso traicionar al Partido Comunista Chino de Mao Tse-Tung cuando en plena Guerra Civil China priorizó equipar con armamento a los conservadores del Kuomintang del Presidente Chiang Kai-Shek con la finalidad de debilitar la posición de Japón en el Lejano Oriente (precisamente la amenaza real de la URSS).
Inicialmente la política exterior de Stalin había estado orientada a impedir una expansión de la Alemania Nacionalsocialista de Adolf Hitler hasta que tras el Pacto de Munich de 1938 que cedió el control de los Sudetes al Tercer Reich a costa de Checoslovaquia, el líder soviético rechazó la posibilidad de una alianza con Gran Bretaña y Francia, dando entonces un giro radical a sus planteamientos a través de dos polémicas medidas: primero cesó al Ministro de Exteriores Maxim Litvinov de origen judío para colocar en su lugar al Ministro de Exteriores Vyacheslav Molotov, mucho más del agrado de Berlín; y a continuación retiró el apoyo a la Segunda República Española sacando de España a los voluntarios comunistas de las Brigadas Internacionales y por tanto favoreciendo al Bando Nacional del General Francisco Franco. Simultáneamente, reforzó su posición en el Lejano Oriente cuando en 1939 estalló la Guerra del Khaklkhin-Gol entre la coalición formada por Japón y Manchukuo contra la URSS y Mongolia Exterior (el Kremlin había acudido en ayuda de esta última), siendo Stalin esencial en la victoria tras elegir sabiamente al general Georgi Zhukov (milagrosamente era uno de los pocos militares competentes que había sobrevivido a la Gran Purga), quién liderando al Ejército Rojo mediante una excelente combinación de maniobras con los tanques y la infantería, venció al Ejército Imperial Japonés y obligó a Tokyo a firmar un alto el fuego que puso fin al conflicto.
El 23 de Agosto de 1939 se firmó el Pacto de No-Agresión Germano-Soviético mediante el cual Adolf Hitler y Iósif Stalin, a través de sus respectivos Ministros de Asuntos Exteriores Joachim Von Ribbentrop y Vyacheslav Molotov, se convirtieron en socios para repartirse Polonia y expandir sus áreas de influencia en Europa Oriental. Siguiendo este acuerdo entre Berlín y Moscú, el Ejército Rojo se sumó a la invasión de Polonia el 17 de Septiembre de 1939 (el día 1 Alemania la había agredido y el 3 Gran Bretaña y Francia le habían declarado hostilidades poniendo en marcha la Segunda Guerra Mundial) con la irrupción del Ejército Rojo en territorio enemigo y el aplastamiento de las maltrechas unidades del Ejército Polaco hasta que las vanguardias soviéticas se encontraron con las del Ejército Alemán en Brest-Litovsk. Una vez la campaña concluyó el 1 de Octubre de 1939, las dos naciones se dividieron Polonia a la mitad, siendo la zona oriental más allá del Río Bug para Stalin y la restante para Hitlas, las cuales quedaron separadas a través de la llamada «Línea Curzon».

Iósif Stalin firmando el Pacto de No Agresión Germano-Soviético con el Tercer Reich y su representante, en este caso el Ministro de Asuntos Exteriores Joachim Von Ribbentrop.
Ocupada Polonia Oriental por el Ejército Rojo, Stalin amplió sus conquistas aprovechándose de las directrices del Pacto de No-Agresión Germano-Soviético firmado con Hitler. Así fue como entre 1939 y 1940, las tropas soviéticas invadieron y se anexionaron Estonia, Letonia, Lituania (salvo la provincia de Memel que fue para Alemania) y las regiones de Besarabia y Bukovina a costa de Rumanía. Menos suerte tuvo Stalin con Finlandia porque durante la agresión rusa que fue conocida como Guerra de Invierno, el Ejército Finlandés derrotó decisivamente al Ejército Rojo en diversos choques sobre la «Línea Mannerheim» o en la Batalla de Süomussalmi, donde tras sufrir los soviéticos más de 800.000 bajas (básicamente por la purga estalinista de oficiales cualificados), no quedó más remedio que llegar a un acuerdo con el Gobierno de Heilsinki que en Marzo de 1940 firmó el Tratado de Paz de Moscú, mediante el que la URSS solamente pudo anexionarse la Carelia Oriental, Salla, la Península de Rybachi en el Ártico y la Base Naval de Hanko (renunciando al resto del territorio finés que era lo inicialmente previsto).
Mientras entre 1940 y 1941 el Tercer Reich de Hitler conquistaba Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia, además de incrementar su alianza en torno al Eje incluyendo a Italia, Rumanía, Hungría, Bulgaria, Finlandia, Eslovaquia y Croacia; la URSS de Stalin perdía el tiempo en otros asuntos como por ejemplo en la Matanza de Katyn que acabó con el exterminio de 25.000 oficiales del Ejército Polaco ante los destacamentos del NKVD, o en el asesinato de León Trotsky que murió en México a manos del agente estalinista Ramón Mercader. Salvo por el Pacto de No Agresión Soviético-Japonés firmado con Japón y la construcción de una red fortificada llamada «Línea Stalin» en Ucrania y Bielorrúsia, jamás Stalin creyó en la posibilidad de que Hitler fuese a traicionarle invadiendo la URSS, ni siquiera pese a los informes del Ejército Rojo que alertaban de movimientos de tropas alemanas en Polonia y Rumanía, así como en el espionaje procedente de Gran Bretaña e incluso en el suyo propio dirigido por el espía Richard Sorge en el Lejano Oriente que fijaron día y hora del ataque germano. De hecho, sólo unos minutos antes de producirse la invasión, un soldado del Ejército Alemán que había desertado y cruzado la frontera con la URSS para advertir de lo que iba a suceder, fue arrestado y fusilado por orden de Stalin bajo la acusación de «ser un mentiroso».
Gran Guerra Patria
Al amanecer del 22 de Junio de 1941, Alemania, Rumanía, Finlandia, Hungría, Italia, Eslovaquia y Croacia, declararon la guerra a la Unión Soviética y más de 4 millones de hombres iniciaron la invasión de Rusia en lo que se conoció como la «Operación Barbarroja». Sorprendentemente y a pesar de que lo que más lógico hubiese sido responder con contundencia a la agresión, Stalin guardió silencio y se escondió en su dacha situada a las afueras de Moscú, temiendo ser víctima de un complot y sin tomar ninguna medida, e incluso llegando a creyer que Hitler estaba enfadado por alguna razón, motivo por el cual adoptó un tono suplicante y de perdón pensando que de ese momento evitaría la guerra. Mientras tanto y durante las tres primeras semanas en las que Stalin estuvo desaparecido, el Ejército Rojo sufrió una auténtica hecatombe con más de 3 millones de bajas, al mismo tiempo en que el Ejército Alemán invadía un total de 756 kilómetros tierra adentro. Ni siquiera la captura de su hijo Yakov, que fallecería a manos de las SS, le hizo comprender la triste realidad de la situación. Desgraciadamente, una vez Stalin recuperó la compostura en Julio de 1941, ya era demasiado tarde porque el pueblo soviético estaba condenado a librar una guerra larga, sangrienta y destructiva. Fue entonces cuando por fin tomó las riendas de su nación, emitiendo un mensaje radiofónico en el que llamó al sacrificio de todos los ciudadanos, a la lucha de todos los obreros y campesinos, al espíritu de los soldados y marineros, a la colaboración de las mujeres y niños, y a que los habitantes de las zonas conquistadas se organizasen guerrillas, así como a que las tropas en retirada quemasen los campos y granjas para no dejar nada al enemigo. Según él mismo, aquella batalla por la existencia fue bautizada como la «Gran Guerra Patriótica».
El año 1941 fue el período más negativo en la vida de Stalin porque no hizo nada más que ir de derrota en derrota. Con absoluta celeridad y apenas sin ser detenidas, las tropas del Ejército Alemán y del resto de naciones del Eje ocuparon Lituania, Letonia, Estonia, Bielorrúsia, Ucrania, Carealia y Rusia Occidental, además de causar un desastre militar al Ejército Rojo en la «Bolsa de Kíev» con más de 800.000 bajas que llevó a Stalin a ordenar la ejecución de un buen puñado de generales por incompetencia. Sin embargo lo peor ocurrió cuando tras las «Bolsas de Vyazma y Bryansk» que costaron otras 600.000 bajas a los soviéticos, las fuerzas acorazadas alemanas se presentaron a las afueras de Moscú, en algunos casos a tan sólo 16 kilómetros de la capital. Desesperado por los acontecimientos, Stalin llamó a la movilización ciudadana moscovita y trasladó el 75% de la industria pesada a los Montes Urales (fueran del alcance de la aviación alemana), mientras organizaba un desfile en la Plaza Roja para elevar la moral del pueblo. Solamente la aparición del crudo invierno que dejó estancados a los soldados y tanques alemanes sobre la nieve con temperaturas de -40º grados bajo cero, más la llegada de las tropas de élite del Ejército Siberiano al mando general Georgi Zhukov que acababan de ser trasladadas desde el Lejano Oriente, se consiguió por el momento salvar la situación porque tras la contraofensiva lanzada el 5 de Diciembre de 1941, en última instancia Stalin salió victorioso de la Batalla de Moscú y evitó por el momento el derrumbamiento definitivo de la URSS.
La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial a finales de 1941 modificó todo el plano global de la contienda porque a Iósif Stalin no le quedó más remedio que entenderse con los Aliados Occidentales. Así fue, como dejando de lado la diferencia abismal de pensamiento, forjó una coalición con los conservadores del Primer Ministro Winston Churchill del Reino Unido, con quién dirigió conjuntamente la exitosa invasión anglo-soviética de Irán después de que este país se hubiese adherido al Eje. Acto seguido llegó a un pacto similar con el Presidente Franklin Delano Roosevel de Estados Unidos, dando nacimiento a la «Gran Alianza» entre Moscú, Washington y Londres; así como también con el «Generalísimo» Chiang Kai-Shek de China al que vendía armas para su enfrentamiento contra Japón, o con la Francia Libre del general Charles De Gaulle.
La Batalla de Stalingrado, la ciudad que llevaba el nombre de Iósif Stalin y que había sido cuna de su éxito personal durante la Batalla de Tsaritsyn en la Guerra Civil Rusa, volvió a centrar nuevamente el destino del líder soviético. Con la nueva ofensiva del Eje desatada en 1942, los invasores conquistaron la Península de Crimea, el suroeste de Rusia y el norte del Cáucaso, prendiéndose simultáneamente una rebelión nacionalista antisoviética en Chechenia, Calmucia y otros lugares tanto de la Ciscaucasia como de la Transcaucasia. Desbordado Stalin por los acontecimientos, solicitó a Churchill y Roosevelt la apertura de un segundo frente en Europa que aliviara la situación del Frente Oriental, especialmente con el inicio de la Batalla de Stalingrado a orillas del Río Volga. No obstante y salvo por los desembarcos de Marruecos y Argelia durante la «Operación Torch», la respuesta de los Aliados fue efímera, por lo que el Ejército Rojo atrincherado en la metrópoli al mando del general Vasily Chuikov llevó a cabo el mayor peso de la lucha en un sacrificio humano de unas características épicas. Bajo el lema de «¡En nombre de Stalin, ni un paso atrás!», la Policía Soviética (NKVD) fusiló y ametralló a más de 13.000 desertores rusos en Stalingrado, lo que sirvió de ejemplo al resto para entregarse a fondo y resistir encarnizadamente entre las ruinas y escombros de la ciudad. Así fue como aquel enfrentamiento suicida, facilitó al Ejército Rojo del mariscal Georgi Zhukobv lanzar una contraofensiva en Noviembre de 1942 contra los flancos protegidos por el Ejército Rumano, logrando la destrucción de estos últimos y el embolsamiento de todo el VI Ejército Alemán dentro de la propia Stalingrado. Desde entonces la campaña se convirtió en un escenario de asedio en el que los alemanes fracasaron en todos sus intentos por escapar, mientas las divisiones del Ejército Rojo aplastaban más al norte al Ejército Italiano y al Ejército Húngaro, impidiendo cualquier posibilidad de fuga. Finalmente, a comienzos de Febrero de 1943 y después de haber soportado un terrible invierno, los 90.000 soldados del VI Ejército Alemán del mariscal Friedrich Von Paulus se rindieron, tras unas bajas totales para el Eje de 400.000 hombres y más de 1 millón y medio para el Ejército Rojo. Curiosamente y con motivo de esta victoria que modificó el rumbo de la Segunda Guerra Mundial en favor de los Aliados, Stalin se autoproclamó «Mariscal de la Unión Soviética».
Tras la victoria del Ejército Rojo en la Batalla de Stalingrado, los triunfos del Ejército Rojo de Stalin se sucederían a lo largo de 1943 como por ejemplo el indudable éxito en la Batalla de Kursk, la liberación de Kíev, la reconquista de gran parte de Ucrania y la férrea resistencia de la ciudad de Leningrado que desde 1941 permanecía sitiada por las fuerzas del Eje. Desgraciadamente, al mismo tiempo en que se producían estos logros en el ámbito militar, Stalin inició una serie de operaciones de castigo contra las minorías étnicas a las que falsamente acusó de traición y colaboración con el enemigo, como por ejemplo sucedió con los alemanes del Volga, los griegos de la Transcaucasia, los tártaros de Crimea y sobretodo las diversas tribus del Cáucaso como los chechenos, ingusetios, calmucos, balkares, kabardinos, etcétera, que acabaron siendo deportados a los gulagas de Siberia o directamente asesinados por la NKVD.

Líderes mundiales en 1943 durante la Conferéncia de Teherán. De izquierda a derecha: Winston Churchill (Primer Ministro de Gran Bretaña); Franklin Delano Roosevelt (Presidente de Estados Unidos); e Iósif Stalin (Jefe Supremo de la URSS).
La Conferencia de Teherán celebrada entre el 28 y 1 de Diciembre de 1943, implicó un reparto del mundo en áreas de influencia tal y como acordaron Iósif Stalin representando a la Unión Soviética, el Primer Ministro Winston Churchill a Gran Bretaña y el Presidente Franklin Delano Roosevelt a Estados Unidos, además de prometer estos dos últimos al primero aliviar el Frente Oriental mediante la reapertura del Frente Occidental en Francia. Eso mismo sucedió el 6 de Junio de 1944 durante el desembarco de Normandía, lo que llevó a Stalin tan sólo tres semanas después, el 22 de Junio, a poner en marcha la «Operación Bragation» que culminó con la reconquista de Bielorrusia y más de 200.000 bajas para el Ejército Alemán. A partir de este triunfo, el Frente Oriental se derrumbó como un castillo de naipes para el Eje porque las tropas de Stalin forzaron la rendición de Rumanía e invadieron Bulgaria instaurando un régimen comunista al frente del Presidente Georgi Dimitrov, antes de irrumpir en los Balcanes para imponer un sistema marxista en Albania dirigido por Enver Hoxa y enlazar con los partisanos en Serbia que reunificaron Yugoslavia bajo el mando del Mariscal Josip Tito; al mismo tiempo en que más al norte, la ciudad de Leningrado era liberada y el Ejército Rojo recuperaba el control de Lituania, Letonia y Estonia, sacando por último a Finlandia de la contienda que como compensación tuvo que entregar a la URSS los territorios de Carelia, Salla y Péstamo.
Polonia fue la cuestión más polémica que comenzó a minar la causa de los Aliados con la URSS porque desde siempre Stalin había querido tener dominado a este país debido a sus ansias de venganza por su fracaso en la Guerra Polaco-Soviética de 1919 a1920. Así fue como en Agosto de 1944, coincidiendo con el Levantamiento de Varsovia de la Resistencia Polaca contra el Tercer Reich, Stalin ordenó entonces detener al Ejército Rojo frente a la capital con la intención de esperar a que los alemanes derrotasen a los polacos y de paso ahorrarse el trabajo sucio de tener que acabar posteriormente con ellos. De hecho Stalin en persona, negó enviar cualquier tipo de ayuda a Varsovia, contemplando satisfecho como la oposición polaca era exterminada por las SS desde el otro lado del Río Vístula. Mientras tanto en Inglaterra, un Primer Ministro Winston Churchill furioso por lo que estaba ocurriendo, solicitó intervenir en favor de los polacos, algo que el Presidente Franklin Roosevelt de Estados Unidos, mucho más proclive a Stalin, rechazó de plano e incluso reconoció a un gobierno pro-comunista en lugar del teóricamente legal que se encontraba exiliado en Londres al frente del Presidente Wladyslaw Sikorski. A raíz de estos sucesos, en cuanto la Resistencia Polaca fue aplastada a inicios de 1945, el Ejército Rojo ocupó el resto de Polonia e instauró un régimen estalinista; una jugada similar que también empleó en Checoslovaquia durante el Levantamiento de Praga; aunque por lo menos los Aliados consiguieron que Stalin abandonase sus aspiraciones en Grecia que pasó a quedar bajo la órbita del Imperio Británico.
La Conferencia de Yalta fue un último intento del Primer Ministro Winston Churchill del Reino Unido para intentar aplacar la megalomanía Stalin, algo que resultó imposible debido a que el Presidente Franklin Roosevelt de Estados Unidos se impuso a su homólogo inglés, obedeciendo ciegamente al líder soviético que le había prometido ingresar y cooperar en el nacimiento de la Organización de Naciones Unidas (ONU) durante el Tratado de San Francisco. A cambio de este gesto tan simple y de prometer unirse a la Guerra del Pacífico contra Japón una vez el Tercer Reich hubiese sido derrotado, la URSS recibiría bajo su órbita las naciones de Polonia, Rumanía, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia y Albania, lo que suponía entregar medio mundo a Stalin sin percibir los Aliados acerca de las trágicas consecuencias que tal cosa acarrearía en el futuro inmediato de Europa.
A comienzos de 1945, las tropas soviéticas entraron Alemania y Hungría siguiendo órdenes de Stalin de saquear todo a su paso e incluso lanzándose a una auténtica orgía de sangre mediante la despoblación de pueblos enteros y la violación de millones de mujeres. Una vez fue tomada la capital de Budapest y también la de Viena después de la irrupción del Ejército Rojo en Austria, Stalin no dudó en enfrentar militarmente al mariscal Georgi Zukhov con el mariscal Konstantin Rokossovsky, por ver quién de los dos iba a ser el primero en tomar Berlín (y de paso asegurarse de que ninguno se convirtiese en un héroe a ojos del pueblo soviético que pudieran hacerle sombra). Así fue como después de un largo asedio en torno a la capital que fue conocido como la Batalla de Berlín, Adolf Hitler se suicidó el 30 de Abril de 1945 y tan sólo una semana después, el 8 de Mayo, Alemania se rindió de forma incondicional tanto a los Aliados Occidentales como a la Unión Soviética.
Terminada la Segunda Guerra Mundial en Europa, la contienda proseguía en Asia y por supuesto Stalin estaba dispuesto a sentarse en la mesa de los vencedores para obtener una parte del pastel. Eso mismo comunicó durante la Conferencia de Postdam en Junio de 1945 a sus dos nuevos socios, en este caso el Presidente Harry Truman de Estados Unidos y el Primer Ministro Clement Atlee de Gran Bretaña, quienes como eran nuevos en este tipo de reuniones (Roosevelt había fallecido y Churchill había perdido las elecciones), no fueron rivales diplomáticos para Stalin y menos aún para frenar sus ansias expansionistas en el Lejano Oriente. Gracias a este golpe de suerte, justo después de ser lanzadas las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el 8 de Agosto de 1945, Stalin declaró la guerra a Japón y acto seguido el Ejército Rojo invadió Manchuria, Mongolia Interior, el norte de Corea, las Islas Kuriles, la Isla de Sajalín y Port Arthur (recuperando de este modo la Unión Soviética todos los territorios perdidos por Rusia en la Guerra Ruso-Japonesa de 1905).
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial el 2 de Septiembre de 1945, Iósif Stalin se erigió como el gran vencedor de la contienda después de haber sufrido su patria un total de 27 millones de muertos. Este impresionante triunfo militar de Stalin a costa de tanta sangre vertida, facilitó a la Unión Soviética crear uno de los «imperios» más grandes del Planeta Tierra con 800 millones de habitantes tras haber ampliado sus dominios a Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Rumanía, Moldavia, Bulgaria, Albania, Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia, Alemania Oriental, la Carelia Finesa, Isla de Péstamo, Prusia Oriental, Persia Noroccidental, China Septentrional, Corea del Norte, Manchuria, la Islas Kuriles, la Isla Sajalín y Port Arthur.
Telón de Acero
Con el final la Segunda Guerra Mundial en 1945, Iósif Stalin se presentó como un auténtico héroe nacional del pueblo tal y como demostró en el desfile de la victoria en Moscú saludando a las masas y a las tropas del Ejército Rojo desde el palco del Kremlin. Desgraciadamente la realidad social del estalinismo era bien distinta porque la represión en la Unión Soviética continuó como de costumbre con los gulags llenos de disidentes en Siberia, con la esclavitud de millones de prisioneros capturados al Eje, con una nueva hambruna en Ucrania que dejó medio millón de muertos y con una serie de pogromos antisemitas contra los judíos; sin contar con las cada vez más acentuadas fracturas diplomáticas entre la Europa Oriental dominada por el comunismo y los Aliados Occidentales.

Cártel de propaganda soviético mostrando a Stalin como el caudillo vencedor de la Unión Soviética contra el Eje.
La ruptura entre los Aliados y la URSS tuvo lugar con el bloqueo ordenado por Iósif Stalin a la capital de Berlín en Alemania, lo que obligó a la Fuerza Aérea Estadounidense (USAF) a llevar a cabo un puente aéreo con aviones para abastecer la ciudad, mientras el resto de Europa era dividida por el llamado «Telón de Acero» que se separó definitivamente el bloque capitalista al oeste del bloque socialista al este. Una vez los dos bandos quedaron definidos en lo que sería conocido como la Guerra Fría, Stalin presionó a los países ocupados sobre Europa Oriental para que pusieran al servicio de Rusia todas sus industrias y sus ciudadanos como mano de obra, una llamada que no sólo no consiguió la movilización necesaria, sino que además forzó la retirada de Yugoslavia después de que en 1948 el Mariscal Josip Tito optase por fundar un «comunismo titista» que no se alineó con ninguno de los dos polos confrontados (algo que enfadó tanto al líder soviético que intentó asesinar al yugoslavo sin éxito en una serie de atentados fallidos).
Inicialmente la Guerra Fría partió con desventaja para la Unión Soviética hasta que en 1949 Stalin comenzó a anotarse sus primeros grandes éxitos tanto a nivel interno como externo. Por ejemplo en 1949 la URSS obtuvo su primera bomba atómica que detonó con éxito en Kazhakistán, una noticia que supuso un triunfo propagandístico enorme para la figura de Stalin. También aquel mismo año la ayuda militar del mandatario soviético fue clave para la victoria del Partido Comunista Chino de Mao Tse-Tung que se erigió como el ganador de la Guerra Civil China tras la fundación de la República Popular de China. De hecho en el Lejano Oriente, el Ejército Rojo envió a 26.000 tropas soviéticas que bajo las órdenes de Stalin apoyaron a Corea del Norte y al Presidente Kim II-Sung a mantener la causa comunista por encima del Paralelo 38º.
A partir de la década de 1950, la locura de Stalin había alcanzado un punto de no retorno porque a causa de su frágil salud, comenzó a ver conspiraciones en su contra por todos sitios, lo que le hizo perder la cabeza y convertirse en una persona amargada que apenas abandonaba el Kremlin por miedo a ser asesinado. A raíz de estos delirios y apoyándose en su fiel amigo Lavrenti Beria del NKVD, numerosos comunistas históricos fueron detenidos y también determinadas minorías étnicas enviadas a los gulags de Siberia. Sin embargo su mayor disparate tuvo lugar a finales de 1952 durante la «Conspiración de la Batas Blancas», una invención del diario Pravda que había sido urdida por Stalin con la intención de acusar a los judíos de querer imponer el capitalismo en la URSS y entregar el país a los Estados Unidos e Israel. Así fue, como aprovechándose de esta excusa, Stalin preparó una Gran Purga como la de 1937 que además iría acompañada de un 2º Holocausto contra los judíos de Europa a los que pretendía deportar a campos de concentración. Ante tales preparativos, todo parecía apuntar a una nueva masacre en la URSS hasta que contra todo lo esperado, un acontecimiento repentino modificaría el curso de los acontecimientos.
Muerte
A las 10:00 horas del 1 de Marzo de 1953, el criado de Stalin entró en su habitación (situada en una dacha que tenía en propiedad a las afueras de Moscú), encontrando al mandatario comunista tendido en el suelo aquejado de una apoplejía a causa de hipertensión. A pesar de la gravedad, los médicos le internaron en cama y durante algún tiempo sólo le impusieron una dieta a base de cucharadas de leche. Al cabo de tres días, la jornada del 4, cuando curiosamente su salud parecía mejorar, un moribundo líder soviético señaló frente a su cama un cuadro con una imagen de una niña dando de beber leche a una oveja, antes de sufrir una última crisis de la que no se despertaría. Así fue como tan sólo unas horas más tarde, a las 22:10 del 5 de Marzo de 1953, la vida de Iósif Stalin se apagó para siempre a la edad de 74 años.

Funeral de Iósif Stalin que se celebró con una ceremonia multitudinaria mientras cientos de curiosos contemplaban su cadáver adornado con flores.
Oficialmente el entierro de Iósif Stalin se celebró en Moscú con un multitudinario duelo al que acudieron millares de ciudadanos para llorar en la capilla ardiente de su líder, poco antes de ser enterrado en el Mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, donde precisamente descansaba la momia de Vladimir Lenin. Al cabo de tres años de su muerte, en 1956, el Presidente Nikita Jruschov denunció los crímenes de Stalin ante el Politburó y rehabilitó a todas sus víctimas, poniendo en libertad a los millones de presos políticos, minorías étnicas y prisioneros de guerra del Eje que todavían se repartían por los gulags y campos de concentración de Siberia. Respecto al culto a la personalidad del mandatario soviético, su figura fue denostada, sus bustos y estatuas suprimidos, y su cuerpo retirado del Mausoleo de la Plaza Roja para ser incinerado. Gracias a esta etapa aperturista llamada «desestalinización», la Unión Soviética se iría moderando década tras década hasta producirse la caída definitiva del comunismo en 1991.
La figura de Iósif Stalin durante el siglo XX se convirtió junto a Adolf Hitler en la idea de «tirano genocida» que tanto en la URSS como en Europa Oriental llevó a la muerte a más de 20 millones de personas. No obstante y pese a la tragedia humana de esta cifra, muchos rusos vieron en este mandatario el líder que convirtió a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en un «gigantesco imperio» del Planeta Tierra, el que industrializó y modernizó el país, el que llevó a su patria a la victoria en la Segunda Guerra Mundial y el que especialmente convirtió a Rusia en toda una gran superpotencia.
Bibliografía:
-Rose Tremain, Stalin, San Martin Historia del Siglo de la Violencia (1975), p. 8-147
-Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial. Volumen 8. «Joseph Stalin», S.A.R.P.E. (1978), p.341-348
-http://en.wikipedia.org/wiki/Joseph_Stalin